Capítulo 4

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Camila pasó el trapo por la barra por enésima vez. El local había quedado inmaculado después de la fiesta de Sophie.

Tony y Amelia habían subido al segundo piso con Martha. A Amelia le había costado mucho dejar caer sus barreras y entregarse al amor. Y el pobre Tony había perdido una hija en un accidente. Su primera mujer, considerándolo culpable, se había divorciado de él. Tony era un hombre maravilloso que merecía ser feliz.

¿Y Austin? Nadie podía negar que fuera atractivo. Sin embargo, y a pesar de que se alojaba en el tercer piso, para Camila no constituía ninguna tentación. Nunca le habían gustado las personas corpulentas. Ni las personas pelirrojas. Ni siquiera las personas morenas.

En realidad solo había una mujer que le interesara, una mujer con el cabello negro y un ego descomunal.

Camila apoyó una cadera en la barra y miró por la ventana hacia el muelle, donde podía ver recortada la silueta de Lauren, mirando al horizonte.

A menudo le había dicho que el agua lo ayudaba a reflexionar y a solucionar problemas. El agua la atraía. Había navegado en regatas de competición tanto en Estados Unidos como en Europa, pero su verdadera pasión, a la que su madre no le había dejado dedicarse profesionalmente porque lo consideraba un deporte demasiado plebeyo, era el fútbol.

Para no enfrentarse a ella, Lauren había ido a la universidad con una beca mixta para cursar estudios y practicar deporte, y había acabado eligiendo una profesión al servicio público, también en contra de la opinión de su madre.

Al cumplir veintiún años, tal y como había dejado estipulado su padre en su testamento y ante el horror de su madre, heredó la casa y la mitad de su fortuna, y ya no tuvo que rendir cuentas a nadie.

Camila apretó el trapo y se llevó el puño al pecho. No podía negarlo: aquella compleja mujer la dominaba.

Su mirada vagó hacia la cesta llena de regalos para Sophie, encima de los cuales destacaba la mochila ergonómica rosa que Lauren le había comprado. Sólo alguien tan considerado como ella habría tenido en cuenta sus problemas de espalda y se habría molestado en buscar el modelo adecuado. Sólo una mujer muy segura de su feminidad elegiría un objeto rosa sabiendo que era el color favorito de Sophie.

Y para Camila, que se hubiera tomado esa molestia significaba más que si le hubiera regalado una ostentosa joya. Así que merecía que fuera a darle las gracias.

Dejó el trapo en el fregadero y cruzó el jardín hacia el muelle. Mecánicamente, se quitó la goma del pelo y sacudió la cabeza para que sus rizos se soltaran, mientras se repetía que lo hacía para librarse de la tensión que sentía en las sienes, y no porque supiera que Lauren la prefería con el cabello suelto. Por otro lado, se dijo, tampoco había nada malo en ceder un poco a la vanidad cuando se iba a hablar con una antigua novia.

Con cada paso que la acercaba a Lauren se le apretaba el nudo que sentía en el estómago. Era la misma sensación que años atrás, cuando esperaba de madrugada en su ventana a verla salir de su casa y a que le hiciera una seña para que se reuniera con ella. Enseguida paseaban juntas por la playa, compartiendo sueños y besos.

Sabía que no debía anhelar tanto mantener una simple conversación con ella, pero lo cierto era que no podía dominar sus emociones.

Se detuvo al llegar a su lado.

-Todavía estás aquí -comentó. Lauren se volvió y apoyó los codos en la barandilla-. Podría haber sido una merodeadora al acecho.

Lauren había dejado la chaqueta sobre la barandilla. Su camisa blanca destacaba en la oscuridad, la corbata asomaba por el bolsillo de la chaqueta y se había desabrochado la camisa. El final del cuello quedaba a la vista y Camila pensó cuánto le gustaría besarle aquel trozo de piel.

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