Me bañé con un jaboncito artesanal. Me gustó tanto el olor que dejaba que me enterré en la tina como una hora, solito y sentado entre el agua tibia y todas las burbujas. Miré los azulejos, la ventanita, el gran espejo y mi pijama preparada no sé para qué, porque no la iba a usar. Ya se me hicieron los dedos de viejo y salí antes de que el cuerpo se me pusiera como pasa de uva. Tanto así no quedé, pero se me arrugaron los dedos de los pies y de la mano, me reí mucho por eso. Mi habitación estaba calentita porque tenía aire acondicionado, me la pasaba encerrado ahí todo el día. Me saqué con cuidado, me puse la ropa interior y el short blanquito de tela suave. Ya sentía mi feromonas por todas partes, se volvían fuertes cada segundo y eso me enojaba. Quería sentir el olor del jabón y viene este que me hace enojar. No me gustaba el limón, y así olía mucho. Peiné mi pelo y me puse las pantuflas, no me fijé por la ventana si el lobo venía. Sabía que iba a estar así que solo tendí mi camita y me senté para ponerme las medias blancas. Me apuré a tomar las vitaminas porque no iba a comer mucho en esos tres días. Bueno, iba a tragar de todo, menos alimento. Miré las pastillas anticonceptivas, eran chiquitas y blancas, iguales a las vitaminas. Las tenía en un frasquito con la etiqueta blanca. Ni sé para qué las tomaba si dentro de unas semanas me iban a quitar todos los cachorros para siempre.
Entrecerré los ojos, ya sintiéndome un poquito perdido. El olor a limón me llegó hasta los pulmones y la mirada se me puso risueña, como drogada. Desde la última vez mi Omega me molestaba, disgustado, no quería que Alfa viniera, aunque me rogaba que le abriera las piernas y al segundo me hacía sentir odio por él. Miré las pastillas y las tiré al piso, al igual que las vitaminas. Igualitas quedaron. Simplemente me bajé y empecé a juntarlas, aunque sabía diferenciarlas mi Omega se hizo el tonto y dejó a la suerte. Las levanté y las dejé listas sobre el mueble.
No pasó mucho tiempo para que él se hiciera presente. Lo primero que llegó fue su aroma, una picante pigmentación que me llenó los pulmones y me enrojeció las mejillas. Me quedé sentado, pero me levanté para recibirlo. Cada paso que di pude sentir mis muslos húmedos en lubricante, todo para él, por él. Cuando abrió la puerta de mi habitación me quedé bien quietecito. Parecía agitado, tenía una camiseta blanca y los primeros tres botones desabrochados, miré la corbata en su mano y mis ojos se cristalizaron. Automáticamente llevó una de sus manos grandes a mi pelo, ni le grité del dolor porque ya me había enterrado la lengua dentro de la boca. Me agarró de la cintura con fuerza y casi me hacía caer al retroceder. Tan bruto, sediento, sus ojos destellantes y la fuerza con la que me agarraba me hizo sentir incluso más drogado. No podía percibir ya bien los toques, simplemente quería que me tomara. Él me dejó en la cama y me quitó el short con tanta rapidez que ni notó que me había rasguñado los muslos. Tampoco lo sentí, el aroma de mi lubricante terminó por volver sus ojos en un rojo vivo y yo le abrí las piernas, moviendo mi cuello y enseñándole la piel pálida para que la destrozara en mordidas.
Ya en ese punto perdí por completo la noción. La luz se me fueron de los ojos y se me llenaron de lágrimas, él me atacó toda la piel con su lengua, sus dientes. Se arrodilló entre mis piernas y hundió la boca en mi entrada, las lágrimas resbalaron por mis mejillas y los gemidos me abandonaron sonoramente. No pude aguantarlo, todo toque me volvía sensible y necesitado. Su aroma picante, sus manos grandes rodeando mis muslos, acariciando mi vientre. Me hacía ver chiquito y eso me encantaba, me gustaba que fuera más grande, que me mirara con sus ojos dilatados, cubiertos de un deseo animal. Me incliné un poquito y busqué su rostro, sus manos, él me buscó también. Nuestras lenguas se encontraron y llevé una mano a su miembro palpitante, ese que se escondía debajo del pantalón que le apretaba mucho. Se lo bajé con cuidado y lo miré, rojizo, enorme, húmedo y venoso. El lubricante salió espeso de mi interior y empapé mis dedos en él. Lo miré y apreté la mano en su miembro para lubricarlo bien aunque no hiciera falta. Si se hacía notar era mejor, a veces pensaba que me gustaba el dolor que él me daba.
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Llanto de cachorro
WerewolfEl derecho a decidir por su cuerpo y vida acabó en el instante que él lo miró a los ojos. Su aroma, su presencia, toda su dominación eran fuertes bofetadas contra la piel y eso le gustaba. No había tantas explicaciones. Le gustaba. Le encantaba. ¿E...