Capítulo 9

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Lauren acarició el cabello de Camila y la observó dormir. No tenía prisa por despertarla. Pronto podría reanudar la campaña para persuadirla de que lo acompañara en sus viajes, aunque la tarea no parecía tan fácil como había creído cuando organizó el plan de estar a solas con ella.

Apagó el teléfono y lo dejó en la mesilla. Había sido una suerte que Camila no lo oyera. No necesitaba saber que habían detenido a su madre para interrogarla, aunque finalmente quedara en libertad. Aparentemente, la relacionaban con el robo de una cartera, pero Sinuhe había argumentado que en realidad había intervenido para atrapar al ladrón y que, al huir, éste había dejado caer la cartera que ella llevaba encima para entregarla a su legítimo dueño. Salió libre de la comisaría por falta de pruebas.

Lauren no conseguía comprender por qué Camila, que era la mujer más inteligente y atractiva que conocía, padecía complejo de inferioridad. Y tenía claro que iba a ser una ardua tarea ayudarla a superar el infierno que había sufrido en su infancia. Aun así, confiaba en su propia habilidad y recursos. Pero, por el momento, prefería darse un tiempo con el que quizá no contaba, y olvidar que habían tenido problemas en el pasado y que debían tomar decisiones respecto al futuro.

La luz del amanecer se filtraba por las ventanas iluminando la piel de Camila que tanto adoraba. La primera vez que lo habían hecho la noche anterior, en el desierto, había sido una experiencia extraordinaria. Entre otras cosas porque, aunque no se lo hubiera confesado a Camila, ella era la última mujer con la que había estado, hacía ya más de un año.

Llevaban toda la vida jugando a ocultarse información. Por eso a Lauren no le extrañaba que Camila todavía no le hubiera dicho por qué exactamente la habían llevado a casa de Martha Lewis.

Camila era la persona más escurridiza que conocía, y eso que había interrogado a los más experimentados delincuentes. Además, no quería que se sintiera acorralada.

Sin embargo, ansiaba saber más cosas de ella y dudaba de que se le presentara una mejor oportunidad que aquella para obtener información que luego podría usar para convencerla. Y, cuanto más tiempo pasaba con ella, más urgente era la necesidad de convencerla.

Había sido una ingenua al creer que un par de días con ella bastarían, así que tendría que inventarse algo para conseguir que se tomara más tiempo libre y accediera a pasar más tiempo lejos de su adorado restaurante. ¿Por qué no se daba cuenta de que no era más que un edificio de ladrillos y madera?

Había confiado en que hacer el amor en el desierto le hiciera reflexionar sobre todo lo que se perdía al ceñirse a los límites de su casa.

Camila suspiró y se revolvió a su lado. Lauren dejó de acariciarle el cabello para no despertarla. Quería seguir contemplándola. Sólo se habían despertado juntos el año anterior, cuando pasaron un fin de semana juntas. De adolescentes, nunca se lo habían podido permitir.

Camila apartó las sábanas, se giró de costado y tiró de la sábana hasta cubrirse los senos. A continuación giró una vez más hasta quedarse boca arriba, con el cuello arqueado.

Lauren decidió que sólo un santo podría
resistirse a una diosa.

-Buenos días, cariño -susurró, y le besó el cuello.

-Mmmmm -replicó ella, alargando la mano para acariciarle el pecho y girando la cabeza para facilitarle el acceso.

Lauren se dijo que no le importaría despertarse con Camila más a menudo. Pasó una pierna sobre las de ella y le acarició los senos. Camila se revolvió.

-Buenos días -dijo, y le dio un rápido beso en el hombro antes de deslizarse hacia un lado y ponerse de pie-. Voy a cepillarme los dientes.

Por la brusquedad con la que habló, Lauren dedujo que no se despertaba de buen humor y sonrió al haber averiguado un detalle tan íntimo. Tomó una segunda almohada e, incorporándose, se apoyó en el cabecero a esperarla. Camila salió del baño, subió en la cana y, tras darle un beso en los labios, se metió debajo de la sábana.

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