Charlotte cayó en su cama con los brazos abiertos. Miró el techo de la habitación, que se le antojaba grisáceo en la penumbra de la medianoche. Se mordió el labio con recelo y sintió su pecho bajando una y otra vez con insistencia, además de notar los latidos de su corazón tristes.
Ni siquiera se había desvestido, pero se sentía tan cansada que simplemente quería dormir. Quería apagarse por un buen rato, no pensar, no aparentar más y, sobre todo, no sentirse tan culpable. Sin embargo, no pudo hacerlo. El vestido le molestaba, la cabeza le dolía y sus pensamientos le bombardeaban el cerebro de forma tan insistente que no podía llegar a relajarse por completo.
Se sentó en la cama y miró su atuendo. Era un vestido bonito, perfecto para la ocasión, pero ella siempre preferiría una armadura y un casco, y un campo de batalla interesante antes que una celebración en la que le llovieran los piropos. No le gustaba la forma tan exacerbada en la que la habían halagado. Cuando recibía muchas palabras buenas, se sentía un poco ansiosa, porque ser el centro de atención no era algo que le agradara demasiado, y mucho menos si se producía por un tiempo considerablemente prolongado.
Si Yami la hubiese llegado a ver vestida así, estaba segura de que le hubiese soltado alguna broma de mal gusto, un «esas pintas no te pegan nada», para luego acercarse a su oído y susurrarle muy quedamente que estaba preciosa. Suspiró. La confirmación de los sentimientos del hombre la abrumaban, porque la hacían ver sus errores con más intensidad y claridad. Poco a poco, se había dado cuenta de que Yami tenía razón. Tal vez, ella también, porque su trabajo y el orden del reino era primordial, pero no había pensado ni analizado lo suficientemente bien cómo se sentiría él antes de actuar. Solo... lo había hecho. Y eso no era algo que ella acostumbrara a hacer.
Se levantó. Se quitó el vestido y lo dejó tirado en el suelo sin cuidado alguno. Se cambió rápidamente y salió de la base. Comenzó a dar un paseo por los alrededores, pero ni siquiera el aire frío de la noche la calmaba.
Tendría que haberle hecho caso a Mirai, no ir al Festival de las Estrellas e ir a buscarlo. Pero tal vez no era demasiado tarde. No era a priori una idea muy buena, pero sus músculos se movieron por inercia y pronto se encontró en los alrededores de la base de los Toros Negros. Dio una vuelta por los jardines, pero no había ni rastro de Yami por allí. Bueno, era algo lógico; era medianoche, así que no tenía demasiado sentido que estuviera fuera.
Llamar a la puerta no era la mejor de las opciones, porque lo más probable era que molestara a los habitantes de la sede, pero lo iba a hacer igualmente. No lo pensó mucho y se acercó hacia la puerta con paso decidido.
Sin embargo, su andar se ralentizó en cuanto vio a dos jóvenes en la puerta abrazándose mientras se besaban. Intentó irse antes de que la vieran, pero no fue posible. Asta también sabía leer el ki, al igual que Yami, así que supuso que había sentido a alguien merodeando cerca y se había concentrado para averiguar quién era. Frenó en seco mientras veía a los dos chicos mirándola con nerviosismo.
—Capitana Charlotte, ¿puedo ayudarla en algo? —dijo Asta mientras se separaba finalmente de Noelle.
—Me gustaría ver a tu capitán. Sé que es tarde, pero...
—No pasa nada. Entraré a preguntar por él.
Asta entró en la base y dejó a las dos mujeres solas en la puerta. Casi no se miraban. Una por la vergüenza de haber sido vista en esa situación, y la otra, por haber interrumpido un momento íntimo de esa forma tan desafortunada.
—Siento la interrupción.
—Oh, no. No pasa nada.
—Me alegro mucho por vosotros —felicitó Charlotte sinceramente mientras sonreía con algo de tristeza.
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Malditos
FanfictionTras un ataque ocurrido en una misión conjunta entre Charlotte y Yami, la Capitana de las Rosas Azules no volverá a ser la misma. Yami tendrá que encontrar la forma de aproximarse otra vez a ella mientras una nueva amenaza se cierne sobre el Reino d...