Capítulo 11. La dificultad del amor

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«—[...], ¿sabe cuál es el único modo de medir cuánto se ama a alguien?

—No.

—Perdiendo a esa persona.»

La verdad sobre el caso Harry Quebert, Joël Dicker.

Se quedó, por un breve momento, con la mente completamente en blanco

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Se quedó, por un breve momento, con la mente completamente en blanco. Pensó que se echaría a correr hasta que las piernas se le desintegraran o que, por el contrario, perdería todas las fuerzas en ese preciso instante y se desmayaría.

Cuando recobró la consciencia de lo que estaba sucediendo y la realidad de las palabras que acababa de leer, arrugó el papel con más fuerza de la necesaria para lograr su objetivo, apretó los dientes sin darse cuenta y compuso la mirada más sombría y aterradora que nadie jamás había presenciado de su parte. Se dirigió hacia la puerta a paso ligero y desesperado, la abrió y, justo cuando iba a salir lo más deprisa que pudiera a por su escoba, sintió una mano en su hombro deteniéndolo.

Sabía quién era, así que se giró de forma instantánea con furia desmedida impregnada en cada uno de sus gestos y, sobre todo, en sus ojos, los cuales Yami nunca había visto tan nerviosos, enfadados y asustados. Gauche, por primera vez en muchos años, tenía miedo. Miedo de perder una de las únicas personas que hacían que su vida fuera un remanso de tranquilidad.

—Chico, ¿qué pasa? —preguntó Yami con tono conciliador pero de alerta. Después, fijó su vista en el puño apretado de Gauche, en el que sabía que se encontraba una nota—. ¿Qué pone en ese papel?

—Se han llevado a Grey —masculló el joven mientras arrastraba las palabras y apretaba los dientes.

Yami abrió los ojos con desmesura, quitó su mano del hombro de Gauche y la colocó enfrente de su cara para que le diera la nota. Él lo hizo. Intentó estirar un poco el papel, que no había quedado en las mejores condiciones, y leyó lo que ponía una y otra vez mientras miraba absorto la tinta que impregnaba la superficie. En ese momento, Gauche aprovechó para intentar marcharse por fin, pero su capitán volvió a impedírselo.

Esta vez, el agarre fue mucho más fuerte e incluso le pegó un ligero tirón del hombro para adentrarlo en la base. Cerró la puerta y se quedó mirándolo fijamente y de forma seria.

—Siéntate.

—¿Cómo que me siente? ¿Me vas a salir con una gilipollez como que me debo calmar o algo así? ¿No sabes leer? ¡Se han llevado a Grey!

Los susurros entre los demás miembros de los Toros Negros comenzaron a resonar en la estancia. Vanessa apretó sus manos en un vano intento por tranquilizarse, pero no lo consiguió. Pensó en decir algo, pero tampoco le salieron las palabras del cuerpo. En primer lugar, por la preocupación por el estado de su amiga —a la que casi consideraba como una hermana— y también por la tensión que aplastaba el ambiente.

—Sé dónde está Grey.

—Pues vamos a buscarla. ¿A qué estamos esperando?

—No podemos ir todos. Tal y como están las cosas, la base no puede quedarse vacía y mucho menos sin el capitán y el vicecapitán aquí. Asta, te quedarás al mando.

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