Capítulo 13. Los entresijos de la felicidad

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—Noelle, ¿puedo entrar?

Con solo escuchar aquellas palabras y reconocer a la persona que las había pronunciado, Noelle se separó de forma automática de Asta y se levantó. No contestó, presa del pánico, y comenzó a dar algunas vueltas en la estancia, agobiada con el solo hecho de que su hermano mayor pudiera ver a un chico en su habitación. Que sí, había sido su compañero de orden durante años, pero eso no quitaba que fuese un chico y, conociendo a su hermano Nozel, eso solo le traería problemas.

Asta la imitó, sujetó sus antebrazos para que se calmara y la miró serio, haciendo que sus ojos hicieran contacto.

—¿Estás bien?

Noelle se soltó del agarre de Asta y empezó a mirar un sitio en el que pudiera esconderse porque a esas alturas ya no le daría tiempo a abrir la ventana y hacer que se fuera. Además, si hacían demasiado ruido, estaba segura de que Nozel entraría al cuarto sin permiso y eso era lo último que quería.

—Estoy bien, solo me estoy cambiando. Espera un poco, por favor.

Tras decir eso en un tono de voz más o menos alto para que las palabras traspasaran la puerta, empezó a hacerle señales a Asta para que se metiera debajo de la cama o dentro del armario, ante lo que el chico arqueó una ceja con confusión. ¿Qué era esa situación? Parecía una de las historias románticas llenas de clichés que Grey leía en los libros que guardaba en su habitación, pero que todos sabían que le gustaban.

Después de hacer algunas señales más, estas con bastante urgencia, Asta decidió meterse debajo de la cama en un movimiento ágil y rápido. Noelle lo agradeció y también el hecho de que el vicecapitán de los Toros Negros no tuviera ni una pizca de poder mágico, convirtiéndolo así en alguien indetectable.

Suspiró para tranquilizarse, se dirigió a la puerta y la abrió, dejando después entrar a su hermano en su habitación. Era muy raro que fuera a verla, pero suponía que tenía algo importante que decirle, así que simplemente le hizo un gesto para que se sentara en la cama, justo donde, instantes atrás, un acercamiento inminente y completamente insospechado con Asta casi había tenido lugar.

—Perdona que te moleste a estas horas.

—No, no te preocupes. Está bien —afirmó la chica con complicidad.

Nozel la miró interrogante y, por un momento, la joven se preguntó si habría notado algo raro en el cuarto. Al ver a su hermano desviando la mirada hacia el suelo, se tranquilizó. En los últimos tiempos, podía observar en su gesto una timidez inusual y nueva, pero que no le disgustaba porque lo hacía más cercano, más humano y provocaba que estrecharan lazos en una relación que nunca pensó que pudiera llegar a recomponerse después de haber estado tan fracturada y desgastada.

—No quise preguntarte esto cuando nos reunimos porque realmente no es algo que sea de mi incumbencia, pero quiero... que tengamos mejor relación, así que he decidido hacerlo.

Tras mirar algunos segundos más en silencio hacia el suelo, Nozel volvió a observar de forma directa, casi punzante, los ojos de su hermana. Eran tan iguales a los de su madre que le daban un poco de miedo, porque mirarla a ella hacía que recordara que, en cierta medida, le falló. Porque nunca podría perdonarse completamente el trato que le dio a Noelle y porque sabía bien que, en su intento por protegerla, solo había conseguido traumatizarla y herirla, y su madre jamás habría querido algo así.

—Puedes preguntarme lo que quieras. Confío en ti.

Noelle llevó su mano hasta la de su hermano y la apretó con afecto, haciendo que él se estremeciera un poco. Hasta sus manos transmitían la misma calidez que las de su madre.

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