Capítulo 58: la casa de Victoria I

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       Era lunes, Grecia y Lourdes se habían puesto de acuerdo para ir a la casa de los padres de Victoria.

       El viaje de ida fue silencioso, Lourdes estaba satisfecha por poder ayudar emocionalmente a Grecia y Grecia estaba agradecida por la presencia de Lourdes. Ninguna comentó nada, escuchaban música.

       Los ojos de Grecia se humedecían de vez en cuando, si la canción era muy triste o le recordaba a Victoria. Lourdes no dijo ni una palabra en todo el camino, le daba espacio a Grecia, pero, cada cierto tiempo, apretaba el antebrazo derecho de la chef, para recordarle que había alguien ahí, que podía consolarla, si así lo quería.

       —Llegamos —dijo Grecia, vía telefónica, para avisar que estaba afuera—. Aquí viven tres personas, son quienes cuidan la casa; se encargan de la limpieza, la jardinería y la vigilancia, de forma cotidiana, y contratan a personal especializado cuando algo necesita reparación o mantenimiento. Son buenas personas y, desde que murió Victoria, no se les paga, por lo que me sorprende que aún estén aquí —explicó, luego de terminar la llamada—. Hola —saludó a todos, una vez estacionada—. Ella es Lourdes, una amiga —aseguró—. Lourdes, él es Juan y ella es María, son esposos y él es José, su hijo, la última vez que lo vi medía veinte centímetros menos de lo que mide ahora y no tenía barba; cosas de la adolescencia.

       Todos sonrieron, con amabilidad, ante el comentario.

       —María, te pido, de favor, que le enseñes los alrededores a Lourdes mientras yo hablo algunas cosas con Juan, luego nos vemos adentro.

       Lourdes se fue con la señora y el muchacho. Grecia se quedó con Juan.

       —Lamento mucho haberme retrasado con los pagos y de verdad les agradezco que me dieran espacio y tiempo. Todo el asunto de Victoria...

       —No se preocupe señorita... es sólo un mes, no íbamos a olvidar una vida de servicio y pagos puntuales por un mes de retraso.

       —Imposible que sea sólo un mes, si nadie les ha pagado desde la muerte de Victoria.

       —La niña Victoria vino un par de semanas antes de morir y nos pagó varios meses adelantados... cualquiera diría que estaba enterada de lo que iba a pasar —comentó el hombre, con pesar—. Lo siento señorita... fue una imprudencia, no vaya a creer que yo creo que ella... usted sabe.

       —Juan, no se suicidó, todas las investigaciones se hicieron y no fue un suicidio...

       —No sabe cuánto me alegra señorita, porque yo siempre he pensado que, para que una persona tome una decisión tan drástica; debe estar sufriendo mucho o sentirse muy desesperada, me daría mucha tristeza saber que la niña Victoria estaba pasando por eso.

       Grecia estuvo pensativa unos segundos, la posibilidad de una tristeza irremediable en Victoria la involucraba a ella de forma directa y el sólo pensarse incapaz de hacerla feliz, la hacía sentir horrible.

       —No fue un suicidio —concluyó Grecia—. ¿Cómo van las cosas?

       —Bastante bien, señorita... ya remodelaron las habitaciones como nos pidió la niña Victoria, se cambiaron los pisos y los baños. Ella vio todo eso. Lo que no logró ver fue la remodelación de la cocina, que también está hecha. Ella lo dejó todo pago y lo que sí falta son los jardines y el chalet que ella quería junto a la piscina.

       —Vale... vamos adentro Juan, muéstrame las remodelaciones.

       Grecia veía las habitaciones; vacías todas, pero con pintura distinta, nuevas molduras de yeso, puertas distintas y piso de mármol nuevo, las ventanas eran diferentes también, ahora permitían una vista panorámica y, justo al lado, se encontraba un sensor de movimiento.

Quédate con ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora