Capítulo 4: Noche

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Nadie podía negarte que lo estabas intentando, llevabas un largo rato dando vueltas en aquella estúpida y exageradamente blanda cama. ¿Por qué Rogers había decidido darte aquellos dichosos informes? Agradecías haber podido leer aquella información, pero al mismo tiempo cientos de preguntas y escenarios te bombardeaban la mente; desde el porqué de ser tú la elegida como experimento para el proyecto, hasta que pasó realmente entre Maya y Tony, aunque esto último podías contestártelo tú misma sin pensar demasiado por la fama del multimillonario.

-Por dios. -espetaste volviendo a darle la vuelta a la almohada y apoyando la cabeza con brusquedad en esta.

No podías creer que de estar en un pequeño pueblo tranquilo y alejado del mundo pasaras a estar en Nueva York. El problema no era la ciudad, que ya de por sí era ajetreada, sino que estabas junto a los Vengadores y estos no sabían lo que era una vida tranquila, es más, te llegaba a preocupar qué cosas llegarías a vivir con ellos, quizá nada, pero si querían entrenarte no era para que te quedaras sentada en aquella torre esperando a que regresaran de sus misiones o quizás sí, simplemente te querían como... como lo que habías sido hasta ahora, un espécimen más de su colección.

-Se acabó. -molesta te incorporaste y de forma decidida saliste de la cama.

Cuando Natasha aquella tarde te había acompañado a la habitación, te había señalado donde estaba el baño común y recordabas que no quedaba muy lejos, pero a oscuras sería algo más complicado llegar a tu objetivo.

Nada más salir de tu habitación, te pegaste a la pared que quedaba justo enfrente y, poco a poco, con una mano apoyada en esta, fuiste dando pasos bajo la tenue luz de las calles que entraba por los ventanales. Te era difícil distinguir por dónde ibas, pero pareció que tu memoria no te había traicionado, pues tras caminar lentamente unos minutos llegaste a una puerta en la que, al detectar tu presencia, se encendieron todas las luces de la estancia.

-Por fin. -dijiste aliviada para ti misma.

Entraste al baño y te refrescaste la cara, te miraste al espejo unos segundos: tenías buen aspecto, te veías descansada y no parecía que hubiera rastro alguno de... ¿Qué estabas buscando realmente? ¿Enfermedad? ¿Mejoría? Moviste la cabeza de lado a lado varias veces de forma suave y volviste a echarte agua fresca, el objetivo era despejar la cabeza, no encontrar más pegas a la situación.

Una vez creíste que estabas preparada para volver a la batalla con tu cama, saliste rápidamente del baño y te volviste a pegar a la pared. Ibas algo más confiada, puesto que ahora la luz del baño te ayudaba a ubicarte mejor. Caminabas rápido dejando la luz a tus espaldas hasta el momento en el que se apagó, entonces, te quedaste rígida en mitad del pasillo. Habías recorrido bastante, por tanto, por intuición seguiste unos cuantos metros más y entraste a tu habitación. Te metiste en la cama y extrañamente caíste rendida a los pocos minutos mientras observabas algunas de las nuevas sombras que habían aparecido en el techo de la estancia.

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Empezaste a despertar y a desperezarte de forma lenta, sin prisa, pues era de aquellas veces que la cama se sentía extremadamente suave y calentita. Dejaste salir algún que otro ruidito mientras dabas vueltas sin querer salir de allí, te envolvía un olor dulzón y agradable.

-Mmmh. Que bien huele. -murmuraste remolona mientras te estirabas ahora bocarriba.

-Gracias.

Te quedaste inmóvil y abriste los ojos de golpe, mirabas al techo tan quieta que parecía que ni respiraras; lo último que esperabas era una contestación y menos de aquella voz ahora ya conocida. Tras lo que pareció el minuto más largo de silencio de tu vida, decidiste girar la cabeza lentamente hacia el origen de la voz y te topaste con unos ojos azules llenos de curiosidad que te prestaban toda su atención.

La Hija de Extremis (Steve Rogers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora