Apagó el secador de pelo ni bien sintió los mechones suaves entre sus dedos. Eliazar suspiró, suavemente se colocó el buzo de algodón color crema, el short pijama y medias blancas y térmicas que calentaron los deditos de sus pies. Salió del baño y se arrojó a la cama, frotando su naricita rojiza contra la tela blanca y limpia. Libremente dejó salir sus feromonas, inundando el lugar con su aroma para transformarlo en un dulce y delicado nido. Acomodó los almohadones a su alrededor, las innumerables frazadas y mantas. El Omega se acurrucó, completamente sonrojado por el calor inmenso en aquella gran cama. Acarició su vientre unos segundos, mirando el techo.
Tenía un cachorrito dentro suyo. Un bebé. Aún no podía creerlo, no cabía en su cabeza la posibilidad de traer a una pequeña criatura al mundo, de su cuerpo, su fuerza. Sus dedos repasaron la piel suave de su pancita, ¿sería niño? Pensó en la posibilidad de tener un bebé que se pareciera a él, al menos en lo físico. Por ahora, debería buscar ropita blanca, neutro; elegir un cuarto de la casa para decorar o simplemente traer una cunita al suyo propio para ver al cachorrito siempre.
Sus mejillas se prendieron al pensar en el padre del bebé. Cierta vergüenza atravesó sus cachetes, su cuerpo. Le gustaba la idea de tener a su bebé lo más cerca posible, pero solo esperaba que el Alfa no lo atacara en aquella habitación por las noches, al menos con su bebé cerca. Eliazar mordió sus labios, apretando las piernas. Una pequeña ola de tristeza inundó su cuerpo, sus ojos cayeron a la ventana que daba a la inminente intemperie. El cielo despejado completamente iluminado por cientos de estrellas. Deseaba de todo corazón que su bebé no fuera como él.
De repente, un golpe sordo se oyó en la puerta. Eliazar elevó la cabeza, apenas dio el permiso para que pasaran cuando el aroma picante acarició su nariz. Su cuerpo se encogió, sus piernas se apretaron y lo miró con grandes ojos. El alfa se asomó apenas, sus hombros grandes revelaron brazos pálidos y fuertes. El minino se quedó quieto, esperando alguna reacción.
—¿Quieres...? —empezó el Alfa no muy convencido. Sus ojos viajaron del rostro de Eliazar a sus piernas regordetas. Su alfa enloqueció como un animal desesperado, ansioso por empujarlo contra la cama y apretarlo contra él—. ¿Necesitas algo?
Unos segundos de silencio.
—Cuna... una cuna, y ropita de bebé —susurró el Omega apretando las manos en su vientre. El hombre asintió, sus ojos repasaron los rizos formaditos de Eliazar, su bello rostro. Los colmillos dentro de su boca presionaron entre sí, ansiosos por romper la piel de su cuello. Apenas dio unos pasos, su alfa estaba risueño, a gusto por el simple hecho de pensar que había llenado ese vientre de un cachorro suyo. Lo posesivo le carcomía la cabeza, ansioso, se inclinó frente al Omega. Se puso en cuclillas bajo su atenta mirada asustada. Eliazar empezó a emitir una gran cantidad de feronomas que rozaban el miedo, los nervios. Eso generó extrañas sensaciones dentro suyo—. ¿Al... Alfa?
—Tu aroma es diferente —murmuró. Acercó una mano a sus piernas, el Omega dio un saltito, apretándolas al instante. Lo miró en un segundo y su agarre se reafirmó tras un suave gruñido que brotó de su garganta. Los ojos de Eliazar se cerraron, sus mejillas se decoraron de un suave carmín y su cuerpo empezó a temblar ligeramente. No prestó tanta atención a ello, las yemas de sus dedos se abrieron paso por los muslos suaves hasta llegar al vientre. Empujó suavemente del Omega y se metió entre sus piernas. Podía notar el pequeño vientre pronunciado que ahora tenía. Lo acarició con lentitud, Eliazar lo miró preocupado, rojo por completo.
—N-no... —lo oyó susurrar tan bajito que apenas pudo notar su voz quebrada. Lo soltó al instante, pero no se alejó de sus piernas. Eliazar lo veía con nerviosismo, lo sentía aterrado. Tal vez, demasiado. Numerosas veces lo había expuesto al peligro, a cosas peores que lo reventaron violentamente. Todas ellas no evitaron que volviera a él con los ojos cegados y el cuerpo dispuesto. Ahora un pequeño pedazo de carne lo separaba de esa realidad lejana. Sus ojos destellaron, sentía la vibración de un gruñido en su garganta, pero lo evitó. En cierto modo, ver su cara asustada y preocupada, rojiza por los sentimientos, lo provocó en el interior. Algo resonó en su estómago. Era su Omega. Suyo. Y no podía evitar la ansiedad que le daba no poder tocarlo y dominarlo como siempre.
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Llanto de cachorro
WerewolfEl derecho a decidir por su cuerpo y vida acabó en el instante que él lo miró a los ojos. Su aroma, su presencia, toda su dominación eran fuertes bofetadas contra la piel y eso le gustaba. No había tantas explicaciones. Le gustaba. Le encantaba. ¿E...