Cada vez era más fácil volver al pasillo. En serio. La última vez fue bastante particular por todos los obstáculos que había para alcanzar la puerta. Los mundos de los libros tienen un poder de seducción bastante importante, pero vivirlos es peligroso. Y más que peligroso, puede llegar a ser perturbador, porque no solo lo bueno se materializa, sino también lo malo, lo asqueroso, lo sucio. Todo te acecha personalmente. Y por eso de repente me puedo encontrar arrepentida, pidiendo por favor poder volver al pasillo central para elegir con más cuidado la próxima aventura.
Quiero darte un ejemplo: una de las últimas puertas a la que entré se llamaba Los cuervos de Francia. Lo leí por primera vez cuando tenía siete años y lo reencontré más tarde a los trece, quedando totalmente obsesionada a los catorce. Así que sí, la idea de conocerlos me cegaba. El objetivo de libro era abandonar la estereotipada imagen carroñera de los cuervos. Nada novedoso, pero a mí me gustaba. Y ahí es cuando hay que tener cuidado, porque el amor que les tenía me sacó de contexto. Aunque en el libro no se especificaban los ataques enemigos, sí se daban a entender, y eso era más que suficiente para hacerlos realidad. Bala, tras bala, tras bala. Una, dos, tres. Cada tanto puedo volver a escucharlas.
Por eso mismo ahora pienso muy bien a cuál puerta voy a entrar antes de siquiera tocar el picaporte.
Desde donde estoy parada el pasillo central es infinito, o al menos se esfuerza mucho por aparentarlo. También parece moverse, pero esconde su respiración. Lo que no puede disimular, sin embargo, es que con cada puerta que voy dejando atrás se va haciendo más estrecho. Un cambio sutil que a la larga puede identificarse y que me dio un panorama de la situación.
Debo de admitir que mi catálogo es hermoso. Podría estar mucho más organizado, pero no puedo quejarme. Las novelas y las obras de teatro se mezclan dejando el paso incluso a manuales escolares y algunas biografías, cada una detrás de su respectiva puerta.
Me inclino a creer que estuve dentro de este pasillo toda mi vida, flotando en el universo donde las paredes parecen estar formadas por partes negras y viscosas del espacio. Todavía no me animé a tocarlas. Hasta donde sé, podría perderme entre las estrellas quedando a la espera del día donde un planeta pase cerca de mi cuerpo y logre desintegrarlo a medida que entro en su atmosfera... Perdón... a veces pienso demasiado y no logro guardarme todo lo que... No importa. Perdón.
Únicamente las puertas rompían con esta continuidad del espacio. Pero además de aceptar que viví acá dentro toda mi vida, también descubrí no estoy teniendo la necesidad de dormir o de comer. Me intenté convencer de que el tiempo estaba paralizado y por tanto también mis necesidades, pero no fui capaz de hacerlo. De ser así ahora todo debería estar a oscuras, congelándose poco a poco mientras el oxígeno se desvanece.
¿Saben qué? Me molesta estar tan tranquila. ¿Debería tener miedo? Creo que cualquiera lo tendría. Quiero decir, muchas veces siento ganas de perderme en la primera historia que vea, pero ahora no tengo ninguna motivación, ningún propósito, no tengo ganas de nada... pero estoy tranquila. Es como si no pudiera llorar. Creo que no puedo porque no recuerdo nada de mi vida pasada y eso me da una ventaja, aunque no sé bien sobre qué o quién exactamente.
¿Saben qué? Me molesta no poder estar tranquila. A medida que las puertas van quedando por detrás de mí, la tentación de entrar a un nuevo mundo se hace cada vez más fuerte. Detesto cuando el cuerpo comienza a picarme. Detesto sentirme sucia y tener que rascarme el pelo clavándome la uñas para calmar la sensación. Y de nuevo: bala, tras bala, tras bala. Quiero más. Una vez más.
Durante los primeros días saltaba de puerta en puerta sin terminar de dimensionar los peligros. Habré pasado por catorce realidades hasta que llegué a Los cuervos de Francia. Mientras el mundo explotaba, la casa donde se encontraba la puerta por la que había entrado se derrumbó. ¿Alguna vez vieron algo parecido? Porque si no les sucedió no puedo si quiera explicarles el dolor que sentí, porque no solo había perdido esa casa, la que tantos años me había acompañado a través de las páginas, sino también mi única vía de escape. Durante cuatro días me dediqué a aparatar de forma patética los escombros, uno por uno, pero allí estaba: completa, con el mismo verde azulado de siempre. Estaba intacta. Y otra bala.
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Galpón de espaldas dañadas
General FictionCuentos cortos de suspenso y nostalgia hechos por una mente perturbada. Acá no hay nada librado al azar, no hay nada que no haya sido mil veces premeditado. Porque mi vida cambió cuando comprendí sin querer lo que era el terror.