S I E N N A

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— ¿Quisieras ser mi esposa?

          Se lo había preguntado delante de una docena de grandes señores, damas, caballeros y otro centenar de personas que habíaN tenido el privilegio de compartir un lugar en la mesa principal del gran salón del Nido de Águilas.

         Habían servido la comida, cantado canciones, y hecho brindis en su honor. Gasper Arryn se lo había prometido cuando le había pedido quedarse hasta que decidiese si apoyaba o no al Trono de Hierro en las guerras del Sur y en la amenaza invisible del Norte.

          Sienna Stark había conversado cortésmente con todos los señores del asunto e incluso con la madre viuda de lord Gasper, lady Delta, quien había demostrado para ella toda cortesía junto con sus damas de compañía, en que a Sienna no le faltase nada material ni intelectual en su estadía en el Valle, de modo que siempre le habían conversado de modo que pudiera nutrir el pensamiento ante la incorrecta noción de que Sienna era sólo libros y erudición.

          Sin embargo, Gasper Arryn siempre le había gastado bromas y se había divertido a costa de ella. Era el único en todo el Valle que por momentos se olvidaba de los títulos y de las ganancias políticas. Ella en cambio sí se divertida, pero nunca olvidaba el verdadero juego que más importaba. Y en su mente quería creer que lord Arryn tampoco lo olvidaba.

— Mi señor... - sólo pudo decir, mientras que a su alrededor se extendía un salón que era mitad silencio y mitad algarabía.

          Pero el rostro de lord Arryn no era de juego. Era una proposición cierta, de lo contrario, no lo habría expuesto frente a toda su caballeresca corte. Y entonces Sienna Stark entendió que aquel era el precio que el Valle exigía para entregar sus espadas a la voluntad de lo que el Trono de Hierro demandaba.

— Está demorando mucho en decir que sí, mi señora - le susurró lord Royce quien compartía lugar a su izquierda mientras lord Arryn, vestido de blanco y azul celeste, de plata bordada y oro blanco, con el cabello largo tras de sí adornado con una coronilla alada con pequeñas piedras preciosas, le sonreía con una rodilla y una punta de espada puesta en suelo.

— No puedo, mi señor - le susurró de vuelta a lord Royce, quien ensombreció el gesto.

          Y Sienna Stark supo que se había dejado dominar por el pánico.

          Entonces miró a los invitados, dejó salir la más hermosa de las sonrisas, descendió de la mesa principal e hizo ondear su vestido de seda blanqueada con perlas de río y dejó que el cabello cobrizo dorado la siguiera por el camino como la doncella más preciosa y codiciada de todos los reinos conocidos de los hombres.

          Para que nadie más notase lo que le había dicho a lord Royce y lo que sus palabras le habían hecho a su cara, fingió.

— Mi señor - dijo, cruzando con toda coquetería un brazo por el alto hombro de lord Arryn mientras lo rodeaba y se contoneaba a su alrededor -. Conversemos en privado.

— Conversemos aquí, lady Sienna - le sonrió, con ojos de la más pura reciprocidad amorosa.

Ya estoy casada, mi señor - le dijo, tras sonreír a quienes vitoreaban -. Brys Targaryen me tomó como esposa durante mi estadía como rehén suya en el Bosque Real.

          Nadie más lo notó. Nadie más que ella. Pero lord Gasper Arryn unió las cejas, cerró la sonrisa, endureció la mandíbula y apretó con fuerza el brazo y la cintura de Sienna Stark ahí  donde sujetaba para que no se escapase. 

          Pero al instante siguiente volvió a mostrar la más galante de sus expresiones de devoción. Se puso de pie con virilidad, gritó y animó de júbilo a sus invitados, hizo girar a Sienna sobre sí misma y con un gesto pidió más vino, más música y ordenó a los señores y a su señora madre a reunirse con él salón del trono de madera, sin que muchos lo notasen. 

Poniente III: Corona de CuervosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora