𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 8

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Por un momento, cuando sintió la dura presión de su boca, se quedó quieta de puro asombro.

Luego, mientras trataba de extender las manos para apartarlo, algo como un destello rápido recorrió su cuerpo, era una sensación tan maravillosa y tan hechizante, que no podía moverse.

Solo podía sentir, como nunca antes lo había sentido, un éxtasis que parecía hacerla vibrar con una emoción que no sabía que existía. Los brazos del Conde la sostenían con tanta fuerza que apenas podía respirar. Su boca, apasionada y posesiva, la mantuvo cautiva y sintió un estremecimiento tras otro que la recorría hasta que ya no era ella misma, sino parte de él.

Sintió como si él le arrancara el corazón y se lo quitara de su cuerpo. Todo lo que era bello, espiritual y perfecto, se identificó de repente con el sentimiento que él provocaba en ella.

No tenía idea de cuánto tiempo la abrazó, pero cuando él levantó la cabeza solo pudo mirarlo perpleja, hasta el punto en que solo sabía que su voluntad y su propia identidad ya no eran suyas.

—¡Dios te amo!— dijo en katoniano, con voz ronca e inestable.

Luego volvió a besarla, la besó lentamente con besos profundos, feroces y exigentes para que ella se agitara y se moviera bajo la violencia de sus labios. Al mismo tiempo, una llama parpadeaba dentro de su pecho y respondía salvajemente al fuego que ardía en él.

Finalmente, cuando parecieron tocar los picos mismos de las montañas, cuando pensó que el éxtasis dentro de ella debía elevarla hacia el cielo, él levantó la cabeza una vez más.

Con un pequeño grito y un esfuerzo casi sobrehumano, Bridgette se soltó de sus brazos. Ella solo pudo alejarse unos metros de él y luego se hundió entre las flores, todo su cuerpo temblaba, sus manos fueron instintivamente a su pecho.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos e interrogantes, sus labios temblando por sus besos.

—¿C-cómo... pudo... u-usted?— preguntó en un susurro.

—La amo.

Su voz era muy profunda y sus ojos estaban fijos en los de ella.

—Pero... está... mal— trató de decir.

Luego se llevó una mano a la boca y murmuró casi como si se hablara a sí misma.

—Yo-yo no... sabía que un... beso podría ser... algo como... eso.

—Un beso no es así— dijo el Conde —a menos que dos personas se amen de verdad.

—Pero nosotros... no podemos, no debemos...— tartamudeó la ojiazul.

—¿Por qué no?— el Conde preguntó —¡Soy un hombre! Y ningún hombre, mi querida dama, podría estar contigo como lo he estado yo estos dos últimos días y no amarte.

—Yo... no... entiendo— dijo patéticamente.

—¿Es tan difícil de comprender?— preguntó —¡Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida! También eres la más valiente, la más dulce y la más amable ¿Se le podría pedir más a una persona tan pequeña?

—¡Tú... no-no debes decir estas cosas!— gritó Brid —Está mal... ¡sabes que está mal!

—¿Alguna vez el amor está mal?— preguntó el Conde.

—No sé sobre... el amor— dijo la peliazul.

—Pero yo sí— respondió —y el verdadero amor viene solo una vez en nuestra vida. Un amor que es todo lo que un hombre y una mujer buscan, rezan y esperan encontrar algún día.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora