Capítulo 9.

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— Oh Dios. — gruñí por aquel horrible dolor en mi cabeza. Efectivamente era una resaca, y en estos momentos, era la peor tortura existente en este mundo.  Esta era la segunda vez que experimentaba una resaca así. La primera fue en la fiesta de cumpleaños de Katherine que, literalmente, enloquecí. Y al día siguiente toda esa locura se convirtió en dolor. Un terrible dolor.

Abrí mis ojos lentamente para encontrar un techo blanco, sin vida, iluminado por los rayos que se filtraban por la ventana, por lo que calculé que eran las 12 y algo de la tarde. Recorrí mi mirada en aquella habitación que no era mía, y en la cual nunca había estado en mi vida. E inmediatamente el pánico invadió mi ser de tan solo pensar en las locuras que había hecho en esa fiesta y con quien me había ido que me encontraba en su cama. En la cama de un desconocido.

De lo siguiente que me di cuenta es que estaba en una cama matrimonial, y que también, estaba completamente desnudaba. Miré mis brazos, que tenían unos chupones que no se quitarían sino en una semana. El pánico crecía más y más al ver cada chupón.  

Giré mi cabeza hacia donde se suponía se encontraba un hombre, pero cuando vi, nada. No había nadie. Pero ese sentimiento en la boca de mi estómago que reflejaba culpabilidad y pánico, iba a explotar en cualquier momento.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos cuando vi mi ropa en el suelo, tirada como una basura. Justo como me sentía en aquel momento, una basura. Una completa basura.

Y las lágrimas fueron más fuertes cuando lo vi a él, parado con una sonrisa en el marco de la puerta. Y ahí es cuando recordé todo.

Las palabras que le dije a Gerard, cuando entramos en aquella casa y cuando nos besamos. Recordé absolutamente todo lo que habíamos hecho.

Apreté mis puños y sentí las lágrimas caer por mis mejillas. La rabia y la impotencia invadieron mi ser, y no permitían que respirara correctamente. El, aquella persona que creí que tendría buenas intenciones conmigo. El, aquella persona que me ilusiono mil veces para nada. Y el, aquella persona que hizo que mi corazón debatiera entre él y Jonathan.  

Jonathan.

Ahogué un sollozo al recordar sus hermosos ojos verdes. Sentí que lo estaba traicionando y me sentía cada vez más mierda al recordar todas aquellas hermosas palabras que decía.

— Hola, nena. — saludó Gerard entrando a la habitación. — Creí que no sería tan fácil, pero fue todo lo contrario, lo logré…

La rabia aumentó y apreté más mis puños, clavando mis uñas en las palmas de mis manos, causando que doliera. Pero más dolía lo que me hizo Gerard. Jamás se lo perdonaría. Él ahora estaba muerto para mí.   

— ¡Eres un imbécil! — escupí mirándolo con dolor y rabia en mis ojos.

— ¡Vamos, nena! Admite que te gusto…— masculló cínicamente.

— ¿Cómo te atreves? — grité furiosa, con un nudo en la garganta, que amenaza con explotar en cualquier momento. — Te odio, te odio, te odio…

El dolor se notaba cada vez más en mis palabras, nunca me había sentido tan mal en mi vida. Gerard había arruinado mi vida.

Amarré con fuerza aquella sabana alrededor de mi cuerpo y me paré de esa asquerosa cama. Caminé con paso seguro hacia él y lo miré, buscando aunque sea una pizca de arrepentimiento en sus ojos cafés, pero en vez de eso, veía diversión.

Me devolví hacia la cama, pero en vez de volver a sentarme en ésta, le lancé el vaso de vidrio que se encontraba ahí. — ¡Maldito sucio!

Por mi mala puntería, el vaso no dio donde quería, pero dio bastante cerca, y con eso me conformé. Seguí con el reloj despertador que se encontraba ahí. — Te odio, ¡ojala te mueras! — grité más fuerte que nunca, y me quebré, simplemente no aguantaba verlo más.

Ojos verdes, ojos café.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora