Capítulo 2. Grieta

1K 79 205
                                    

Charlotte solo vio una sombra. Le pareció que era una persona encapuchada, pero actuó tan rápido que no pudo discernir entre la oscuridad quién había atacado a Yami. Solo pudo ver aquella sombra apareciendo repentinamente detrás del hombre. Un segundo después, lo había visto postrado en el suelo. En ese margen de tiempo, no pudo hacer nada porque el oponente no le dejó posibilidad de reaccionar.

Cuando consiguió moverse, tras unas décimas de segundo en las que la sorpresa la paralizó, lo primero que hizo fue acercarse al cuerpo de Yami. Estaba bocabajo, pero al menos tenía los ojos abiertos, así que supuso que, de alguna forma que no podía comprender, lo habían inmovilizado.

—Yami, ¿estás bien? —preguntó agitada mientras le posaba la mano en la espalda.

El hombre, algo mareado, solo atinó a mover los párpados. La lengua se le había dormido, así que casi no podía hablar. Había notado la sensación de un pinchazo fuerte en la nuca y después su cuerpo simplemente perdió el equilibrio y sus músculos, la fuerza.

La vista no le enfocaba demasiado bien, pero eso solo fue durante unos segundos. Vio a Charlotte agachada enfrente de él mientras le acariciaba la espalda. Quería decirle que estaba bien, que no se preocupara y que se pusiera alerta, pues no sabían si volverían a recibir otro ataque. Sin embargo, seguía sin poder hablar, ni tan siquiera era capaz de balbucear algunos sonidos que la tranquilizaran.

Quien atacaba debía ser consciente de muchas cosas. En primer lugar, de que Yami tenía la posibilidad de percibir el ki, por eso debía tener una especie de bloqueador de su energía vital. Además, era más que probable que fuera consciente de que ambos capitanes no tenían una simple relación de camaradería entre ellos, pues sabía bien que, si atacaban a uno de los dos, el otro perdería el control y bajaría la guardia. Justamente lo que estaba sucediendo. El plan de ese sujeto estaba saliendo a la perfección y Yami se maldijo por no pensarlo todo mejor y caer tan burdamente en un ataque como aquel.

Por fin, logró mover el cuello un poco. Si no se equivocaba, ya podía hablar, aunque fuera un poco. Bien, eso significaba que la sustancia que le habían inyectado era sumamente potente, pero que su efecto no perduraba demasiado a lo largo del tiempo.

—Charlotte —masculló como pudo—, escúchame... Tienes que...

La advertencia no se produjo nunca. Yami vio como el atacante se aparecía detrás de la mujer y, segundos después, su cuerpo también perdía fuerza. No había sentido ni su ki ni su maná nuevamente.

Sin embargo, en esta ocasión, la persona que los había pillado totalmente desprevenidos no desapareció. Sostuvo a Charlotte por la parte de debajo del pecho antes de que su cara diera con el suelo. La tumbó bocarriba, justo en posición perpendicular al cuerpo de Yami para que así pudiera observarlo todo.

Charlotte experimentó las mismas sensaciones que había tenido anteriormente el Capitán de los Toros Negros. El mareo, la pérdida de visión y el entumecimiento de la lengua también se hicieron presentes. Mientras, Yami apretaba los dientes, frustrado por haber fallado de esa forma.

El misterioso encapuchado reveló su rostro y sonrió de forma ladina. Su cabello tenía un color azul muy oscuro y sus ojos, de un tono grisáceo, mostraban a una persona repleta de oscuridad. Se relamió los labios con soberbia y Charlotte sintió un escalofrío. Estaba completamente a su merced y no podía negarlo; tenía mucho miedo de lo que pudiera hacerle.

—El jefe tenía razón. Eres una preciosidad —canturreó con una voz zorruna mientras daba algunos pasos hacia la mujer.

—No te acerques a ella.

Esta vez, Yami consiguió que las palabras le salieran con naturalidad. Era un gran paso, pero todavía no conseguía mover ni un solo músculo de su cuerpo.

MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora