ocho

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Se quitó los zapatos antes de entrar a su hogar. Gibrán estiró su cuerpo y apretó sus costillas con las manos. El ruido de sus huesos fueron música para sus oídos, sintiéndose más ligero. Respiró profundo y una pequeña sonrisa ladina se presentó en sus labios cuando notó las feromonas que rodeaban el aire. Bajó la mirada al suelo, claro que iba a darse cuenta.

El Omega se despojó del bolso, del ligero abrigo. Suavemente caminó por el oscuro hogar, silencioso y frío. Todo estaba envuelto en su aroma, pero había cierta pizca de picante que le retumbó en la nariz y lo sorprendió en un principio. Se detuvo frente a la puerta de la habitación de su cachorro y ahí lo vio. Tan alto como lo recordaba, de espalda ancha y hombros grandes. Su cabello estaba bien cortado y traía una sudadera negra junto con pantalones deportivos oscuros. Estaba sentado en la pequeña cama.

—Dean —murmuró, recostando su cuerpo en el umbral de la puerta. El alfa no lo miró.

—Es injusto lo que me pides —lo escuchó responder. Levantó una ceja, asumiendo que estaba hablando de los documentos del divorcio.

—A mí me parece muy justo.

—Es mi cachorro también, no puedes negarme las visitas —bramó, al fin sus ojos se encontraron. El Omega lo miró desde arriba, con su aire de grandeza como siempre. El Alfa frunció el ceño y automáticamente se puso de pie. Su cuerpo pareció crecer más, pero ni su presencia ni sus feromonas causaron cambio alguno en su compañero—. No firmaré una mierda.

—Me dices esto... después de desaparecer dos meses. Mi cachorro ni siquiera recuerda tu rostro. Eres un extraño para él.

Dean inspiró el aire profundamente. Lo vio apartar la mirada, llenándose de frustración, ira, cualquier cosa que lo quitara de las casillas. Gibrán trató de ocultar la sonrisa que quería formarse en su rostro. Se relamió los labios.

—Teníamos un trato —murmuró Dean con su voz grabe. Gibrán alzó las cejas.

—No conmigo, con mi padre —acabó—. Supongo que al final no le gustaste tanto.

—¿Y crees que estarás bien con otro Alfa? —cuestionó, el Omega se encogió de hombros, despreocupado. Tenía tal aire de tranquilidad que eso alteró al alfa frente a él. Dean apretó los dientes—. Te tomarán. Ninguno de los míos aceptará casarse contigo y no tenerte de rodillas frente a él. Eres una burla... te creíste dominante toda tu vida, crees que puedes ser como los míos, follando Omegas y mirando a todos como si fueras lo mejor. Cuando en realidad tu naturaleza te vuelve sumiso y débil.

—Claro que me creo lo mejor —Gibrán se enderezó, sonriendo—. Si no fuera más que tú, no me estarías rogando para que no me divorcie de ti. A ti no te importa mi cachorro, te duelen los millones que me quedaré y los que perderás cuando papá deje de invertir en un fracaso como tú.

Dean lo miró con sus grandes ojos intensos. El destello rojizo vibraba en sus pupilas y su aroma se volvía pesado cada segundo. Gibrán frunció el ceño, ocultando las manos en su espalda, le temblaban ligeramente. Sus mejillas apenas se tiñeron de un carmín. Sabía que poseía dominación y poder. Sabía que sin él Dean perdería mucho, demasiado, que en cierto punto, podía sentir miedo en él. Gibrán lo miró ansioso, claro que él era el dominante. El más fuerte. Él, con su cuerpo suave y su belleza delicada, con su Omega temblando y su mirada tenaz. Tenía una naturaleza indiscutible, pero ningún infeliz lo doblegaría a su gusto. Porque si Dean daba un paso, él ya se encontraba a veinte más delante que este. Así lo había criado su padre.

—Cállate —murmuró Dean en un gruñido. Los vellos de la nuca de Gibrán se erizaron uno por uno. Su rostro se sonrojó y apenas la estabilidad se quebró en él. Había usado su voz en él. En él. El rostro de Gibrán se convirtió en enojo, ira, y de un segundo a otro volvió a su calma de siempre. Pero dentro suyo, su Omega temblaba. Observó cómo el tinte de aquellos ojos se volvieron escarlata pura. Peligro, aromas picantes y dominantes que lo harían entrar en calor y arrodillarse de terror y miedo. Gibrán le ofreció una sonrisa torcida, ansioso. Su cabeza era un lío de pensamientos, acciones y sentimientos. De un segundo a otro, se calmó. En sus tiernos y viles ojos se instauró un brillo extraño, una intención asquerosa y nefasta.

Llanto de cachorro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora