Capítulo 18. Dar paso a la luz

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Yami sintió una presión extraña en la garganta al escuchar aquella aseveración tan profunda y decidida saliendo directamente de los labios de Charlotte. Al principio, creyó que ni siquiera había escuchado bien, pero, tras unos segundos reflexionando sobre el significado de esas palabras, por fin vislumbró con totalidad lo que realmente querían decir.

El deseo sexual es algo inherente a muchos seres humanos, y él entraba de lleno en ese grupo. Querer a una persona tiene muchas capas, muchos elementos, momentos y dimensiones. Uno de aquellos mundos extraños y complejos era el del sexo. Y, en su caso, lo era por varios motivos.

En primer lugar, era un hombre treintañero con nula experiencia con mujeres que no fueran las efímeras caricias que había compartido con Charlotte. Pensó, en ese momento que, si no hubiese naufragado jamás y su vida se hubiera desarrollado en su país natal de forma predestinada y natural, probablemente ya estaría casado y hasta tendría hijos. Su madre habría sido muy feliz ante aquella noticia sin duda alguna. Pero nada se desarrolló de aquella forma. Finalmente, naufragó, se perdió, llegó a unas tierras extrañas y lejanas y no tuvo más remedio que permanecer allí ante la imposibilidad de volver a su hogar.

Sin embargo, lo extraño y lejano para los habitantes de aquel reino era él. Todo lo que hacía, lo que decía, cómo se movía o su magia. Absolutamente todo era un foco de incertidumbre, desconocimiento y lejanía, así que fueron personas contadas las que lo aceptaron como su igual. Y eso no solo se había producido durante algún tiempo tras su llegada, sino que llevaba siendo así durante más de quince años, en los que él incluso se había comprometido a defender la paz del nuevo lugar en el que estaba establecido.

Debido al rechazo constante que sufrió, Yami tampoco había tenido contacto alguno con mujeres, a no ser que fuera por temas de trabajo o que formaran parte de su escuadrón. Y sí, le gustaban y atraían, pero nunca había besado a una mujer, la había tocado, la había abrazado de forma íntima o había hecho el amor. Nada de eso había sucedido en su vida hasta que Charlotte había entrado en ella con una fuerza arrolladora, rompiendo muchos de sus esquemas y colocándose la primera en su escala de prioridades.

Por otro lado, estaba la situación personal de la mujer. Hasta hacía pocos meses, Charlotte ni siquiera toleraba que la tocara o el simple hecho de que estuviera cerca de ella. Había sido paciente como nunca en su vida y había logrado acercarse a ella muy lentamente. Pero todavía quedaban secuelas imborrables y le parecía extremadamente digno de admirar que alguien que no quería que la rozaran o que vieran su piel desnuda poco tiempo atrás fuera la que afirmara que quería dar ese paso.

La miró de nuevo. Había visto su rostro muchas veces, pero esta vez sus ojos tenían un destello extraño. Se concentró en su ki. Parecía un poco alterado, como si se encontrara algo nerviosa, pero no tenía las fluctuaciones propias del miedo. Parecía segura de lo que quería, aunque sabía que la situación era delicada y que él debía cerciorarse de que no lo hiciera por presión, sino por voluntad propia y verdadera.

—¿Estás segura de esto?

Charlotte lo abrazó con fuerza, posando su frente contra su pecho. Las manos las tenía apretadas en la tela de la camiseta blanca con tanto ahínco que pensó que no lo soltaría jamás. Asintió con ímpetu contra su cuerpo, pero se notaba que estaba avergonzada y demasiado nerviosa. Si no era el momento, sabría esperar. Ya lo había hecho antes y no le importaría volver a hacerlo si era para que ella estuviera bien.

—Charlotte, no es necesario si...

—No es porque sea necesario, es porque quiero hacerlo —dijo sin titubear mientras levantaba repentinamente el rostro para poder mirarlo de nuevo.

Sus ojos, normalmente insondables e indescifrables, derrochaban verdad y valentía. Le gustaba haber llegado a tal punto de confianza con ella para que su mirada ya no fuera solo hielo o apatía, sino que fuera capaz de transmitirle también lo que sentía o pensaba. Se sentía demasiado reconfortante para ser real. Pero lo era, así que no desperdiciaría la oportunidad. No volvería a hacerlo nunca más.

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