𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 5

103 14 2
                                    



Bridgette se despertó y vio la luz que se filtraba a través de las ventanas sucias. Por un momento no pudo recordar dónde estaba.

Entonces vio las moribundas ascuas del fuego todavía enrojecidas, y frente a ella, tendido en el otro banco de madera de modo que no lo había notado al principio, el Conde yacía profundamente dormido.

Con mucha suavidad, para no despertarlo, se puso de pie.

Sentía la cadera entumecida por la dureza de la madera, pero ya no estaba cansada y el sueño profundo que había disfrutado toda la noche la había dejado fresca y llena de energía.

Miró al Conde y vio una vez más que se había quitado la corbata y la camisa estaba un poco abierta.

Ella apartó rápidamente los ojos, sintiendo que no debería mirarlo mientras estaba inconsciente. Al mismo tiempo, no pudo evitar notar que cuando él estaba relajado parecía mucho más amable y menos intimidante.

«Quizás, es porque tiene los ojos cerrados» Se dijo a sí misma.

Llevando su gruesa capa sobre su brazo y tomando el bolso que contenía sus únicas posesiones del piso donde el Conde debió haberlo dejado, se dirigió hacia las escaleras. Crujieron mientras los subía, pero cuando llegó arriba y miró hacia atrás, el Conde aún dormía.

Entró en el dormitorio en el que le habían dado para dormir.

Olía peor, pensó, incluso que la noche anterior, y cruzando la oscura habitación sacó la basura que se había metido en la ventana y dejó entrar los primeros rayos de sol.

Estaba decidida a arreglarse antes de emprender una vez más su viaje. Pensó que quizás hoy, llegarían a Djilas y no tenía ningún deseo de llegar pareciendo una gitana.

De pie sobre la mesa estaba la vasija con agua en la que se había lavado la noche anterior. El balde todavía estaba medio lleno. Se acercó a la ventana, vio que abajo no había nada más que arbustos y tiró el agua sucia.

Luego se desvistió, pero tuvo cuidado de no poner su ropa en el suelo, que parecía no haber sido lavado durante años, sino en su capa. Se lavó con agua fría y la sintió fresca y vigorizante, luego se secó en su camisón.

»Cuando llegue a Djilas, alguien me podría prestar un camisón hasta que llegue mi equipaje« Pensó con seguridad.

Luego se vistió de nuevo, se cepilló el pelo y trató de arreglarlo lo mejor que pudo con la ayuda de un pequeño espejo rajado que encontró pegado a la pared. Luego, habiéndose puesto un poco de polvos en su pequeña nariz, bajó las escaleras.

Todo esto había llevado algo de tiempo y no se sorprendió al descubrir que la sala del frente estaba vacía. Fue hacia la cocina y se encontró con el Conde que salía de ella.

Se había afeitado y la corbata volvía a estar alrededor del cuello.

—Se levantó temprano— habló él.

—Quería arreglarme un poco— le respondió.

—Se ve muy elegante— dijo, y ella no estaba segura de si era un cumplido o una crítica.

La esposa del posadero les estaba cocinando huevos para el desayuno. Brid pensó que era demasiado tarde para evitar que estuvieran duros, pero sintió que sería grosero quejarse. Por otro lado, la gallina vieja que le había enseñado a cocinar a la mujer la noche anterior, parecía tierna y apetecible. Las cebollas y la leche que había añadido Bridgette a la olla le habían dado sabor.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora