𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 9

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Bridgette oyó que el Conde se acercaba a ella, pero no se volteó. Se acercó más hasta que se paró justo detrás de ella.

—He traído tu chaqueta y tu sombrero— dijo en voz baja —Da la vuelta.

Dudó antes de hacer lo que le pedía. Le dejó la chaqueta sobre el lomo del caballo, le puso el sombrero de ala ancha en el pelo azulino y le ató las cintas bajo la barbilla.

—No quiero que estropees la perfección de tu piel— dijo.

Le puso los dedos debajo de la barbilla y le levantó la cara. Ella pensó que estaba a punto de besarla.

—Eres tan hermosa, tan increíblemente hermosa y desgarradora— habló en voz baja.

Sus ojos se encontraron y por un momento ninguno de ellos pudo moverse. Algo de magia los mantuvo hechizados como si mirasen cada vez más profundamente en el alma del otro.

El Conde apartó la mano.

—Si me miras así, te llevaré a esa cueva solitaria y entonces no tendrás que tomar ninguna decisión ni ahora ni nunca— dijo con voz ronca.

La tomó en sus brazos y la puso en la silla, le puso las riendas en la mano y le arregló las faldas verdes como si fuera una niña pequeña.

—Llevaré tu chaqueta— dijo —pero si tienes frío, dímelo de inmediato. Recuerda que el aire de la nieve puede ser peligroso para quienes no están acostumbrados.

Su preocupación por ella y la dulzura con la que hablaba hicieron que las lágrimas punzaran los ojos de la joven ojiazul.

La emocionaba cuando era apasionado y autoritario. Pero cuando él era tierno y gentil, sentía como si él robara su corazón de su cuerpo, y lo amaba de una manera que ni siquiera podía describirse a sí misma.

—Es tan maravilloso...— susurró.

Se montó en la silla de montar en su propio caballo y dejando atrás la llanura, encontró un camino estrecho, poco más que un camino de ovejas, que conducía a través de la parte más baja de la montaña. Todavía hacía mucho calor, pero a medida que avanzaban hubo una leve brisa en las ramas de los árboles que abanicó las mejillas de Brid y alivió lo peor del calor.

Sin embargo, era difícil pensar en otra cosa que no fuera el Conde y su amor por él.

Le había dado veinticuatro horas para tomar una decisión y le pareció que se enfrentaba a un dilema peor que caminar al filo de un precipicio. ¿Cómo podía ella renunciar a él? ¿Cómo podía dejar a un hombre que la conmovía hasta lo más profundo de su ser, que despertaba en ella un éxtasis como nunca había imaginado?

Por otro lado, estaba su deber y la promesa que le había hecho no solo a su padre, sino también al secretario frente al primer ministro de Katona y al vizconde de Castlereagh, de que se casaría con el príncipe Félix.

¿Cómo podía ser tan falsa, tan despreciable como para negarse a cumplir su palabra, para huir de sus obligaciones y responsabilidades?

»Si tan solo hubiera alguien a quien pudiera pedir que me ayudara a decidir« suspiró.

Observó los anchos hombros del Conde cabalgando delante de ella. De vez en cuando miraba hacia atrás para ver que ella todavía estaba allí. Vio la sonrisa en sus labios y fue fácil imaginar el fuego que yacía detrás de sus brillantes ojos.

»¿Podría el amor llegar realmente tan rápido, tan abrumadoramente?« Se preguntó la peliazul.

La respuesta fue, que no podía cuestionar su amor. Pues era un sentimiento fuerte e innegable. ¿Entonces cómo podía dudar de que el Conde sintiera el mismo asombro y éxtasis que el suyo?

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora