01. UN

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Anha.

Solía leer mucho en los libros, que la protagonista siempre metía la pata, o había tenido una vida difícil y, de repente, llegaba un chico que hacía voltear más su mundo.

No esperaba que me sucediera nada igual.
La verdad, no esperaba enamorarme en lo absoluto.

Es una de las ventajas que tenías cuando vivías en un internado, o quería imaginar que era uno. Y por vivir me refiero a que no sales de él casi nunca -exceptuando si te portabas bien e ibas acompañado de algunos guardias-.

Mi vida no había sido la mejor. Mi infancia fue complicada, por el simple hecho de que mi familia creía que estaba tocada del coco. Los sueños comenzaron cuando tenía seis, veía la silueta de un chico, que me decía que me amaba y me esperaria en otra vida -si es que regresaba-, para por fin estar juntos.

No entendía nada, apenas y tenía seis años. Era una niña, y por supuesto, mi madre no me creyó.
Yo había sido la única hija que tuvo, debido a que mi papá y ella lo habían decidido así en cuanto se casaron a sus veinte años.

Se suponía que debía tener una infancia linda, junto a mis padres, luego una adolescencia desenfrenada como en aquellas películas viejas, y sobre todo encontrar al amor de mi vida.

Todo eso se fue al caño en cuanto decidieron meterme en el Hospital psiquiátrico de Malinalco, Ciudad de México en cuanto las pesadillas incrementaron cuando cumplí nueve años.

No duré mucho para acabar ahí, apenas cumplí los doce mis padres me llevaron -por la fuerza- a ese terrible lugar.

Ahí no había más que personas con depresión, ansiedad, anorexia, psicópatas, sociópatas y todos los demás ópatas que podían existir.

No me gustaba la idea de tener que pasar quien sabe cuánto tiempo con personas aún más locas que yo.

Ellos decían que era por mi bien, pero en realidad yo sabía que sólo querían deshacerme de mi y se quejaban con Dios de porqué les había dado una hija con problemas mentales.

Rápidamente me aceptaron en el lugar. Ahí daría clases y pasaría el resto de mis días en esas paredes, hasta que los doctores decidieran si ya había sanado o no.

Era claro que, me quedaría ahí hasta que sólo fuera un saco de huesos viejos.

Mi primer año dentro no fue fácil, me costaba ver a personas cortándose las venas frente a mí, o hablando sola, inclusive ver como se suicidaban.

No era bonito ese lugar, todo el ambiente se sentía cargado de las cosas que sucedían ahí dentro. Así que, como pueden ver, no pude en realidad acostumbrarme hasta que cumplí los quince años. En ese lapso, fue cuando conocía a una tipa que enseguida supe sería mi mejor amiga para siempre.

Su nombre es Rosario y venía de Ciudad Juárez. Sus padres también la habían internado, porque ella intentó ahogarse en su baño una vez por la depresión.
Era muy linda, tenía ojos claros, cabello oscuro y sonrisa traviesa.

¿Era una santa? Claro que no, ella estaba loquísima.

Cuando llegó aquí, estaba retraída al igual que todos los demás, pero lo que más adoro recordar fue la manera tonta en la que nos conocimos.

Ese día, teníamos clase en la biblioteca. Ustedes saben que se podía hacer cero ruidos ahí, por lo que nuestro profesor se la pasaba rondando por nuestras sillas para ver si estábamos haciendo nuestro trabajo y regañando si alzábamos la voz.
A unas dos sillas de mí, había un chico que no dejaba de hacer ruido y burlándose de otro chico que tenía bulimia.

Divino (Celestial 3#)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora