𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 1

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Península del Mar Jónico, 1819.


Bridgette pisó el embarcadero y sintió que la tierra aún se agitaba debajo de ella. Luego caminó por el muelle y se quedó mirando a su alrededor. Había esperado que Katona fuera hermosa, pero no tan increíblemente hermosa como en realidad lo era.

El pequeño puerto con sus casas de madera y techos de tejas rojas era bastante pintoresco, pero más allá de ellos estaba el verde oscuro de los campos de olivas y de nuevo más allá, unas montañas abundantemente arboladas, que terminaban recortadas contra el azul claro donde estaban los picos, nevados y deslumbrantes de una cordillera. Y por si eso fuera poco, por todas partes había flores. Flores en los jardineras de las casitas, flores en las laderas más bajas de las montañas, en los barrancos, bajo los olivos, manchas de colores brillantes que la dejaban sin aliento ante la maravilla de ellos.

—Mi nuevo país— se susurró a sí misma. Sus ojos azules brillaban en su pequeño rostro en forma de corazón mientras esperaba a que un hombre corpulento de ojos celestes y pelirrojo con el uniforme de suboficial, cruzara el muelle hacia ella.

El hombre la saludó con elegancia mientras decía:

—He pagado a diez hombres para que lleven su equipaje a la posada, milady. ¿Me permitiría acompañarla?

—Ciertamente no, señor Raincomprix— respondió Brid —Sé que el Capitán está teniendo dificultades para mantener el barco estable en este mar salvaje. Deseará que regrese lo antes posible.

—Pero mi señora, debería haber alguien que la acompañe.

—Anticipo que estarán esperándome en la posada— respondió Bridgette —Además, no podían estar seguros de la hora exacta o del día exacto de nuestra llegada.

—De hecho no mi señora, y pueden considerarse afortunados de que estemos aquí.

El Sub-oficial sonrió mientras hablaba y Brid le devolvió la sonrisa.

—En algunos momentos fue un viaje bastante aterrador— dijo —pero he llegado sana y salva, por ello estoy profundamente agradecida. ¿Podría transmitir mi agradecimiento a la tripulación?

—Lo haré, mi señora. Ha sido un privilegio y un honor tenerla a bordo.

—Gracias, señor Raincomprix— Dijo Bridgette, quién le extendió la mano a modo de despedida.

Y el oficial le estrechó la mano.

—Me gustaría Milady, en nombre mío y de todos los miembros de la tripulación, desearle una gran felicidad en el futuro— Dijo sonriente

—Muchas gracias, señor Raincomprix— agradeció Brid de nuevo.

El hombre pelirrojo le dirigió otra sonrisa, se dio vuelta y caminó con elegancia por el embarcadero hasta donde esperaba el barco que había llevado a Lady Bridgette Dupain-Cheng y su equipaje desde el barco. Estaba tripulado por ocho marineros británicos y Brid reprimió el impulso de saludarlos, pensando que eso sería demasiado familiar. En cambio, se volvió y caminó lentamente tras los hombres que llevaban sus baúles a la espalda. Algunos de ellos eran muy viejos, observó con un sentimiento de consternación, y estaban casi doblados por el peso de carga. Bridgette pensó que era extraño que los elegantes y finos vestidos que formaban su vestimenta pesaran tanto.

Pero no estaba particularmente interesada en sus baúles en este momento, sino más bien en las personas que veía de pie afuera de sus casas y trabajando en el puerto, sabiendo que con ellos estaba su futuro. Los hombres eran de cabello oscuro y de complexión robusta con rasgos marcadamente definidos, las mujeres eran regordetas, de pecho amplio e indudablemente atractivas. Tenían caras sonrientes y su piel, que estaba quemada por el sol ardiente, era de un marrón dorado. Los niños de ojos negros brillantes y curiosos, llevaban en la cabeza gorritos rojos con borlas largas, que formaban parte de su traje nacional.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora