EL ENCUENTRO

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Permanecemos en silencio, escuchando sólo nuestra respiración y acariciando en ocasiones nuestros rostros. Nos acurrucamos y nos preparamos, pero no para dormir, porque sabemos que cuando cerremos los ojos nos internaremos en un mundo del más allá.

Nuestros párpados se cierran al mismo tiempo y comienzan a ver de frente una estela de colores rosados que pronto comienzan a desvanecerse, permitiendo ver después la silueta de Pax aproximarse hacia nosotros. La figura de luz camina con elegancia, llamándonos con un amable gesto para que vayamos con ella.

Tengo a Hannah a mi lado, ella también me mira, y juntos avanzamos hacia donde se encuentra esa entidad cósmica. Al tenerla de frente mantiene una gesto frío, casi indiferente, pero repleto de hermosura en cada facción de su rostro.

Muy bien —dice ella en un eco, como si no se encontrase totalmente ahí—. Caminemos un poco.

Comenzamos a seguirla en un espacio que en un inicio parece que no existe, como si estuviésemos flotando sobre un gran vacío, pero poco a poco comienza a adoptar la forma de un largo corredor, uno con columnas que sostienen un techo de piedra, al final del pasillo parece haber una especie de ventanal rojo.

Continuamos caminando junto a ella hasta tener a pocos metros delante de nosotros aquella gran ventana rojiza. Vemos que detrás de ella se oculta una silueta, casi imposible de distinguir, pero la ventana comienza a esclarecerse conforme enfocamos más nuestra mirada en ella.

Ahí se encuentra: El Astronauta. Va vestido con prendas que usaría cualquier humano, armado con dos revólveres que cuelgan desde un cinturón y sentado sobre el suelo detrás de la ventana que se nos interpone.

No podemos hablar. Nos encontramos demasiado atónitos como para decir alguna palabra. Pax nos mira a ambos, todavía con ese aire de indiferencia.

Y entonces Hannah dice las primeras palabras al Astronauta.

—¿Qué eres?

—Soy el Astronauta —responde el sujeto detrás de la ventana—. ¿Y ustedes qué son?

—Hannah y Lucas —respondo yo.

—Hannah y Lucas. Je, je, je. ¡Muy bien! Me esperaba algo más... interesante.

—Nos buscas a nosotros —dice Hannah—. Nosotros somos ese sentimiento que has buscado, ese amor.

—Sép. Son parecido a lo que busco. Pero creo que esperaban que fuesen mis autores o algo parecido.

Somos tus autores —digo yo—. Nosotros pensamos en este concepto, el astronauta que busca algo más allá de lo que puede ver para encontrarse a sí mismo. Pero... Tú también existes. Existes por tu propia cuenta, pero a la vez eres esa metáfora que creamos.

—Suena bien. Pero como les dije, no tengo mucho interés en saber mi historia; creo que puedo estar contento siendo una simple metáfora que existe en la mente de las personas.

—¿No te da miedo? —pregunta Hannah.

—¿Qué me da miedo?

—Ser sólo una metáfora.

—No, la verdad es que no. De igual modo ustedes también podrían ser una metáfora. La metáfora de la pareja, ¿no? Una pareja que busca en su ciudad una forma de encontrar un sentimiento mayor y a su vez a sí mismos.

—¿Entonces qué somos? —pregunta Hannah algo desesperada.

—¿Ustedes? —responde el Astronauta—. Ustedes palabras escritas sobre un libro. ¿Yo? Posiblemente también. Podemos los dos ser metáforas, creadas para explicar una historia sin sentido sobre el amor, la realidad y la fantasía. Incluso, puede ser que esta sujetilla de acá nos haya creado —el Astronauta señala a Pax.

—¿Eso es cierto? —pregunto yo a la figura de luz.

No —responde ella. Pero de alguna forma no logra aliviarme.

—Ustedes han logrado entrar más allá de su propia realidad —continúa el Astronauta—. Lo mismo sucedió conmigo. La pregunta aquí es, ¿quién está imaginando a quién? ¿Quién es el sueño de quién? ¿Ustedes me imaginan a mí o yo los imagino a ustedes? O quizá... Puede que ni siquiera seamos imaginados. O puede ser que... alguien más nos esté imaginando a ambos. Qué va. Yo puedo vivir con eso. ¿Acaso ustedes no?

Nos quedamos por un momento callados, intentando reflexionar el planteamiento del Astronauta. De pronto una frase atraviesa mi cabeza y la digo tan pronto como puedo:

—Pienso, luego existo.

El Astronauta sonríe.

—Parece ser que nos llevaremos muy bien nosotros —dice él—.¿Qué dicen? ¿Les gustaría venir a mi nave? ¿Les gustaría ir a descubrir un mundo más allá de su realidad? ¿Un mundo hecho de fantasía y amor?

Hannah y yo nos miramos, parecemos estar seguros de nuestra decisión.

—Sí —respondo yo.

—Muy bien —dice el Astronauta—. Pero antes, hay que derribar esta ventana.

—¿Cómo la derribaremos? —pregunta Hannah.

—Desaparecerá cuando nos aceptemos mutuamente. Cuando nos aceptemos como conceptos. Cuando sepamos lo frágil que es la línea entre la realidad y la fantasía. Y cuando veamos lo poderoso que es el... amor.

—¿Pero eso no lo hemos hecho ya? —pregunto yo.

—Sí. Por eso la ventana no tardará en desaparecer. Denle unos pocos segundos.

Entonces Hannah y yo nos sentamos, viendo de frente al Astronauta quien nos dirige una sonrisa infantil, esperamos a que la ventana se rompa para poder encontrar aquel nuevo mundo surgido por nuestro amor, ese amor que ha logrado quebrar las barreras de la realidad. Queda poco tiempo y siento de nuevo como si mis demonios viniesen por mí. ¡Ya está por romperse! Pero usted, mi querido lector, no alcanzará a ver nuestro encuentro. Cuando este relato termine yo ya habré estado del otro lado y no sé cuando volveré. 

MI QUERIDO ASTRONAUTADonde viven las historias. Descúbrelo ahora