CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

Sonó el timbre y bajé a abrir mientras me ponía el guardapelo y me lo escondía bajo la camiseta junto a la llave. Era Álex; se me había olvidado por completo. Le abrí, pasó, me comentó lo guapa que estaba, me puse roja y nos sentamos en la cama de mi habitación para enseñarle la carta: tenía que contárselo a alguien inmediatamente.

La leyó, me miró a la cara y luego a la marca de la llave y el guardapelo bajo la camiseta. Los saqué y los observó detenidamente, sobre todo la foto de mi madre en el guardapelo. Me volvió mirar con cara asustada y se apartó de mí.

- Entonces... ¿Seguro que es tu madre? - cuestionó mirando la foto de mi madre y la mía

- Segurísimo.

- No puede ser...

- ¿Qué pasa?

- Samantha, lo siento. Me tengo que ir. Mañana nos veremos. Te tengo que enseñar algo. Y que tu padre venga también, por favor.

- ¿Pero qué pasa, Álex?

- Ya te lo cuento todo mañana, Sam.

- De acuerdo. Adiós, hasta mañana.

- Hasta mañana, Sam.

Caminó con paso decidido hasta la puerta de entrada acompañado por mí. En cuanto un pie salió del umbral de la puerta, me miró, hizo una sonrisa torcida y se fue. No entendía nada, pero ahora no era el momento de pensar en él, era el momento de ir a Dreamer.

Subí a toda prisa al piso de arriba y corrí hasta el final del pasillo. El corazón me iba a mil por hora. Cogí el pomo de la puerta, lo giré y abrí la puerta poco a poco. Me adentré otra vez en la oscuridad, pero esta vez no necesité activar la linterna del móvil, ya que salía una pequeña luz de mi pecho, del guardapelo. Lo cogí y lo abrí. De las dos fotos salía una luz plateada. Durante unos segundos alumbraban hacia donde yo apuntara, pero luego bajaron y apuntaron al fondo de la habitación. De la nada apareció una puerta enorme que llegaba hasta el techo.

Caminé poco a poco hasta aquella enigmática puerta y saqué la llave, que se hizo del tamaño inicial, como la palma de mi mano. La metí en la cerradura ligeramente iluminada y la giré lentamente. Se oyó un ligero clic y salió un pomo de plata encima de la cerradura. Lo agarré y tiré de él. Parecía que la puerta se abría sola, hasta que se abrió tanto que le dio a la pared.

Contemplé el interior de esa puerta: había un bosque con un camino desde la puerta hasta donde alcanzaba la vista. Al parecer, ese camino terminaba en un castillo. De la nada apareció el torso de un hombre, continuado por las patas de un caballo: era un centauro.

Me miró con sus ojos verdes e hizo una sonrisa muy sincera. Se acercó hasta ponerse delante de mí e hizo una reverencia.

- Princesa... Es un honor...

No salían palabras de mi boca. Lo único que podía decir era:

- ¿Quién es usted?

- Oh, lo siento, princesa. Mi nombre es Fauron, y soy el rey de los centauros. Supongo que usted habrá leído la carta que escribió su madre.

- Sí. ¿Cómo sabe usted que la he leído?

- Nosotros sabemos todo lo que les pasa y lo que hacen las personas que reinan aquí, princesa.

- ¿Y saben ustedes dónde está la reina?

- Tenemos órdenes muy estrictas de no revelar su paradero a no ser que su majestad diga lo contrario.

- Ah, vale. Entonces... ¿ese palacio es mío?

- Y de su madre, sí señora.

- Qué bien. ¿Podría acompañarme...?

- Por supuesto. Suba a mi lomo, por favor, y podremos ir más rápido.

Se agachó permitiendo que pasara una pierna por encima suyo y me subí a su lomo. En cuanto estaba cómoda encima de él, se levantó y me llevó rápidamente hasta el castillo. Llegamos en poco tiempo, pudiendo contemplar por el camino el bosque, las montañas, la playa y el pueblo con un montón de casas humildes.

En cuanto estábamos a dos metros de la puerta, ésta se abrió de par en par, dejando a la vista una alfombra que llegaba desde la puerta hasta lo alto de las escaleras que había delante. Me bajé de su lomo y al instante aparecieron dos ranas que caminaban sobre sus patas traseras. Se inclinaron en cuanto llegaron delante de mí y me llevaron hasta una puerta a la derecha de la sala.

Detrás de la pequeña puerta había otra alfombra que llegaba hasta un trono enorme. Supuse que tendría que sentarme ahí, así que caminé dos pasos, hasta que me di cuenta de que iba descalza y con una ropa que daba pena. Se lo comenté a las ranas, pero no me entendían, así que señalé mi ropa y mis desnudos pies. Como respuesta, el sapo de la derecha se señaló a la sien mientras cerraba los ojos, luego a mí y luego a su ropa. Supuse que me quería decir que pensara en la ropa que quiero ponerme, así que lo hice. Luego el sapo giró sobre sí mismo, y le imité.

Mientras giraba sobre mí misma, el vestido que tenía en mi mente - uno de color morado que llegaba hasta el suelo - se puso solo sobre mi cuerpo. Entonces, la rana de la izquierda dio ligeros golpes con los pies en el suelo. Hice lo mismo, y unos zapatos con un ligero tacón a juego con el vestido aparecieron en mi pie en el instante que éste tocaba el suelo.

Me miré el cuerpo y los pies; estaba preciosa. Así sí que podía ir hasta el trono, así que fui y me senté en él. Instantes después las ranas se fueron y dieron paso a Fauron.

- ¿Por qué esas ranas no me entienden? - cuestioné al centauro.

- Así las hicieron, princesa.

- ¿Las hicieron?

- Sí, señorita. Le explicaré la historia de Dreamer: hace muchísimos años, una bruja creó una puerta en la casa de donde usted viene. Esa puerta no llevaba nada al principio, pero poco a poco fue creando este reino. Entonces tuvo una hija, pero ella no tuvo la misma suerte y no podía ser bruja, así que la fundadora de Dreamer, su madre, hizo una nueva ley: el guardapelo que usted lleva - me señaló al pecho - es sagrado, o sea, que cuando lleva la foto de alguien, esa persona gobierna aquí y puede crear todo lo que quiera.

- ¿Cómo?

- Pensando.

- ¿Pensando?

- Exacto. Por ejemplo, piense en algo que quiera comer. - pensé en una pizza a los cuatro quesos; me apetecía muchísimo, pero no pasaba nada. - Así no, majestad. Cierre los ojos mientras piense en eso. - lo hice, y delante de mí apareció una mesa con esa pizza. Pegué un grito que hizo dar un respingo al centauro.

- ¡Genial!

- Muy bien. Sigo contando: el guardapelo pasó de generación en generación, de pensamiento en pensamiento, hasta usted. Varias reinas y princesas han modificado este mundo con sus pensamientos, y ahora es su turno.

- Entonces... mientras mi foto esté en el guardapelo, ¿reinaré aquí?

- Exacto. Pero solo puede venir a Dreamer si usted tiene el guardapelo puesto, su majestad.

- De acuerdo. ¡Dios, esto está pasando muy rápido!

- Tranquilícese, princesa. Si quiere, puede volver a la puerta y tranquilizarse. Cuando quiera puede volver, siempre y cuando lleve el guardapelo y la llave.

- Muy bien, me parece perfecto.

Me volví a subir a su lomo. Me llevó hasta la puerta y me despedí de él.
Salí y la puerta se cerró detrás de mí. Ya se había hecho de noche, así que decidí irme a dormir pronto para tener mucha energía el día siguiente.

* * *

*Harry Finns (e padre de Samantha Finns) en multimedia*

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