Capítulo 97: acosador

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       Grecia y Rafael estaban cocinando.

       —Ya corté esto, ¿está bien así? —preguntó Rafael, mostrando sus vegetales, como quien muestra la tarea a un profesor.

       —Está bien, para ser tu primer día. —Dado que Grecia no mentía, podría considerarse un buen halago, pero a Rafael no le pareció así.

       —Yo dije que mi fuerte era echarte cuentos mientras tú cocinabas, pero insististe en que fuera tu ayudante.

       —No te quejes, que este plato te va a dar puntos con tus futuras conquistas —aseguró Grecia—. Pon eso ahí, ven para que puedas distinguir la harina de trigo de otras harinas y de la fécula de maíz.

       —Eso ya lo sé hacer —rezongó.

       —No se vale leer el empaque, las puse en frascos sin nombre para que las identifiques.

       —Dale, es como una prueba.

       —Sí —confirmó ella.

       Él se acercó a donde ella estaba, con los frascos llenos de polvos blancos, y empezó a adivinar.

       —Esta es la harina —aventuró, señalando un frasco.

       —Rafa, agárralo, siéntelo y luego me dices —le dijo y él se acercó otra vez al frasco—. Abre la mano —le dijo y cuando él obedeció le puso un poco de harina en la palma—. Siéntela, acércate, para que puedas apreciar las propiedades organolépticas.

       —¿Las qué? —preguntó él y no obtuvo respuesta, sus ojos estaban muy cerca de su mano, y Grecia sopló la harina, toda aterrizó en el rostro de él.

       Él levantó la vista de su mano, para mirar directo a la cara a Grecia, ella sonrió ampliamente.

       —Hay que sentirlo —dijo ella, entre risas.

       —Corre.

       —Eres un caballero Rafael, no se te olvide —le recordó ella, dando un par de pasos hacia atrás, para aumentar la distancia entre ambos.

       —Dije que corras, ¿por qué no estás corriendo? —Preguntó él, con una sonrisa y Grecia empezó a alejarse—. Corre, que yo te voy a enseñar a distinguir otras propiedades de la harina —dijo él y agarró un puño de harina y se fue detrás de Grecia, que ya estaba corriendo.

       La persiguió un rato y cuando llegaron al balcón preguntó:

       —¿Será que la harina húmeda sale fácil del cabello?, ¿será esa una de sus propiedades?

       —Rafa, no es necesaria la violencia —dijo Grecia, usando la palma como muro entre ella y Rafael.

       —¿Tú dices? —preguntó él, pero vio hacia abajo y eso cambió todo el ambiente, se puso serio y salió corriendo fuera del apartamento.

       Grecia miró abajo y corrió tras él. Para cuando llegó era muy tarde, Rafael se había abalanzado sobre el hombre que la acechaba. Ella llamó a Rafael, por su nombre, a gritos, para que se detuviera.

       —¡Basta Rafael!, ¡lo vas a matar!, ¡te van a llevar preso y vas a convertir a un acosador en la víctima del cuento! —gritaba mientras intentaba halarlo por los hombros.

       Rafael se detuvo un momento, parecía haber recobrado el juicio, de forma transitoria. Grecia pudo ver la cara de su acosador. Y, aun cuando era de esperarse, le sorprendió ver el rostro de Martín, hinchado, rojo y con restos de harina, tras los golpes de Rafael.

Quédate con ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora