Bridgette apretó más sus brazos alrededor del cuello del Conde. Deseando que todo acabara rápido, había cerrado los ojos, pensó en su familia y en cuanto los amaba. Incluso recordó al Príncipe y pensó con tristeza, el hecho de que nunca pudo conocerlo.
Entonces, cuando estaba a tan sólo unos milímetros a punto de besar al Conde, un grito repentino rompió el silencio en la cueva. Fue tan agudo, tan estridente, que casi instintivamente tanto ella como el Conde, se voltearon para ver qué estaba pasando.
Era una mujer que había gritado y no los señalaba a ellos, sino a un niño que estaba a sus pies.
Era un niño de unos dieciocho meses con aspecto demacrado, pero en ese momento tenía el rostro rojo y sus ojos salían de las órbitas. Era bastante obvio que estaba luchando ineficazmente por respirar.
Por un momento todos se quedaron mirándolo conmocionados, mientras la mujer gritaba y chillaba, su voz resonaba cada vez más fuerte.
Luego rápidamente, casi sin pensar, Brid quitó sus brazos del cuello del Conde y agarrando al niño, lo tomó en sus brazos y lo puso boca abajo. Por un momento lo mantuvo en esa posición dando leves palmadas en la pequeña espalda y luego, algo salió de su boca y cayó al suelo.
¡Era una piedra!
La mujer había dejado de gritar cuando la ojiazul había levantado al niño, por lo que todos oyeron claramente el sonido de la roca cayendo sobre el suelo de piedra.
La mujer que había gritado se inclinó hacia delante para recogerla. Lo sostuvo en su mano, y luego cuando Bridgette puso al niño de nuevo en sus pies, comenzó a llorar, era el rugido fuerte y de protesta de un niño pequeño que ha estado asustado.
Su madre lo ignoró y sostuvo la pequeña piedra en su mano para que todos la vieran. Luego se arrodilló frente a la peliazul y le besó la mano. Había lágrimas corriendo por su rostro y estaba diciendo algo con la voz quebrada una y otra vez.
Brid miró al Conde y al hacerlo, estalló un murmullo en la cueva.
El jefe de los bandidos se acercó a ellos. Le habló a la gente y ellos guardaron silencio mientras él estallaba en una avalancha de palabras que Brid no podía entender.
Pero pudo ver que estaba sonriendo y se inclinaba hacia ella. La mujer seguía besando su mano, mientras que el niño era consolado por otra mujer que lo había tomado en brazos.
El Conde habló en voz baja.
—El Jefe dice que le ha salvado la vida a su único hijo. Tiene ocho hijas, pero éste es su heredero.
La voz del Conde se hizo más profunda y la joven ojiazul pudo escuchar el alivio en ella mientras continuaba traduciendo lo que había dicho el Jefe.
—Ya no somos sus prisioneros ni vamos a morir. Somos sus invitados y habrá una fiesta en nuestro honor.
Bridgette lo miró desconcertado. Luego se tambaleó ligeramente y el Conde rápidamente le pasó el brazo por el hombro.
—Está bien— dijo —todo ha terminado. Nos ha salvado a los dos.
La muchacha respiró hondo y la sensación de entumecimiento que la había hecho sentir que todo era un sueño, comenzó a desaparecer. Incluso ahora no podía darse cuenta de lo cerca que había estado de la muerte.
Las mujeres de la tribu se amontonaban ansiosas por recibir instrucciones del Jefe.
—¿Y ahora que está sucediendo?— Preguntó.
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𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰
Dragoste-𝙀𝙨 𝙞𝙢𝙥𝙤𝙨𝙞𝙗𝙡𝙚 𝙦𝙪𝙞𝙩𝙖𝙧 𝙙𝙚 𝙡𝙖 𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚, 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙚 𝙨𝙚 𝙚𝙣𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙧𝙖 𝙚𝙣 𝙚𝙡 𝙘𝙤𝙧𝙖𝙯𝙤𝙣. Ciertamente, ese no fue el recibimiento que esperaba lady Bridgette Dupain-Cheng. Tan pronto como dejó su barco y puso un pie e...