HOMBRE-ÁRBOL

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La semana de trabajo termina con la llegada del sábado. El gerente Beto se ha visto, para mi sorpresa, compasivo con mi situación y escape de la tienda, incluso está ansioso por conocer a Hannah. Ella se ha quedado en mi casa, durmiendo a mi lado bajo mi brazo mientras yo percibo su dulce olor que cuida mi alma.

Durante la noche del viernes pasamos al supermercado para preparar galletas. Ya en la cocina los esparcimos sobre la mesa y comenzamos a cocinar. Medimos la harina y batimos huevo, cuando de pronto Hannah comienza a jugar con las chispas de chocolate lanzándomelas a la cara. Yo contraataco tomando un puñado y metiéndolo por debajo de su escote.

—¡Ah, ahora sí ya valiste! —dice ella, encerrando en su puño una gran cantidad de harina. Me la lanza la boca y quedo cubierto de blanco, y de repente nuestra actividad de cocina se convierte en una violenta batalla donde los huevos caen como misiles y la harina estalla como pólvora.

Me oculto detrás de la alacena para evitar el bombardeo mientras que Hannah toma posición detrás de una pila de canastas, lanzándome huevos desde su trinchera. Yo me quedo sin municiones rápidamente y no puedo hacer más que arriesgarme a ir por la bolsa de chispas situada sobre la mesa. La tomo antes de recibir disparo alguno de Hannah y me vuelvo a esconder detrás de la alacena, lanzando varias chispas a la vez que caen como metralla sobre el suelo.

—¡Te vas a quedar sin huevos! —le grito a Hannah desde mi base.

—¿Me estás albureando? —responde ella lanzando una nueva explosión amarilla.

Yo estallo en risas y no me percato de que Hannah se acerca hacia la mesa, tomando una bolsa que todavía contiene harina.

—¡Prepárate! —me grita.

Yo sé que se ha quedado sin disparos, pero me toma por sorpresa verla llegar rápidamente cargando la bolsa de harina entre sus manos. Entonces conozco mi inevitable destino en el que solo puedo cubrir mi cabeza de la lluvia blanca que Hannah tira sobre mí al romper el empaque.

—Creo que gané —dice ella mientras me sonríe.

—Está bien, está bien. Ganaste. Pero... ¡mira todo este desperdicio!

La cocina esta bañada de yemas de huevos, harina y chispas de chocolate, casi haciendo imposible de distinguir el piso.

—Bah. ¡Qué importa! Nos divertimos, ¿no?

Hannah extiende una mano hacia mí y me ayuda a incorporarme. Ambos, oliendo a galleta, tomamos la escoba y el recogedor y comenzamos a limpiar el lugar, intentando dejarlo impecable, como si nuestra guerra jamás hubiese existido. Después de ello tomo una ducha en la que logro limpiar toda la harina y huevo de mi cara. Después es el turno de Hannah y al final terminamos sentados en el sofá, mirando los últimos programas del televisor.

En la mañana siguiente ella despierta todavía estando a mi lado, ambos aún recostados sobre el sofá. El sentimiento de fuerza recorre mi piel, hace nuestros corazones latir y los llena de abundancia con cada caricia. Permanecemos así mientras las horas transcurren, acomodándonos de vez en cuando y besándonos las mejillas. Esos besos... son chispas que encienden mis mejillas en un lindo rubor.

Al terminar esas horas Hannah se levanta del sofá y me dice:

—Vamos a afuera, ¿no?

Yo también me levanto y la acompaño a arreglarnos para salir. Escogemos algunos abrigos gruesos y bufandas, cepillándonos los dientes y desayunando gofres con jarabe de maple.

Al abrir la puerta una brisa gélida llega a nuestros rostros y nos hace reír, llamándonos a salir hacia las calles. Caminamos por diferentes lugares mientras hablamos y carcajeamos.

MI QUERIDO ASTRONAUTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora