Capítulo 26

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Isabella miraba una y otra vez la puerta de la biblioteca esperando que Christian entrara a la sala. Desde su encuentro, exactamente siete días antes, se habían visto a la misma hora en ese lugar. No quería que nadie más se enterara de sus citas. Ya sabía que la iban a juzgar, pero es que tampoco podía verlo libremente como quería. La tacharían de infiel y demás cosas que prefería evitar. No iba a desbaratar todo el trabajo de las últimas semanas con un escándalo que de seguro ni siquiera tendría fundamentos.

Christian era su pequeño secreto, su fuente de felicidad, y no estaba dispuesta a perderlo por rumores.

Estaba más que entusiasmada de ir al orfanato solo por el hecho de verlo a él.

Era increíble como su vida mejoraba día tras día en compañía de lord Dockery.

Había ocasiones en las que se llamaba así misma ilusa. Imaginar su futuro junto a él, en la situación en la que estaba no era correcto. Estaba siendo tan injusta con su viejo amigo. Se sentía culpable por compartir ese tiempo de la manera en la que lo estaba haciendo.

Si bien él era muy respetuoso y acataba las normas de decoro a la perfección. Isabella no era capaz de dejar de coquetear. No era descarada. Se limitaba a tomarle la mano de vez en cuando o dedicarle cierto tipo de sonrisas. Y Christian le correspondía. Era maravilloso sentirse así. Tan completa y esperanzada con un hombre como él.

—Lamento llegar un poco tarde, Bella. —dijo el conde ingresando en la salita y cerrando la puerta. Tenían privacidad en la biblioteca, sin embargo, ambos se cuidaban de cualquier par de ojos curiosos que paseaban por allí. No solo estaban las monjas en la casa, las cuales eran de absoluta confianza, sino que también habían otros merodeando en la mansión, personas del servicio y otros nobles que cumplían con sus labores de beneficencia.

—No tiene importancia. Estaba ordenando.

—Este lugar está tomando forma. Después de todo, valió cada centavo puesto en este proyecto. —dijo admirando las estanterías. Isabella lo miró de reojo con interés. No quería preguntarlo directamente porque se trataba de una cuestión monetaria, pero era evidente que él era el donador anónimo. Su mirada se paseaba por los libros con orgullo, y debía estarlo. Todo era gracias a él.

—Creo que este lugar es magnífico debido a ti. —expresó ella.

El conde se limitó a sonreír y empezar con su trabajo. Tenían una rutina establecida. Ella catalogaba los documentos y él los ubicaba en las repisas. Luego, tomaban un refrigerio en la salita de visitas y a medio día se despedían. Se la pasaban hablando de su vida en los últimos años, sus intereses y demás.

—Entonces, mi madre insistió en que debía retomar sus labores de beneficencia. Jamás he sido un hombre muy dado a ello. Pero se siente bien ayudar a estos pequeños. No sabía que me gustaban tanto los niños hasta que vine aquí. —explicó Christian ojeando un volumen.

Isabella estaba embelesada con él. Se había convertido en un hombre atractivo, carismático y de buen corazón. Y tuvo que reconocer que le gustaba. Christian Parker, conde de Dockery le gustaba demasiado.

Ya no disimulaba ni un poco al apreciar su rostro y cuerpo, era ligeramente más alto que ella. Delgado, pero con músculos. Y el cabello lo llevaba siempre bien peinado. Era todo un caballero. Siempre se imaginó así al príncipe con el que se casaría.

—Nunca he conocido a alguien como tú, Chris. Es espléndido lo que haces aquí. He visto la emoción de muchos niños cuando llegas y los saludas.

—Me gustaría hacer mucho más, te lo juro. Creo que sacaré más tiempo de mis labores en el Parlamento para dedicarme a esto.

—Eso me agradaría —dijo ella mirándolo a los ojos. Quería hacerle saber que le gustaba, sin embargo, no se atrevía a mencionar ni una palabra aún.

Huyendo de Barwick (COMPLETA) - Misterios de Londres IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora