𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 4

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Su camino ahora era recto y los bosques eran densos a cada lado. Entonces, inesperadamente, los árboles se despejaron y Bridgette vio un edificio delante de ellos.

No era una vista muy atractiva, porque el edificio tenía medias vigas y el techo estaba sujeto con grandes piedras. A primera vista, parecía estar en ruinas, la mayoría de las ventanas no tenían cristales y algunas estaban bloqueadas con lo que parecían ser trapos.

Su expresión debió mostrar su sorpresa, porque el Conde explicó;

—Es una posada utilizada solo por leñadores y cazadores ocasionales. Es el único lugar posible para descansar, y supongo que usted no disfrutaría cabalgar durante la noche hacia Djilas.

—No, por supuesto que no— dijo Brid —Al menos será un techo sobre nuestras cabezas.

Trató de sonreír mientras hablaba, pero ahora se habían acercado más a la posada y de cerca, parecía aún más ruinoso que al principio. Además, tenía la sospecha de que estaba extremadamente sucio.

El Conde desmontó y debido a que la joven aún estaba mirando el edificio, no fue lo suficientemente rápida para llegar al suelo antes de que él la levantara de la silla.

—Seguro habrá una especie de establo donde pueda poner estos animales— dijo el hombre.

—Iré con usted— contestó rápidamente Bridgette. Pues se sentía incapaz a entrar sola en la posada y tal vez tener que explicar su presencia.

El conde había tenido razón al suponer que habría "una especie de establo". Pero solo había dos cobertizos primitivos, en los que metió los caballos y quitó las sillas.

Había agua en un balde en cada establo y algo de heno de aspecto bastante mohoso, que sin embargo los animales empezaron a masticar con aparente deleite.

—Ya están acostumbrados a condiciones como estas— dijo el Conde con una sonrisa mientras aseguraba los establos con una barra de madera que estaba atada con un trozo de cuerda —¿Pero qué hay de usted?

—Me atrevería a decir que me las arreglaré tan bien como lo haría usted— respondió Brid con frialdad.

Ella sintió que él esperaba que ella se sintiera incómoda. Se adelantó a él con la cabeza en alto y se dijo a sí misma que por muy ruda o tosca que fuera la posada, no se quejaría.

Atravesaron la puerta baja y entraron en una habitación que tenía una gran chimenea en la que ardía un gran leño. Había dos grandes asientos de madera a cada lado del fuego y una mesa al otro lado de la habitación con cuatro sillas de madera destartaladas. Aparte de eso, no había otros muebles de ningún tipo.

Enseguida, apareció una mujer de mediana edad vestida con un traje nativo. Estaba sucia y desordenada, era muy diferente a las atractivas mujeres sonrientes que Bridgette había visto en el puerto de Jeno. Su delantal necesitaba urgentemente un lavado, su vestido estaba manchado bajo los brazos y su cabello oscuro le caía desordenado por la espalda.

El conde la saludó y ella respondió en un dialecto que la joven encontró imposible de entender.

Parecía que el Conde estaba familiarizado con el idioma, porque después de un largo intercambio de palabras entre ellos, le dijo a Brid con lo que ella pensó que era un brillo burlón en sus ojos.

—Malas noticias, me temo. La mujer dice que su esposo está cazando carne y no es probable que regrese esta noche. De hecho, no hay nada para comer en la casa.

—¿Nada?— Bridgette preguntó y se dio cuenta mientras hablaba de que, si no tenía demasiada hambre, ciertamente estaba lista para comer.

—La mujer dice que no hay nada— repitió el Conde —Tiene gallinas, matará y cocinará una, pero para que nos la llevemos mañana. Además eso ciertamente, llevará tiempo.

𝘌𝘯𝘵𝘳𝘦 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘺 𝘦𝘭 𝘋𝘦𝘴𝘦𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora