7.

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Finalmente llegaron al departamento, Draco se estiró todo lo alto que era, haciendo sonar varios de sus hueso, para luego ir a la cocina.

El moreno lo siguió y se apoyó en el umbral de la puerta, viendo con curiosidad todo lo que hacía el rubio, quien ya se movía como dueño por su casa; abría y inspeccionaba en las estanterías, revisando cada lata y paquete de comida que tuviera.

—Mierda, Potter. Solo queda una lata de arvejas, un limón seco y lo que espero sea solo un pedazo de pan lleno de moho —Se quejó volteandolo a ver.

—Deberías comer las arvejas, vencen mañana —dijo encogiéndose de hombros.

—Mira, a ti no te interesara comer. Pero para mí, mi cuerpo es un templo y no como cualquier cosa. Es decir, todo esto —se señaló de los pies a los pies a la cabeza—. No es gracias a comer arvejas apunto de caducar.

—¿Eso le decías a los guardias de Azkaban? —preguntó sarcástico. El rubio lo fulminó con la mirada y Harry solo rió ante su reacción—. Pediré una pizza —dijo saliendo del lugar.

Draco se acomodó en el sillón y palmeo las manos para que la chimenea se encendiera. El departamento estaba helado, aún teniendo hechizos básicos de calefacción. Después de todo ya se encontraban en invierno y las calles estaba cubiertas de nieve.

Malfoy sacó su pluma y mirándola fijamente la hizo volar frente a él.

Luego de 30 minutos, el timbre sonó, haciendo que el rubio guardara nuevamente la fina y hermosa pluma para ir a atender.

Cuando abrió la puerta, se encontró con un chico muggle de mas o menos su edad, ojos miel y pelo negro. El muchacho sonrió amablemente ante de decir:

—Buenas noches ¿usted es el señor Potter?

—Dios no, Merlin me salve de parecerme a él —exclamó sonriendo y mirando al chico—. Yo soy Draco, Draco Malfoy —explicó acomodándose el traje—. Y tu eres... Ben ¿no? —preguntó apuntando la etiqueta de su uniforme.

—Sip, ese soy yo —confirmó sonriendo y sonrojadose levemente. Draco se mordió el labio y se apoyó en el umbral de la puerta.

—Bueno, Ben. Yo recibiré eso —dijo tomando las pizzas.

—Ah y la paga es...

—Oh si, si. Lo lamento, casi lo olvido —exclamó haciendo señas con las manos. Tomó las cajas con una sola mano y con la otra sujeto el chaleco rojo del repartidor, quien sorprendido nunca se esperó que el rubio tirara de él y le diera un ardiente y corto beso—. Buenas noches, Ben.

El pobre chico se quedó parado mirando al rubio, con la cara más roja que un tomate y los ojos bien abiertos. Draco cerró la puerta y caminó de nuevo a la sala de estar, mordiéndose el labio y sonriendo divertidamente. Había estado tan sumido en sus pensamientos que no se había percatado de la presencia del auror.

—Oh Potter. Me diste un susto ¿Qué haces ahí parado? Trae los vasos, hay que comer —le ordenó mientras abría la caja.

—¿Pero qué crees que haces?

—Me siento a comer, estoy muerto de hambre.

—Me refiero a lo que hiciste con el repartidor.

—Ah eso, te ahorré dinero. Aparte ya necesitaba coquetear con alguien al azar, tanto tiempo estando solo contigo, cualquiera tendría síndrome de abstinencia —explicó al tiempo que abría la boca y comía una porción de pizza.

—Malfoy, no puedes andar besando a cualquiera por ahí —lo regaño irritado.

—¿Por qué no? Soy un joven de 23 años, soltero y jodidamente sexy ¿qué me impide ligarme a quien quiera?

—Yo.

Draco alzó una ceja desconcertado y luego de unos segundos se largó a reír.

—¿Tú? ¿Y tu qué vela tienes en este entierro, Pottah? —preguntó sinceramente divertido mientras daba otro mordisco.

Harry lo miró fijamente por un momento, con semblante serio y una sombra sobre sus ojos. Finalmente soltó el aire que no sabía que contenía y se sentó frente a él para comer.

—¿Olvidas que no puedes mover un dedo sin que yo te lo ordene? Pues no quiero que andes besando a tipos por ahí. Te desconcentra de la misión.

—Lo único que me desconcentra de la misión son mis ganas de salir a alguna de esa discotecas llenas de chicos y chicas, y ligarme a todo aquel que sea lo suficientemente guapo para mí —explicó mientras se chupaba el dedo lleno de salsa. Harry rodo los ojos—. Vamos, Potter. Si tu hubieses estado cinco años en prisión sabrías de lo que hablo —dijo terminando su porción de pizza.

La noche transcurrió normal, en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. La nieve caía en todo Londres y la luna la hacía brillar como si fuese un espejo.

Draco terminó de comer y se levantó de la mesa, caminó al ventanal, viendo con un suspiro el gran reloj big bang. No tardó en ver al moreno acercarse por el reflejo.

—Se acercan las fiestas... —dijo Draco, como perdido en sus sentimientos. El moreno no dijo nada, solo se paró a su lado—. Mi madre, mi padre y yo solíamos pasar las fiestas en los jardines de la mansión, los elfos domésticos preparaban fuegos artificiales para nosotros y brindabamos iluminados por las luces de colores.

—Pensé que los sangre pura no festejaban navidad. Digo, es una tradición muggle.

—Si, eso es verdad. Pero un año, cuando yo apenas tenía trece, hicimos un viaje a Brasil, un hermoso lugar. Estábamos cansados de tantas responsabilidades; las empresas, tu intoxicando el colegio con tus locuras... Solo queríamos alejarnos unos días de todo eso —explicó metiendo sus manos a los bolsillos del saco, sin dejar de mirar el reloj—. Así que fuimos ahí y vimos por primera vez las luces navideñas y las de año nuevo, creo que esas fueron las mejores. Desde ese entonces tenemos esa tradición... Bueno, teníamos esa tradición —finalizó bajando su mirada.

Harry lo escuchaba mientras seguía mirando el cristal, más específicamente su reflejo. Su rostro se encontraba mortalmente serio y sus pupilas se movían, como recordando algo. Draco lo observó sin que se diera cuenta y vio por accidente sus recuerdos.

—Así que este año no festejaremos Navidad —comentó caminando hacia los escaleras. Pero Harry lo hizo voltear de un tirón.

—¿Qué te dije sobre mirar en mi mente? —preguntó enojado, dejando fluir su rabiosa magia. Draco no se quedó atrás.

—Si no quieres que vea tus recuerdos, pon escudos en tu mente, yo no puedo quitarme una costumbre de cinco años solo porque no manejas bien la oclumacia —reprochó acercándose de forma amenazante.

Se miraron fijamente, la respiración de Harry comenzó a calmarse y su mirada se suavizó de a poco; con Draco pasó lo mismo.

Ya no querían atacarse entre sí.

Nuevamente sus magias estaban haciendo de las suyas, pero esta vez habían tardado en darse cuenta, por lo que cuando quisieron detenerlas ya estaban íntimamente conectadas, provocandoles la extraña sensación de querer tener al otro más cerca, tener los labios en contacto, tocar y acariciar cada parte del cuerpo ajeno, sentir su calor y sus vibraciones de excitación, escuchar los dulces gemidos del otro y conectarse no solo por medio de su magia, sino por sus cuerpos.

Ambos estaba increíblemente cerca, como hipnotizados por los singulares orbes del otro, ansiosos de dar el siente paso, excitados por tener sus labios a escasos centímetros.

Entonces el timbre sonó y ambos se separaron bruscamente, retomando el control de sus acciones.

Harry se apresuró a abrir la puerta: era Granger.

Draco la saludó cortésmente y pidió disculpas por no quedarse, pero se sentía demasiado cansado como para seguir levantado. Subió las escaleras y se encerró en su cuarto, se desajusto la corbata, sintiendo calor y se sentó en la cama, intentando calmarse.

Buscó en su bolsillo y sacó la pluma blanca. Se acomodó en la cama y se concentró en hacerla volar.


Cállate y obedece, Malfoy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora