CAPÍTULO 2

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Subí al piso de arriba para coger la mochila y el abrigo. Bajé, le di un beso a mi padre y salí de casa camino al instituto.

Llegué en diez minutos, como siempre. Entré y vi a Johnny, un chico esbelto, con unas gafas pequeñas de color verde, un aparato en los dientes y pelo corto y negro como el carbón apoyado en el umbral de la puerta hablando con Nicole, la animadora más guapa del instituto - según todos los chicos - con un pelo largo, liso y pelirrojo como el fuego.

En cuanto me vieron, anduvieron hacia mí para saludarme e ir a clase juntos.

- Hola - saludó Nicole.

- Buenas - respondí yo.

- Pareces más contenta de lo normal - observó Johnny. - A ver si adivino... ¿tu padre trabaja este fin de semana para hacer pasteles navideños?

- Correcto. Podríamos ir a mi casa esta tarde.

- Es verdad, hoy es viernes - puntualizó Nicole.

- Sí. Pensad: padre fuera más dinero para el fin de semana más película es igual a...

- Ya sabes que soy mala en mates, Sam.

- Es igual a noche sublime.

Sonó el timbre de la escuela y los tres fuimos a clase. Nos sentamos, el profesor nos hizo callar y puso delante de él a un chico alto, musculoso, con un pelo corto y rubio y ojos azules.

- Chicos, os presento a Álex. Será vuestro compañero durante lo que queda de curso. - se dirigió al muchacho y le señaló la mesa vacía que había a mi lado. - Te puedes sentar ahí; el compañero de mesa de Samantha está en Rusia, así que no creo que vaya a reclamarlo.

Me miró de soslayo, sonrió y caminó hasta a mi lado con la mochila a cuestas sobre un hombro. Se sentó, dejó la mochila en el respaldo de su silla y miró al frente. Le imité, pero noté su penetrante mirada en mi cara. Le miré, me miró, y decidí hablar:

- Hola, soy Samantha.

- Yo Álex, encantado. - su voz era áspera y penetrante, como sus ojos azules, que me pareció haberlos visto antes. - ¿Te puedo llamar Sam?

- Por supuesto. ¿De dónde vienes?

- Vengo de las afueras con mi madre.

- ¿Las afueras? Te habrás mudado, porque si no estarías una hora viajando cada mañana para venir aquí.

- Sí, me he mudado. Mi madre dijo que buscaba a alguien.

- ¿Buscar a alguien?

- Exacto. Pero bueno, también dice que fue un error garrafal.

- ¿El qué fue un error garrafal?

- Pues no lo sé; nunca lo dice.

- ¡Señorita Finns! ¿Está usted escuchando? - interrumpió la profesora Tingle desde la pizarra.

- Claro, profesora.

- Entonces... ¿Qué he dicho?

- Pues...

- Que equis puede ser cualquier número. - susurró Álex con la boca ladeada para que la profesora Tingle no le viera.

- Que equis puede ser cualquier número.

- Vale. Como iba diciendo...

- Gracias, Álex.

- De nada, Sam.

Sonó el timbre por segunda vez en lo llevaba de día. Durante esa jornada de instituto no pasó nada interesante.

En cuanto terminaron las clases, Johnny, Nicole y yo fuimos a mi casa, donde mi padre estaba esperando a que llegase para que le dijese qué había pensado hacer ese fin de semana, como cada año.

Llegamos y le dije a mi padre que mis amigos se quedarían a cenar, pero no a dormir, ya que era una norma bastante estricta: nadie se queda a dormir.

Nos sentamos los tres en el sofá hasta que mi padre se fue. Cuando ya había dejado los números de teléfono para las emergencias, se había despedido de mí y de mis amigos y dejado la casa en orden, por fin se fue. Justo en el momento en el que la puerta se cerró, los tres preparamos la gran noche: Nicole llamaba a la pizzería para pedir la cena, Johnny hacía las palomitas y yo subía al piso de arriba a por la película y unas mantas.

Cuando subí, miré a la puerta del fondo, como hago siempre. Siempre estaba cerrada, excepto aquella vez: estaba entreabierta. La curiosidad me venció y movió mis pies, que me condujeron hasta esa misteriosa puerta, que llevaba años cerrada. Cogí el pomo, frío como el hielo, y empujé.

Aquella habitación estaba oscura, así que saqué el móvil y utilicé la aplicación de la linterna. La débil luz alumbró una caja que me llegaba hasta las rodillas. Acerqué más la linterna a aquella enigmática caja y observé que ponía "Lily". "Ese nombre..." pensé, "me sonaba, pero... ¿de qué?"

Cogí las llaves de mi bolsillo, rasgué la cinta adhesiva que cerraba la bolsa, la abrí y me puse a mirar su contenido: un vestido blanco, un joyero, unos zapatos de tacón blancos y, en el fondo, una fotografía en un marco de color marrón. En esa fotografía había tres personas en lo que parecía ser el sofá de casa: mi padre, un bebé y una mujer con el pelo rubio hasta los codos, unos ojos azules preciosos y una sonrisa que alumbraba toda la habitación.

- ¡Sam! ¿Ya has cogido las mantas? - gritó Nicole, devolviéndome a la realidad.

- ¡Ahora voy! - respondí mientras dejaba todo en la caja y salía de la habitación para ir a la mía y coger unas mantas. Bajé y vi a mis dos amigos en el sofá con la película en pausa y mirándome.

- ¿Por qué has tardado tanto? - preguntó Johnny con el mando en ristre, preparado para darle al play.

- No encontraba las mantas - mentí: quería quitarme ese tema de la cabeza y no quería hablar de ello.

Vimos la película; iba sobre unos adolescentes idiotas que solo sabían gritar y correr que huían de un tío con un cuchillo. Justo en el momento en el que la chica morena era asesinada por ese psicópata, el timbre sonó: las pizzas habían llegado. Corrí a abrir la puerta y apareció Álex con un uniforme de repartidor y dos pizzas familiares.

- ¿Sam?

- Hola, Álex. ¿Trabajas de repartidor?

- Sí, es para pagarme la universidad. ¿Qué tal?

- Bien, viendo una película bastante idiota. ¿Te quieres apuntar?

- Bueno... este es mi último reparto, así que vale.

Entró y yo le cogí las dos pizzas mientras le decía que cogiera sitio. Se sentó en el sitio que estaba justo a mi lado. Saludó a Nicole y a Johnny y me miró dándole golpecitos al sofá indicándome que me sentara. Le hice caso y nos pusimos los cuatro a terminar de ver la película.

En cuanto terminó, me levanté y corté la pizza en cuatro trozos cada una. Nos pusimos a hablar mientras cenábamos, y me enteré de que Álex vivía sólo con su madre cerca de mi casa y que cumplía años el 28 de diciembre, once meses después de mí.

Sonó el reloj digital de Johnny indicando que ya era la una, así que mis tres amigos se fueron y yo me quedé en casa. Subí a mi habitación y me puse a jugar con el móvil hasta quedarme profundamente dormida.

Aquella noche no paré de soñar con la mujer rubia y de ojos azules, llevándome hasta la habitación del fondo y metiéndome por una puerta que me llevaba a un bosque.

* * *

*Nicole Harrison en multimedia*

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