Tenía quince cuando perdí la virginidad.
Fue a escondidas de todos. Y aunque lo hubiera hecho de lo más evidente, no creo que a mi familia le importe. Excepto a papá. Él es el único que me quiere de verdad.
Tal vez por eso lo hice. Me dejé llevar, no sé por qué. Se llamaba Cal, tenía diecisiete años y asistía al mismo instituto que yo. Me sacaba una cabeza de altura, era pelirrojo y las pecas cubrían el noventa porciento de su cuerpo. Iba conmigo al club de lectura. Era elegante, hermoso, olía bien y por sobre todo, me atraía lo inteligente que era.
Usaba anteojos de marco dorado y redondo. Tenía una nariz fina, ojos verdes y cejas pobladas. Su voz era profunda y lenta, me gustaba. Me gustaba demasiado. Encontrarme con él fue como abrir las puertas a mi vida sexual. A todo lo que conllevaba, desde el sexo, el interés, la atracción, las primeras erecciones que venían por alguien. Todo.
Me había tocado pensando en él, incluso antes de saber que eso se llamaba masturbación. No podía evitar apretar las piernas, encogerme, me ponía tonto.
Hice de todo para coincidir con él. Me uní al club de lectura a los catorce años, no entendía nada. La mayoría de los libros que trataban eran clásicos que no llamaban ni una pizca de mi atención. No era porque fuera tonto, sino que ya los había leído en casa debido a la educación exhaustiva que papá me obligaba a tener. Me gustaban las historias de suspenso, terror, todo. Odiaba lo romántico y Cal lo adoraba.
Fue bastante interesante debatir eso con él. Era más grande, con ojos rasgados y un vocabulario exquisito. Me gustaba, pero también adoraba el hecho de ganar todo. La primera impresión que le di fue una irritación absoluta. Cal disimulaba muy bien el desagrado que sentía y nunca, pero nunca en mi vida me sentí tan atraído por ver a alguien desquiciado por mí.
Hacía de todo por molestarlo intelectualmente. Cada cosita que decía estaba cargado de ciertos errores y yo me aferraba a ello para discutirle a morir. Jamás me volví tan experto en literatura como ese año. Jamás gané tantos puntos extras por querer ver enojado a un Omega que me llevaba dos años de vida.
Jamás me había calentado por ver a alguien enojado.
Cal se había adueñado de mi primera ilusión. En casa me la pasaba encerrado en la biblioteca. Discutía con mis hermanos más grandes sobre autores y libros. Ellos eran Alfas y su jerarquía le permitía una educación mucho más útil y elaborada que la mía.
Eran siete en total. Casi todos de matrimonios diferentes que mi madre tuvo con varias Omegas. Yo, en cambio, nací del vientre de un hombre y creyeron que tal abominación me atribuyó mi jerarquía débil. Mamá no me amaba y mis hermanos tampoco. No me importaba, en realidad, ellos tampoco se querían. Se veían como rivales. A pesar de compartir la mesa donde comen, de haber vivido la mayoría de sus años junto al otro. Supuse que sería el orgullo de un Alfa y la presión de mamá en la nuca.
Todo se trataba de poder para ellos. Harían lo que fuera para mantener el rango, para seguir brillando. Cuando yo nací era un cachorro pequeño y delicado. Nadie lo esperaba, ni mis abuelos, ni mamá. Nadie. Supuse que la humillación que se le subió por la cara la obligó a mentir. Porque lo dijo descaradamente, con una sonrisa en los labios.
—Mi hijo será un Omega fuerte y hermoso y espero que ustedes críen Alfas que sean dignos de pedir su mano.
Todo su interior lloró al decir esas palabras. Mamá no me soportaba. No me odiaba, pero lo único que me ataba a ella era la posibilidad de unirme en matrimonio con una familia rica para aumentar su capital. Me lo había dicho, fría y seca, la primera vez que me vino el celo.
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Llanto de cachorro
WerewolfEl derecho a decidir por su cuerpo y vida acabó en el instante que él lo miró a los ojos. Su aroma, su presencia, toda su dominación eran fuertes bofetadas contra la piel y eso le gustaba. No había tantas explicaciones. Le gustaba. Le encantaba. ¿E...