Capítulo 10

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Lauren posó la mano en la parte baja de la espalda de Camila al subir las escaleras de su casa a la vez que se decía que debía tener paciencia. Si había conseguido negociar treguas entre grupos combatientes en territorios hostiles, podría lograr que una mujer le diera una segunda oportunidad.

Durante la comida, Camila le había dicho que prefería posponer la conversación hasta volver a casa.

Cuando llegaron a Charleston, Camila se había enterado de que la madre de Lauren estaba en el médico y había insistido en que quería unas copias de las fotografias que les habían sacado en la fiesta de graduación. Según decía, las que tenía ella se habían estropeado por culpa de una gotera.

Lauren creía recordar que las suyas estaban en un baúl, en el ático. Ya había hecho una llamada al departamento de policía para ver si había alguna novedad en el caso de las tarjetas de crédito y habían quedado en mandarle las grabaciones de las cámaras de seguridad del centro comercial.

Entre tanto, le tranquilizó ver que Camila evitaba a sus familiares.

Cerró la puerta y, al volverse hacía ella, vio que observaba el vestíbulo detenidamente. Aunque no era la primera vez que entraba en la casa, lo cierto era que había ido en contadas ocasiones. Lauren intentó ver la casa a través de sus ojos sin éxito. Para ella, estaba demasiado mezclada con los ecos de la áspera y fría voz de su madre, y con los portazos de su padre saliendo airadamente tras discutir con su madre y dejarla con la palabra en la boca... llorando.

Para ella, aquella casa era sinónimo de oscuridad. Aun con todas las cortinas abiertas, resultaba deprimente y sombría.

Camila se volvió.

—Es una casa verdaderamente maravillosa.

Lauren masculló algo al tiempo que posaba la mano sobre una pieza de bronce en forma de león, que de pequeño había protagonizado muchas de sus pesadillas.

—¿No estás de acuerdo? —insistió ella.

Lauren dio una palmadita al león.

—Es asfixiante.

—Sólo porque tu madre conserva una decoración muy recargada y cortinas de terciopelo y brocado.

Lauren miró a su alrededor con el ceño fruncido. Era posible que Camila tuviera razón, pero le costaba creer que una capa de pintura pudiera borrar la marca de su violento padre.

—¿Tú qué harías?

—Quitaría las cortinas y las sustituiría con contraventanas y visillos. Necesita más aire. No tiene sentido vivir frente al mar y no poder contemplarlo.

Camila se detuvo y observó unas fotografias que había sobre la repisa de la chimenea y el cuadro al óleo que la coronaba. Sobre el piano, que nadie tocaba pero que la señora Jauregui consideraba una pieza de decoración fundamental, había más fotografias.

—Continúa —la animó Lauren, aunque en realidad disfrutaba más del sonido de su voz que de lo que decía. Aunque dudaba de que la casa pudiera salvarse, si alguien podía hacer algo por ella, era Camila—. ¿Qué más harías?

Camila sacó del bolsillo una cinta y se recogió el cabello como si fuera a ponerse a trabajar.

—No creo que te guste la idea, pero yo quitaría la mitad de los muebles y pintaría el resto en tonos más claros.

—Eso le devolvería la vida —comentó Lauren. Por ella, y de no ser porque a su madre le daría un ataque al corazón, podía empezar deshaciéndose de los leones—. ¿Por qué has dicho que la idea no me gustaría?

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