El chirrido de unos frenos desesperados, un golpe estruendoso y dolor insoportable fue lo que la hizo despertar; todo era un sueño, temía por el deterioro de su salud mental, si seguían apareciendo esas pesadillas. Vio a su mujer dormir plácidamente, acercó su cuerpo al de ella y, tras una hora de pensamientos intrusivos, volvió a dormir.
Grecia entró al cuarto de baño. El sonido que hacía el agua al estrellarse con el suelo, el vapor que se elevaba hasta salir de la ducha y el olor particular que conjugaban el aroma del jabón y el agua caliente constituían un ambiente embriagante, pero ella iba con un objetivo sencillo y sin intenciones de quedarse.
—¿Qué pasó? —preguntó la silueta tras los cristales. El escuchar la puerta del baño abrirse la sobresaltó, tenía la frente pegada a la pared mientras el agua caía, intentaba apagar su cerebro, sin mucho éxito.
—Dejé el celular —contestó Grecia, levantando el aparato en el aire.
—¿Hiciste café? —preguntó, cada vez sentía mayor necesidad de consumirlo para lograr finalizar el día.
—Está listo. ¿Hago desayuno?
—Sí, creo que me da chance aun —respondió la mujer tras los vidrios.
Grecia se detuvo un par de segundos a contemplar el contorno del cuerpo femenino que se dibujaba en el cristal. Sintió una ráfaga de tranquilidad: la maravillosa normalidad, cuanto lo había deseado y cuanto lo valoraba.
—Está bien —dijo Grecia, suspiró y luego se obligó a volver en sí y ponerse en marcha.
La mujer en la ducha era Victoria, era la pareja de Grecia desde hacía cinco años y parecía no lograr escapar de sus temores, en el mundo de Morfeo.
Salió hacia la cocina, luego de haberse arreglado, para conseguirse con un espacio pulcro de gabinetes blancos, electrodomésticos negros y un mesón de granito negro que se extendía hacia afuera en forma de círculo; dando lugar a una mesa de desayuno, también estaban cuatro banquitos blancos de altura adaptable y sobre el mesón: jugo de naranja, café y un plato con diversidad de frutas, aguacate y un huevo pochado sobre una tortilla de avena y chía.
Un poco más allá se veía la espalda larga y la cintura estrecha de su mujer; cubierta por una camiseta blanca que se ajustaba a su cuerpo, cargaba el cabello color ébano amarrado con una pinza. Más abajo se veían las piernas, hasta la mitad del muslo porque el mesón impedía ver el resto, cubiertas por un jean azul claro, muy distinto al uniforme que solía usar como chef de uno de los restaurantes más concurridos del este de la ciudad.
—Sé que estás ahí. ¿Qué pasa? —preguntó Grecia, aun de espaldas, mientras lavaba el último vaso que quedaba en el fregador.
—Eres hermosa —dijo Victoria, de pronto. Mientras observaba a Grecia colocar el vaso a escurrir.
Grecia se volteó. Miró a su mujer unos instantes, directo a los ojos, marrones, casi color miel y le sonrió.
—Gracias —dijo, sin dejar de mirarla—. Tú también eres hermosa —retomó, luego de unos segundos—, en especial mientras te bañas —aseguró, sonriendo.
Victoria sintió algo de calor en el rostro, pero se limitó a sonreír.
—¿Está bueno? —quiso saber Grecia.
—¿Qué cosa? —preguntó Victoria, aun distraída.
—El desayuno Vicky.
—Ah... sí, gracias —contestó Victoria, mirando el plato.
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Quédate con ella
RomanceGrecia es una chef con una vida satisfactoria: estabilidad económica, un trabajo que le gusta, una novia que adora y planes a futuro con ella. Un día todo cambia para siempre, pierde lo que más quería y siente que su vida empieza a caerse a pedazos...