Capítulo 3.

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Gabrielle vio con temor el rostro de Becky Robinson quien tenía el ceño fruncido y la miraba como si quisiera apuñarla con mil cuchilladas en ese momento.

Volteó, y vio como sus compañeros la miraban con cara de: espero que descanses en paz. Volvió a mirar hacia adelante y se dio cuenta que aquella malvada coordinadora estaba más cerca de ella, esa  mujer se movía demasiado rápido.

— ¿Por qué estaba gritando, señorita Smith? — preguntó casi en un susurro, mirando fijamente a la rubia, incomodándola demasiado.

— Eh... Yo... Es que...— tartamudeó nerviosa. No tenía nada que decir, todo lo que dijera sería en vano, sabía que igual le pondrían un muy malo castigo.

— ¡Que argumento tan brillante! — gritó sobresaltando a los presentes. — Mañana, Gabrielle Smith, irás a detención, y nos divertiremos mucho, mucho....

Un segundo después, ya la coordinadora estaba fuera del salón, regañando a otros estudiantes que se encontraban fuera de clase. Gabrielle, por su parte, comenzó a insultar a esa víbora, no se recordaba de lo mala que era. Ahora tenía que quedarse mañana a, seguramente, hablar de lo malo que era gritar en clase y pura palabrería estúpida que la rubia nunca lograría entender.

— Oh, mierda. — dijo Jonathan acercándose a Gabrielle. — Eres una chica mala, preciosa... Y me gustan las chicas malas. — sonrió.

Gabrielle sonrió de vuelta, sintiendo el calor colándose por sus mejillas, pero no quería demostrarle a Jonathan que siempre que le decía cosas así se volvía completamente loca. — Tonto.

Jonathan rió y se sentó rápidamente en su puesto debido a que ya el profesor de Historia Universal había llegado ya. Gabrielle pensó que su día no iba de lo mejor, ya que no le gustaba esa materia, siempre fue mala en eso de memorizar fechas y no, definitivamente, no es su fuerte.

Decidió abrir su cuaderno y tratar de tomar nota de todo lo que el profesor Marcus Sky decía, y también tratar de prestar toda la atención que se requería en el momento. El año pasado había reprobado esa materia, y no podía darse el lujo de volver a hacerlo, pero por suerte, la profesora del año anterior consiguió una mejor oferta en otra secundaria y renunció. Gracias al cielo.

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El timbre sonó y Gabrielle se estiró en su puesto suspirando aliviada, no quería oír más palabras acerca de Napoleón Bonaparte, sentía que su cabeza iba a explotar por tanta información retenida en su cabeza.

Agarró sus cosas y salió a paso apresurado del salón; estaba bajando las escaleras con un grupo de alumnos de último año, cuando sintió que alguien toco su hombro, volteó con nerviosismo y sonrió al ver de quien se trataba.

— Hey. — dijo el ojiverde, sonriendo radiante.

— Hola. — respondió la rubia con una sonrisa amplia. Amaba mostrar sus hoyuelos.

No dijeron más, pero si siguieron bajando aquellas largas escaleras para ir, por fin, al receso. Pero obviamente, primero la rubia debía ir a su casillero a dejar sus cosas y no cargar con muchos libros en todo ese receso.

— Ese tal Gerard no te quitaba la mirada de encima. — susurró Jonathan en el oído de la rubia, con un tono que ésta no lograba descifrar. Era fría, o cortante, realmente cualquier de las dos era válida.

— ¿Qué con eso?

— Que no me gusta. Te mira en exceso y con una mirada no muy bonita.

La rubia quedó ojiplatica, no sabía cómo reaccionar ante esa confesión, pero luego se dio cuenta que Jonathan estaba celoso, y no tenía por qué estarlo, ¡era más que obvio aquella razón! No eran absolutamente nada, es más, apenas se conocían. No era para nada justo. — Oye, Dallas. No soy absolutamente nada tuyo, es más, apenas nos conocemos. No tienes por qué celarme de esa manera, no tienes ni el más mínimo derecho a hacer eso.

Ojos verdes, ojos café.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora