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Draco se despertó bastante tarde. Hacía meses que no dormía tanto ni tan bien. Se desperezó y salió de la cama. Fue hasta el rincón de la habitación donde el servicio había dejado todas las compras del día anterior y empezó a sacar la ropa de las bolsas. Pandora solo le había dejado coger un traje y había accedido a dejarle comprar prendas negras con la condición de que le dejase elegir a ella algo más vivo. Echó un último vistazo y eligió unos vaqueros negros ajustados, una camiseta básica blanca y se puso un cardigan gris oscuro encima sin abrochar. Se puso uno de los varios pares de zapatillas que habían comprado. Se miró en el espejo y le llevó un buen rato reconocerse en el chico que le devolvía la mirada desde el reflejo. Estaba muy distinto, ni si quiera parecía él. De no ser por el pelo y esos ojos grises que le hacían inconfundible no pensó que nadie de su entorno pudiera llegar a conocerle si le vieran en ese preciso instante.

Lo cierto era que Draco desde pequeño había querido ser como su padre. Era a lo que aspiraba en la vida (o eso creía) y, por ende, no solo imitaba su actitud y su forma de hablar, sino que también había emulado su vestimenta. Siempre oscuro, siempre en negro y, exageradamente formal para un chico de 16 años. Volvió a mirarse y pasó sus dedos entre su cabello rubio alborotándolo un poco eliminando ese repeinado tan típico del señor Malfoy. Cogió el móvil de la mesita de noche y vio que Pandora le había mandado un mensaje hacía ya un buen rato: "He salido a correr. Baja y pide lo que quieras para desayunar y te lo prepararan".

Salió de la habitación e intentó recordar el camino. Cuando llegó al salón Pandora ya había regresado. Llevaba el cabello recogido en una coleta alta que estaba algo despeinada de haber hecho ejercicio. Tenía las mejillas sonrojadas del sudor y del frío.

- ¡Vaya! – Exclamó Pandora mientras abría una botella de agua - ¿Quién eres y qué has hecho con Draco Malfoy? – dijo señalando su outfit. Draco puso los ojos en blanco y reprimió una leve sonrisa.

Los incómodos silencios cada vez iban a menos a medida que se iban conociendo. Saltaban de lo banal a lo trascendente y así, poco a poco, casi sin darse cuenta, estaban pasando de conocidos a amigos. Se pusieron a desayunar mientras charlaban.

- ¿Qué pasó con Krum cuando terminó el torneo y acabó en Durmstrang? – le preguntó Draco.

-Tuvo que quedarse un año más. – dijo Pandora entre bocado y bocado – aquello no es Hogwarts, allí nadie se libra de los exámenes, solo se posponían. Cuando Karkarov huyó la situación allí mejoró considerablemente. No era idílica, pero después de lo que pasó en el torneo de los tres magos, los del norte no querían tener nada que ver con todo eso y echaron a los hermanos Carrow – añadió aliviada al recordar lo mal que se lo habían hecho pasar. – Alternaba la selección con la escuela. Al volver me contó que lo de Hermione no había salido bien, que nunca le llegó a escribir cuando se fue de Hogwarts. Y bueno... - Pandora vio que la expresión de Draco se volvía algo seria. – No pasó nada más – añadió – además mi padre pretendía que saliera con el hijo de uno de sus socios. Evidentemente me negué. – algo en su rostro parecía haberse aliviado - ¿Qué pasa con Pansy? – le espetó ella dando un sorbo a su café.

La pregunta golpeó a Draco de repente. No le había contado a nadie todavía que había terminado con ella.

-Ya no estamos saliendo – admitió Draco visiblemente incómodo – a mis padres no les va a hacer ninguna gracia – añadió.

- Siempre pensé que salías con ella por lo evidente – dijo ella dejando la taza vacía sobre el plato – es preciosa, de Slytherin, una elitista...

-Olvidas su apellido – la cortó Draco – su familia, como la mía, pertenece a los Sagrados Veintiocho – añadió viendo la cara de Pandora.

- ¿Los Sagrados Veintiocho? – preguntó ella sin saber a qué se refería.

Draco le contó que, en el año 1930, se creía que Cantankerus Nott, había creado El Directorio de Sangre Pura que se publicó de forma anónima en Gran Bretaña listando a veintiocho familias consideradas de sangre pura y cuyo objetivo era ayudar a estas familias a mantener la pureza de sus líneas de sangre y que los Malfoy y los Parkinson formaban parte de ese listado, lo cual hacía de Pansy una candidata elegible para casarse con él. Pandora arrugó la nariz e hizo una mueca.

-Así que básicamente sois todos una gran familia feliz – concluyó deduciendo cómo esas veintiocho familias habían conseguido continuar con su linaje puro.

-El cruce de familias es común – admitió Draco – los hay que se aseguran que sean primos lejanos, pero hay familias como los Lestrange... – añadió pensando en la familia del marido de la loca de su tía.

- ¿Solo estabas con ella porque tus padres la iban a aceptar? – inquirió Pandora refiriéndose a Pansy y él sacudió la cabeza y se encogió de hombros - Esta es la primera vez que haces algo sin su permiso, ¿verdad? – le preguntó y Draco asintió. – Ven, quiero enseñarte algo – le dijo mientras se levantaba.

Le llevó a la planta baja donde estaba la piscina climatizada. El espacio tenía una luz tenue y suave. La piscina era grande y en la sala había una ingente mesa con varias sillas y tumbonas. La pared del fondo estaba hecha de ladrillo y Pandora se acercó a ella. Buscó con los dedos hasta que encontró uno que se movía. Lo retiró y sacó una cajita de metal del interior de la pared. Volvió a acercarse a Draco y se la dio.

- ¿Qué es esto? – preguntó él mientras la cogía.

-Una lista de todas las cosas que me gustaría hacer, pero mis padres no me dejan o consideran absurdas – respondió ella – empecé a escribirla cuando entré en Beauxbatons y no he parado desde entonces.

Draco empezó a leer la lista en silencio. Pandora quería dedicarse a la música profesionalmente y, aparentemente, cambiar las leyes del mundo mágico.

- ¿Reformar el Estatuto Internacional del Secreto Mágico? – preguntó Draco extrañado.

-Por eso me echaron de Durmstrang – admitió ella mientras paseaba al lado de la piscina con cuidado – los del norte: "liberales, pero no mucho" – añadió con ironía. Había algo en su sarcasmo que a Draco le gustaba. – A Dumbledore no le pareció tan mala idea...

- ¿Enamorarte de verdad? – le preguntó Draco mientras continuaba con la lista y Pandora se encogió de hombros. - ¿No lo has estado nunca?

- ¿Cómo voy a estarlo si no puedo mostrarme como soy? - Exclamó exasperada. Desde que se enteró de que era bruja, Pandora se había sentido en mitad de dos mundos. En tierra de nadie. Como si no pudiera pertenecer del todo a ninguno de ellos.

- ¿Qué quieres decir?

-Aparentemente, en el mundo mágico no soy suficiente para algunas personas porque mi origen es muggle. – dijo acusándolo con la mirada - Y aquí no puedo decir que soy bruja. Tengo que esconderme. ¿Cómo voy a entregarle mi corazón a alguien con quien no puedo ser yo misma?

Draco volvió a meter la lista dentro de la caja. Pandora tenía un montón de sueños y quería hacer muchas cosas. Buena parte de su lista se centraba en acercar el mundo mágico y el mundo muggle y ahora, casi libre de prejuicios, sus ideas no le parecían tan descabelladas como le habían hecho creer sus padres que eran.

-Creo que deberías empezar a tachar cosas o te va a faltar papel – le dijo él dejando la caja encima de la mesa.

-Y yo creo que no hemos venido aquí para que yo me divierta sino para que tú lo hagas – dijo ella acercándose aún más al borde de la piscina. Draco la siguió.

- ¿Y qué te hace pensar que podría divertirme contigo? – le preguntó colocándose a su lado.

¿Le había entendido bien? Él, un sangre limpia, ¿planteándose si se podía divertir con una nacida de muggles?

-Si por un triste segundo fueses capaz de librarte de tus estúpidos prejuicios, te haría una lista de razones por las cuales podrías, pero también me faltaría papel - dijo Pandora levantando una ceja mientras lo empujaba a la piscina.

Draco perdió el equilibrio, pero justo antes de caer agarró a Pandora y cayó con él. Los dos se desplomaron dentro del agua vestidos. Les pareció que tardaban una eternidad en volver a la superficie y sus ojos se encontraron bajo el agua. Por fin había terminado de caer el muro que les separaba y estaban listos para disfrutar de lo que quedaba de semana como iguales. 

El juramento inquebrantableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora