Capítulo 7. La relevancia de una caricia

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«He llegado a la conclusión de que si las cicatrices enseñan, las caricias también.»

—Mario Benedetti.

—Mario Benedetti

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—¿Lo sabes... todo?

La voz de Noelle tembló al proferir aquellas palabras. Liebe la miraba con decisión insondable en sus ojos carmesíes y ella, completamente aterrada por el hecho de que alguien tan cercano a Asta supiera de sus sentimientos, había contestado lo primero que se le había pasado por la mente. Se sentía incluso un poco mareada, pero no lo mostró.

—Sí. Sé que Asta no es solo un amigo para ti.

No le salían las palabras. Trastabillaban en su cerebro y luego se perdían sin llegar a su garganta y salir de entre sus labios de forma adecuada. ¿Significaba eso que Liebe le contaría a Asta lo que sentía? No, no estaba preparada para perderlo de esa forma. Era cierto que ella misma se había alejado de él, poniendo una barrera invisible de hostilidad entre ambos, pero no estaba lista para que fuera el joven quien la rechazara. Era egoísta, era despreciable, pero así es el ser humano; repele actitudes de otros que luego reproduce.

—Liebe... Yo...

—Díselo. No pierdes nada, a él le abrirás muchos horizontes en su minúsculo cerebro y tú te quitarás un peso de encima.

—No puedo hacer eso... —masculló mientras agachaba la mirada, sintiendo algunas lágrimas acumulándose de nuevo en sus ojos—. Como bien has dicho, soy una cobarde. No quiero echar a perder una amistad forjada durante años con un rechazo y una sonrisa falsa por su parte.

Noelle visualizó el hipotético momento en su cerebro. Ella, entre miles de nervios y titubeos agudos, se confesaba. Asta sonreía de forma incómoda, se rascaba la nuca y no la miraba directamente —y eso que siempre lo hacía cuando se enfrentaba a ese tipo de situaciones—, los ojos le brillaban con pena y después le decía que lo sentía, que ella era su amiga y que las cosas debían seguir así entre ellos. Sin embargo, todo cambiaba de repente, pues Asta era una persona que siempre velaba por el bienestar de los demás, así que se alejaba de forma irremediable para que así pudiera olvidarlo y ser feliz.

—Vuestra amistad está echada a perder desde que te fuiste de la orden y lo alejaste conscientemente de ti. ¿Es que no te das cuenta de que eso a él le duele?

Tras escuchar esas palabras repletas de verdad, lo miró. Tenía razón. Toda ella era pura contradicción y recordaba que, en la noche en la que Asta la apoyó después del ataque a su hermano, sintió tranquilidad después de mucho tiempo. Le hacía falta estar a su lado, pero seguía sin decidirse. Seguía sin atreverse. Y realmente no sabía si sería capaz. Además, tampoco podía hacer borrón y cuenta nueva en esa situación tan delicada. Era la vicecapitana de las Águilas Plateadas y su capitán estaba ausente. ¿Cómo iba a abandonarlos tan repentinamente? Podría tener muchos defectos, pero era, sin duda alguna, una mujer de principios.

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