Capítulo 5. Emboscada

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Esa mañana, Charlotte se levantó muy temprano. Realmente no había podido dormir casi. Entre la tensión de la conversación con Yami en la que le había confesado cuándo y cómo empezó a sentir algo más por él y la expectación de la batalla, los nervios no la habían dejado descansar ni un momento.

Al mirarse al espejo, notó las facciones de su cara algo agotadas. Llevaba algún tiempo sin dormir bien, pero le molestó especialmente no haberlo hecho esa noche porque sabía que probablemente se avecinaba una batalla importante. Más bien, decisiva, y no solo para el Reino del Trébol, sino para ella misma también. Para cerrar de una vez por todas aquel capítulo que la estaba atormentando tanto.

Su cerebro no paraba de trabajar a todas horas. Desde que aquello ocurrió y se recuperó levemente, empezó a investigar en profundidad a Dark Blood, a realizar hipótesis de todo tipo y a pensar en el porqué del nacimiento de esa organización en ese preciso instante. En por qué tal especial atención a Yami y a ella.

Sin embargo, no había podido llegar a ninguna conclusión clara. No tenía bastantes datos y, por mucho que le diera vueltas al asunto, todo lo que podía hacer eran suposiciones y conjeturas sin demasiado fundamento. Necesitaba investigar a fondo y de primera mano. Por eso, cuando Julius propuso aquella misión y se dio cuenta de que la había dejado fuera —aunque era por su bien, pero ella no se había percatado del detalle—, sintió que no podía quedarse callada. Charlotte no era una persona que replicara las órdenes o directrices del Rey Mago nunca, porque después de todo era uno de los pocos hombres a los que profesaba un respeto y admiración incondicionales, pero ese día no pudo reprimirse. Intentó ser lo más educada posible, pero le fue inevitable ser insistente sobre su participación en la misión.

En el fondo, sabía que su parte más irracional era la que estaba actuando. Su sed de venganza la estaba desquiciando y las huellas de sus traumas estaban actuando por ella, haciendo que fuera en contra de todos y cada uno de sus principios cuando de su trabajo se trataba. Siempre era muy analítica y calmada porque le gustaba pensar cada detalle de cada misión de forma exhaustiva, pero especialmente ese enemigo hacía que actuara por impulso, algo que ni siquiera había hecho cuando obtuvo su grimorio y comenzó su andadura en las Rosas Azules.

Suspiró algo cansada y apoyó las manos en la barandilla de la terraza de la casa en la que habían pasado la noche. Era muy temprano, tanto que el amanecer rayaba el horizonte y solo algunos rayos de sol se vislumbraban en la lejanía. Incluso todavía había algunas estrellas que brillaban con gran intensidad en el cielo.

—Buenos días —escuchó a unos metros de ella.

Respingó involuntariamente. Creía que estaba completamente sola, pero al parecer alguien la acompañaba e incluso era posible que llevase allí más tiempo. Charlotte, que había volteado el rostro al escuchar la voz proveniente de su derecha, se quedó observando a la nueva vicecapitana de las Águilas Plateadas.

Su gesto era determinado y serio. Ni se había girado para mirarla. Se veía muy distinta a la niña que conoció en el pasado. Ahora era mucho más madura, más determinada y decidida, y tan parecida a su madre que asustaba, porque a mucha gente le parecía que estaba viendo un fantasma.

Sin embargo, a pesar de toda esa superación personal, a pesar de que ya era capaz de controlar toda su abismal cantidad de poder mágico, Charlotte bien sabía que su mirada desprendía un brillo de desconsuelo que ella bien conocía. No lo sabía con total seguridad, pero sospechaba por qué Noelle Silva había abandonado la orden que Yami capitaneaba. Tenía, por ese entonces, más o menos la misma edad que ella cuando se enamoró de Yami. Y el desasosiego de sus ojos, además de la relación que claramente había observado entre la chica y Asta, le sugería que había abandonado los Toros Negros porque no podía soportar ni un segundo más que el joven no correspondiera sus sentimientos.

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