nueve

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Inicio.

Yo nunca entiendo nada.

Pienso que es la edad, tal vez. A mí no me gusta lo complicado, lo que me hace doler la cabeza. Como mirar las noticias, ahí, en la tele vieja que mi mamá y yo teníamos en casita. Problemas por todos lados había siempre. Que guerras por acá, que venden nenes, que les quitan la ropa y no sé qué. A mí nunca me gustó ver eso. Que soy muy sensible, mi mamá decía.

Yo le quiero mucho a mi mamá. Muy bonita es ella, se parece a mí. O yo me parezco a ella, creo que es. Siempre me dijo que yo le quité la belleza, los rulitos, los ojitos brillantes. Osito me decía. Y no sé por qué si siempre se me notaban las costillas del hambre. Que de oso no tengo nada. Capaz las ganas de comer. Siempre sonreía mamá. Nunca nada era problema para ella. Si no había luz, íbamos a buscar leña y prendíamos fuego. Así vivían los cavernicolas decía.

Muy buena era mi mamá. Y no entiendo por qué le pasó eso. Que le atacaron, y ella es sensible como yo. De repente una tarde me dijo que se iba a comprar algo y pum, nada. No la vi en dos días. Me morí de hambre sin ella y siempre, siempre la esperaba al lado de la ventana. Pensé que se había ido, como papá. Le lloré mucho a mamá esa vez, y no entiendo. Cuando llegó habían muchas marquitas rojas en su piel. Parecía un arbolito de navidad, le dije para que se riera conmigo. Pero las manchitas rojitas, verdes, violetas y amarillas no eran como lucecitas, estas dolían y no sé por qué le hacían llorar mucho. Yo siempre me golpeaba sin querer y tenía el cuerpo lleno de eso, pero no entendía porqué yo no lloraba y ella sí. Si mamá era fuerte.

Yo no sabía qué más hacer para que se riera conmigo. Primero mamá lloraba mucho, después nada, solo se acostaba y no movía ni un pelo. Ni siquiera cuando mi panza me dolía por no comer, ni cuando me caí por las escaleras y no desperté hasta la noche. Yo también me llené de lucecitas esa vez. Después se levantó, enojada, y gritaba mucho. Nos encerraba en casa y a veces solo nos juntábamos en el sillón viejo. Yo me acostaba y apoyaba la cabeza en sus piernas. Y me miraba ella. Me acariciaba la cabeza, los rulos.

-Creo que vas a ser igual a mí -me dijo una vez. Yo le sonreí. Qué lindo ser como mamá, pensé. Que mi mamá es fuerte.

Creo que a los trece le entendí. Yo no iba a la escuela, ni leer sabía bien. Pero mi mamá me habló de cómo era el mundo. Me lo contaba como un cuentito y para mí eran las re historias. Nunca salía, nunca. A mí no me gustaba salir, muy fea la gente. Todo me daba ganas de llorar. Tal vez sí soy sensible después de todo. O un tonto. Yo la miraba a mamá contarme las cosas, que los betas, que los Alfas, Omegas, que el celo, los nidos, el embarazo. Había uno que parecía muy bueno, lo mejor, y yo quería ser lo mejor para mamá. Pensé que iba a ser de esos con voz rara, los dominantes, los Alfas. Que así te protejo le dije a mi mamá.

Y no. Mi mamá lloró mucho cuando se me calentó el cuerpo y se me mojó la ropa interior. Ella estaba más asustada que yo, creo. A mí mucho no me preocupó, si siempre voy a estar con ella, que si me voy se muere. Y si ella se va yo también me muero. Pero no sé qué pasó, que dos años después mamá me sacó de casa, con la mochila con un poco de ropa y fuimos a un lugar raro.

Habían un montón como yo, como mamá ahí. Todos éramos casi iguales. La misma estatura, los hombros delgados y chicos, el cuerpito flaco. Yo los miraba a todos con atención, algunos venían solos, otros acompañados.

-Eliseo -me decía mi mamá, acomodándome la campera vieja. Yo miraba para todos lados, mucha gente-. Ahora va a venir un camión. Quiero que te subas, que agarres los papeles que te di y te quedes callado.

Llanto de cachorro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora