Capítulo 115: comisaría

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       —Perdón... no quise hacerte daño —le dijo Grecia a Lourdes, mientras la abrazaba, luego la separó de sí y la llevó a la acera.

       Se sentaron juntas, en silencio, pero Grecia mantenía uno de sus brazos alrededor de los hombros de Lourdes.

       —¿Sabes algo? —preguntó.

       Lourdes la miró, con la cara roja y los ojos húmedos.

       —Cuando estaba ahí dentro, hubo momentos en los que pensaba que no podía morir ahí.

       —Es normal... es instinto de supervivencia —aseguró Lourdes, quien estaba un poco más tranquila.

       —Le supliqué, mentí y me atreví a decir cosas que lo volvieran vulnerable, a pesar del miedo que me daba que todo saliera al revés, todo lo hice con la intención de salir de ahí.

       —Fuiste muy valiente.

       —No, eso no fue valentía. Sólo lo hice para no morir, porque no podía morir ahí... sin volver a verte a ti.

       Lourdes la miró en silencio, mientras su corazón latía con fuerza. El momento fue interrumpido por Elena, que había llegado al sitio, al igual que Javier y Marieta, que llegaron juntos.

       Elena le avisó a Lourdes que se encargaría de todo en su trabajo, luego fue a conversar con Rafael.

       —¿Estás bien mi niña? —preguntó Marieta, la abrazó, a pesar de Grecia estar bañada en sudor y orina. Saludó a Lourdes tomándole la mano y apretándola ligeramente, pero su atención estaba en Grecia.

       —Estoy bien.

       —Tienes suerte. Te dije que no fueses impulsiva, ¿qué parte no entendiste?, ¿por qué viniste a verte con él?, debiste llamarme, hubiésemos hecho una denuncia. Yo te dije que te iba a cuidar, ¿por qué haces tan difícil mi trabajo?

       —Javier, déjala quieta, ¿no ves cómo está? —reprochó Marieta.

       —Sentí miedo —se justificó Grecia.

       —No parece —señaló Javier, ante lo que parecía una respuesta absurda—. Cuando uno tiene miedo no va en busca de la fuente de terror.

       —Tiene cámaras, Javier, ¡cámaras!, adentro de la casa de Lu, ¡en su cuarto! —recordó Grecia.

       —Fue muy imprudente de tu parte, pudo haberte matado, y créeme, si eso ocurría, las cámaras iban a seguir en la casa de Lourdes. Tu muerte no iba a cambiar nada —le dijo con rudeza.

       —¡Déjala en paz! ­—le ordenó Lourdes, molesta.

       —Tienes razón —admitió Grecia—. ¿Me quieres decir algo adicional?, ¿o sólo querías recordarme lo impulsiva e imprudente que fui?

       —Victoria fue la mejor amiga que tuve. Me hizo una petición sencilla; que te protegiera legalmente del mundo, y aunque parezcas estar determinada a impedirlo, voy a cumplir mi compromiso con ella —le advirtió. Grecia sintió culpa, pero no dijo nada—. Tenemos que ir a la comisaría, para que declares.

       —Habla con la gente, diles que va a ir después, necesita ducharse y cambiarse —pidió Lourdes.

       —Sí, Javier, dale un respiro, no es fácil esta situación —apoyó Marieta.

       —Avísame cuando estés lista, lo ideal es que sea hoy mismo —Instruyó Javier.

       —Voy a la casa, me ducho y te veo donde me digas —aseguró Grecia.

       Rafael había estado conversando con Ilan y con Elena. Se acercó a donde estaban las muchachas.

       —Deberíamos irnos a la casa, ha sido una mañana terrible —dijo y extendió la mano para que Grecia se levantara.

       Grecia llegó a su casa, entró en la ducha y lloró, lloró desconsoladamente.

       Rondaba la una de la tarde. Javier había citado a Grecia en una comisaría cerca del restaurante, por algo relacionado a la jurisdicción. Grecia quería salir de eso cuanto antes. Rafael y Lourdes la acompañaron.

       —En un rato te llaman —le informó Javier a Grecia—. Rafael, ella va a estar bien, si tienes algo que hacer, te puedes ir. Lourdes sí debe quedarse —dijo, luego se dirigió a ella—. Deberías colocar la denuncia por las cámaras que instalaron en tu casa sin tu autorización.

       —Voy a comprar café, ya vuelvo —avisó Rafael, haciendo caso omiso a Javier.

       Javier fue a conversar con un detective y otra gente, Lourdes y Grecia se quedaron sentadas, esperando.

       —¿Cómo te sientes? —le preguntó Lourdes.

       —Rara, creo que debería sentirme aliviada, pero no es así. Tampoco me siento culpable, que podría ser otra alternativa. Pero yo no hice nada malo, ¿por qué me sentiría culpable? Estando ahí sentí lástima, pero fue breve. Vi un punto débil y lo aproveché, ¿eso me hace culpable?, ¿me hace responsable de su muerte? —dudó Grecia.

       —¡Por supuesto que no!, sácate eso de la cabeza, y ni de broma vayas a mencionarle ese temor a un policía. Escucha: Martín estaba loco y su suicidio no es más que el desenlace de una vida de locura, su decisión es la prueba de que no estaba bien de la cabeza. No todos los suicidas están locos, ni todos los locos se suicidan, pero este fue un loco que se suicidó, punto. Tú no tienes nada que ver con esa decisión.

       —No estoy tan segura... claro, yo no lo maté, pero quizá lo orillé a eso.

       —Una persona que no quiere suicidarse, o no es capaz de hacerlo; no lo hace, le digas lo que le digas. Esto tarde o temprano iba a ocurrir, contigo o sin ti, no le des el poder de hacerte daño de forma indefinida, después de muerto.

       —Yo le dije perdedor, y, en realidad, él necesitaba ayuda.

       —Él no quería ayuda, Grecia. Él quería venganza. Y, ¿sabes qué?, si las opciones eran que se muriera él o que te murieras tú, pues el resultado que tenemos es el mejor posible —aseguró Lourdes, con firmeza.

       Grecia la miró, en silencio, luego se sumió en sus pensamientos. Lourdes le tomó la mano y la sostuvo siempre, hasta que llegó Ilan a saludar.

       —Acabo de declarar. No vayas a asustarte, no hiciste nada malo —le dijo a Grecia—. Cuenta todo tal cual ocurrió y muestra las fotografías que me comentaste, ¿las trajiste?

       —Sí —afirmó Grecia, mostrando los sobres.

       —Te van a tomar declaración con tu abogado ahí, y son amigos, no te van a extorsionar ni nada de esas cosas, así que puedes ir tranquila, sólo di lo que pasó —recomendó Ilan. 

Quédate con ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora