Capítulo 90: buscando paz

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—¿Ese mismo día?, ¿en san Valentín?

—Sí, era casi medianoche y estaba en su carro, afuera del edificio.     

—Al final resultó que sí le gustas —comentó Verónica.

—Me besó —dijo Lu, con una sonrisa tímida y rubor en el rostro.

Verónica la miró con dulzura, en realidad la hacía muy feliz ver a Lu feliz.

—Me alegra mucho por ti, Lu —dijo sonriendo—. ¿Y qué tal besa?

—Muy... bien —aseguró Lourdes, con ojos soñadores y una sonrisa tonta.

—Tú tienes experiencia, ¿de verdad besa bien? —preguntó Verónica, poniendo en duda la respuesta anterior de Lourdes.

—Es verdad que ese primer beso era tan anhelado por mí, que me pareció el mejor beso de mi vida, pero me besó una segunda vez y también se sintió como la gloria, así que... besa bien.

—Estás enamorada... como nunca; por eso todo te parece mágico.

—¡Es mágico! —aseguró, sonriendo y se dejó caer en el sofá en el que estaba sentada. Verónica sonrió.

—¿Y ella?, ¿también lo ve mágico?

—No lo sé, pero ocurre algo diferente a lo usual. A mí Grecia siempre me pone nerviosa, desde el primer día que la vi, con el tiempo el sentimiento se fue potenciando, pero también refinando, mi nerviosismo es superior a como era al principio, pero sólo me ponen nerviosa ciertas situaciones, y yo creo que ella se daba cuenta, pero era indiferente o me ignoraba y ya. Después de besarnos, creo que sólo mi presencia la hace sentir incómoda.

—¿Según tú eso es algo bueno? No suena a algo bueno. 

—Ya no le soy indiferente.   

—Un delincuente en tu casa tampoco te es indiferente y te hace sentir incómoda.

—Tal vez la palabra «incómoda» no sea la más adecuada, aunque sí... depende del contexto —intentó explicar—. Lo que quiero decir es que, antes, cada movimiento que yo hacía o cada mínima señal que ella veía que ponía en evidencia mi atracción hacia ella, la ignoraba, como si no hubiese ocurrido.

»Ahora... es diferente, ahora es ella la que se siente incómoda cuando me tiene cerca, como cuando te pones nervioso porque alguien que te gusta mucho se aproxima y no sabes cómo actuar y por eso te sientes incómoda. 

—¿Y el asunto de su esposa fallecida?, ¿no crees que esté influyendo en esa «incomodidad»? 

—Es posible.

—Es probable —corrigió Verónica, con pesar.

—Es probable —aceptó Lourdes—. ¿Por qué hiciste eso?, ¿por qué me bajaste de la nube?

—Me encanta verte feliz, Lu, más con este tipo de felicidad, no lo había visto antes, pero... no quiero que te hagan daño.

—Grecia no va a hacerme daño.

—¿A propósito?... no.

Lourdes suspiró y Verónica la abrazó.

—Vive lo bonito, pero ten precaución. Y si al final te rompen el corazón... voy a estar aquí.

Lourdes sonrió. Luego de un rato se despidió, recibió un mensaje de Javier.

***

—Hola.

—Buenas tardes señorita Giacomelli, gracias por venir —dijo Javier.

—Buenas tardes.

—Tome asiento... la contacté porque quiero pedirle que sea testigo en el juicio que se lleva a cabo en la actualidad por concepto de la demanda interpuesta por el señor Martín Vázquez en contra de Grecia Cáceres.

—Grecia no quiere que sea testigo —informó Lourdes y Javier se mantenía a la expectativa—. Yo no quiero llevarle la contraria, pero, si, en este momento, usted me dice que el resultado de ese juicio depende de mi testimonio... yo lo hago.

—El testimonio sería de utilidad porque demuestra que el acoso de Martín no se limitaba a la cocina, pero no es indispensable.

—¿Usted quiere que yo testifique sobre la discusión que tuve con él?

—Sí.

—No sé qué tan útil sea, la verdad; porque él fue grosero y hasta impertinente, quizá; porque se acercó a la mesa para hacer el reclamo que quería hacer, y a mí me molestó mucho, pero no sé si eso pueda llamarse maltrato o acoso —explicó Lourdes.

Javier le pidió que describiera en detalle lo que había ocurrido y, una vez lo revisó, descartó el testimonio.

***

Los días libres de Grecia estaban por acabar, pronto debía empezar a trabajar en el hotel, todo estaba listo para comenzar, el lunes siguiente iniciaban oficialmente. Al ver la cercanía de su nueva vida laboral, decidió tomarse unas horas para ella, fue así como terminó frente a aquellas letras de madera, separó una silla de hierro forjado y se sentó.

—¿Buscando paz? —escuchó a su espalda.

—Lu —dijo Grecia, en cuanto la vio. Contuvo la sonrisa, aun así, se notó.

—Hola —dijo Lourdes, sonriendo—, no esperé conseguirte aquí. 

—Tienen buenos desayunos... y sí... estoy buscando paz. 

—¿Te puedo acompañar? —preguntó, con timidez.

—Claro, ¿por qué no podrías?

—No sé... estás extraña y todo está raro, en general —dijo y se sentó—. Tengo la sensación de que estoy involucrada en tu falta de paz.

—No te equivocas —afirmó—. Pero... no es por malos motivos... no me arrepiento de nada, si es lo que te preocupa —le dijo, mirándola a los ojos y le sonrió.

Lourdes se sonrojó.

—¿Te parece si ordenamos algo? —preguntó Grecia.

Lourdes asintió. La vio llamar a un camarero y solicitar un menú.

Grecia empezó a revisar el menú y a proponer opciones, pero Lourdes sólo sonreía y la veía; le pareció estar viendo sus pestañas por primera vez, las tenía largas. El reflejo del sol daba la impresión de que sus ojos eran más claros de lo que en realidad eran. La nariz tenía una mínima elevación en el puente nasal, le pareció atractivo. Sus labios parecían más carnosos y humectados, la tenían hipnotizada. El trance se rompió cuando Grecia giró el menú y señaló algo:

—Esto suena bien, ¿te gustaría probarlo? —preguntó.

Lourdes vio la mano de Grecia sobre el menú, notó que tenía dedos largos y ese pensamiento la hizo ruborizar agresivamente, sintió calor en las orejas y tuvo que tragar saliva para recomponerse.

—¿Estás bien? —preguntó Grecia y al ver la mirada fija de Lourdes, retiró la mano del menú y se sonrojó también—. Creo que te va a gustar, voy a ordenar —informó y giró el rostro para ocultar el rubor. 

Comieron y conversaron, Lourdes aprovechó la oportunidad para informar a Grecia que, después de todo, su testimonio no era tan útil.

Quédate con ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora