Capítulo 2

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—Viendo cómo usas esa pistola de pegamento, no me extraña que los hombres te rehuyan.

Camila sabía que Amelia estaba en lo cierto. Sólo una hermana, aunque fuera adoptiva, era capaz de dar en el clavo de aquella manera. Colocó sobre la superficie de trabajo las bolsas de regalo, la purpurina y las caracolas, junto con el papel de seda. Estaba aprovechando el tiempo antes de que los habitantes de la caravana se pusieran en marcha. Necesitaba serenarse tras el encuentro con Lauren antes de enfrentarse al siguiente problema. 

Miró por la ventana diciéndose que su romance había acabado hacía años y que debía aparcar cualquier recuerdo relacionado con ella. Su hermana estaba terminando de decorar un pastel y dos chicas ayudaban a servir los últimos desayunos en el comedor. La brisa que removía las cortinas de encaje no conseguía despejarle la mente ni aliviarla del calor que se le había propagado por todo el cuerpo al ver a Lauren.

Puso otro pegote de pegamento fundido en la bolsa morada.

—Seguro que me tenías guardado ese comentario desde que te acusé de parecer una bengala cuando estabas furiosa con Tony.

Su hermana había evitado enamorarse con todas sus fuerzas, aún cuando ello significara ser madre soltera, pero, finalmente, el atractivo veterinario, la había conquistado.

Amelia agitó en el aire la espátula llena de cobertura de tarta.

—¡Así que tengo razón! —exclamó—. ¡Estás enfadada con una persona!

—¿No tienes que ocuparte de tu hija? —preguntó Camila, sarcástica.

—La pequeña Martha está apaciblemente dormida —replicó Amelia con una mueca de burla.

Camila le creyó. Su hermana lograba que todo en la vida resultara fácil. Era ordenada, tranquila y serena. Incluso su cabello rubio y su clásica manera de vestir contribuían a reforzar esa imagen.

Amelia jamás vestiría la ropa colorida que Camila compraba en tiendas de segunda mano y que, a su vez, era el reflejo de sus vivas y animadas piezas de arte.

Amelia dio una palmadita afectuosa a su bebé. La maternidad le sentaba bien. En ese sentido, era la que mejor había asimilado el estilo de su madre adoptiva.

La tía Martha había sido una excéntrica y maravillosa mujer. Tras perder a su prometido en la guerra de Corea, decidió permanecer soltera y dedicar su vida a la adopción de niñas con dificultades. Un sin número de ellas habían pasado por su casa. La mayoría había vuelto con sus familias después de un tiempo y muchas habían pasado a otros hogares. Al final, sólo habían quedado ella, Amelia y Sophie, que acababa de graduarse en empresariales y en cuyo honor habían organizado la fiesta sorpresa que las ocupaba en aquel momento.

Como su hermana pequeña era tímida y no le gustaban las multitudes, habían optado por una celebración discreta y familiar. Se merecía un reconocimiento a sus esfuerzos; con su habilidad e inteligencia natural, había llevado las cuentas del Beachcombers desde el mismo día de su apertura, dos años atrás.

Camila sostuvo la pistola de pegamento. Automáticamente, recordó las veces que había visto a Lauren guardar la suya en la funda sobaquera, y un escalofrío le recorrió la espalda.

—De acuerdo —dijo—. Estoy armada y soy temeraria, ¿qué relación tiene eso con las personas?

Amelia imitó el gesto con una manga pastelera que acababa de usar para escribir Enhorabuena en la tarta de Sophie.

—La cantidad de pegamento que estás usando con esas bolsas, sólo puede indicar una cosa.

—¿Qué?

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