EL CEREZO

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"Maybe I'm breaking up with myself
Maybe I'm thinking I should just keep to the things that I've been told
Wait for the colors to turn to gold"

THE FALL - Imagine Dragons


Despierto por la luz del sol que acaricia mis ojos, los abro lentamente para sentir el calor entrar en mis pupilas. Sigo recostado en el pozo del convento, mirando a mi alrededor descubro que ya ha atardecido un poco, quizá al menos dos horas. Mientras me levanto intento recordar la visión (¿o sueño?) que tuve al dormir. Sé que se trataba del astronauta, de eso estoy seguro, pero no recuerdo lo que hacía o pensaba. Quizá el astronauta estaba igual de perdido que yo en estos momentos.

Decido salir por un desayuno, mi estómago ruge y tengo hambre. Camino por el convento hasta atravesar la salida y me dirijo hacia el primer restaurante con el que me topo. Ahí parecen estar dando panqueques y huevos como primera comida del día, así que entro y tomo asiento mientras espero a ser atendido. Un camarero llega y me sirve café, aunque no intercambio ninguna palabra con él. Permanezco pensando sobre esa sensación que tuve al terminar de soñar con el astronauta, quiero recordar lo que hacía, veía y pensaba, pero simplemente no llega ninguna respuesta a mi cabeza.

Después de meditar por unos momentos pido mi comida que no tarda en llegar. Miro el interior del restaurante, no hay muchas personas sentadas, la mayoría se encuentra trabajando. Al terminar mi desayuno salgo del restaurante y camino sobre el asfalto, el cielo de pronto me parece que ha adoptado un color rosado, formando un aspecto "pasteloso" al combinarse con el ambiente blanco de la nieve que cubre la ciudad. Camino sin dirección alguna, desconociendo cuál sería mi siguiente rumbo, aunque disminuyendo mis pensamientos sobre el astronauta y Hannah. Quiero tomarme un descanso de eso, dejar de pensar por un momento, incluso tal vez volver a sentir esa energía que tuve en mi cuerpo al inicio de todo esto. Intento buscar esa fuerza, miro los edificios, el cielo, la nieve, las personas, pero por más que busco en ellos no hay nada que se parezca a ese sentimiento de vida que tuve la noche anterior.

De pronto me topo con las vías del tranvía que recorre la ciudad, llegando a la parada poco después. El vehículo se acerca deslizándose, como si estuviese esperando mi llegada desde hace tiempo.

-¿A dónde va? -le pregunto al operador.

-Al sur de la ciudad, me detendré un momento en la parada del cerezo.

-Ah, yo voy ahí.

Me subo en el tranvía sin saber por qué o para qué necesitaría ir hacia el Gran Cerezo, un árbol que ha sido conservado como parte importante de la ciudad que, como si fuese un sitio religioso, todo mundo respeta a pesar de estar abierto al público como si fuese un árbol normal. No tiene señales de grafiti, rasguños o clavos. Es un cerezo limpio. Quizá me ayude a pensar.

El tranvía comienza a moverse y veo los edificios pasar junto a mi ventana. Soy el único pasajero y disfruto de ese momento a solas con el mundo a mi alrededor. Y de repente Hannah regresa a mi mente; la veo ahí, en un escenario extraño que no logro reconocer, pero parece una especie de galaxia o mundo cósmico. Está sonriéndome y extiendo su mano para que le sujete de la muñeca.

El transporte se detiene obligándome a salir de mis pensamientos (¿o recuerdos?) de Hannah. Desciendo de él dejando una propina al operador y empiezo a andar sobre la acera al lado de la parada, viendo de frente al cerezo en una pequeña jardinera rodeada por algunos edificios.

Camino hacia él, siento como si me llamara con esas hojas rosadas que tiene. Es un árbol tan mágico que dudo que provenga de un mundo donde el humano exista. Me recuesto sobre su tronco e intento pensar de nuevo, mas no llega ni una idea nueva a mi cabeza, ni mucho menos llega esa energía que había sentido al inicio.

Pasados unos minutos al fin llega un pensamiento, uno corto, pero innegablemente astuto. Dice así: ¿Por qué te cuento esto, querido lector? De seguro ya te aburrí con tanta habladuría, metáfora, pensamiento y una mezcla rara con el espacio y esas cosas. De seguro ya ni entiendes lo que sucede en mi mundo, porque hasta yo me siento alejado de él. Pero déjame decirte, mi amigo lector, que te cuento esto porque si no lo hiciera no sabría cómo conllevarlo. Olvidé lo que platiqué con Hannah aquel día de la metáfora del astronauta, incluso "olvidé" ese sentimiento que tuve al inicio de este relato. Si no me estuviese desahogando contigo no sé que haría. ¿Lloraría? Tal vez. ¿Moriría? Muy seguro. Te puedo decir, viejo amigo, que la duda es lo más hermoso del ser humano, pero a la vez lo más corrompedor. Cuestionar el mundo es maravilloso, pero he llegado a una etapa donde no distingo mi propia realidad (como tú ya bien sabes). En fin, no hagas caso a todo lo que hable, porque no sé hasta que punto he dicho la verdad. (Aunque tengo el presentimiento de que no te he mentido en ningún instante).

De nuevo llega otro pensamiento (es interesante ver cómo de una idea surgen millones en cuestión de segundos), más bien una frase que leí y he escuchado constantemente. Cogito ergo sum (Pienso, luego existo). Más adecuada no podría ser esa frase con lo que me sucede. Pensar, solo estoy seguro de ello. Solo que estoy pensando, porque de todo lo demás se puede dudar. Que pueda sentir el mundo a mi alrededor no significa que exista. Que pueda sangrar tampoco significa que realmente exista. No hay manera de comprobar la existencia de uno mismo cuando hay preguntas todo el tiempo, preguntas hacia la realidad.

Entonces, como sólo sé que estoy pensando (porque de que mis pensamientos existen, existen), puedo estar seguro de que existo de alguna forma, aunque solo sea una simulación, una idea, un sentimiento, un pensamiento o un personaje inventado por otro. (¿Por qué esa última frase de pronto me resulta tan familiar?)

En fin, filosofía, mi amigo lector.

De cierta manera esto tiene una interesante conexión con mis pasatiempos preferidos que, como quizá ya habrás podido notar, es escribir y leer. Leo, luego escribo. Es como el mantra del escritor, aunque creo que me desvié del asunto. Por fortuna, una voz conocida me interrumpe. Me incorporo y veo a pocos metros de mí a mi amigo David, un hombre de barba y cabello castaño y cuerpo robusto que camina de una manera segura y elegante.

-Hey, ¡Lucas! -me llama.

Yo sonrío y me acerco a él.

-David, ¿qué tal estás?

-Bien, ¿tú? ¿Qué hacías ahí acostadote? ¿No trabajabas hoy en la biblioteca?

-Han pasado cosas raras, David. Cosas muy, muy raras. ¿Tú que hacías por aquí?

-Regreso de desayunar. Ya sabes que lo raro es lo mío, ¿te podría ayudar?

David es un experto en novelas de ciencia ficción. Admito que, al no ser de mis géneros preferidos, él ha sido de gran ayuda cuando los clientes de la biblioteca piden recomendaciones de historias de aquel tipo. Disfruto mis conversaciones con él.

Reflexionó un momento su propuesta. Quizá podría ayudarme a recodar, o quizá también sentir, aquella sensación que perdí durante el transcurso del día y el extraño sabor de boca que me dejó haber despertado junto al pozo del convento. ¿Podría ayudar a comprender la metáfora del astronauta?

-Sí. Creo de hecho me serías de gran ayuda -respondo finalmente.

-Va. Vamos a mi casa, ¿quieres? Ahí me dices lo que necesites.

Ambos tomamos el tranvía de vuelta a la ciudad, dirigiéndonos a casa de David. Mientras el transporte avanza comienzo a recordar, con poco detalle, lo que sucedió mientras dormía bajo el pozo de aguas congeladas.

MI QUERIDO ASTRONAUTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora