Capítulo 8

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Isabella no podía creer lo que estaba a punto de hacer. Pero, nadie podía culparla. Nunca le habían hecho un regalo tan escandaloso y fuera de lugar. Tenía en sus manos la caja en la que le había sido enviado el vestido la tarde anterior. No supo que era peor. Si presentarse en el hotel o en el domicilio de Barwick para devolverle el traje y darle un sermón de etiqueta y la conducta adecuada que debía seguir su relación de aquí en adelante. El hombre necesitaba que alguien le parara los pies y le enseñara que no podía pasar por encima de las normas sociales y mucho menos si ella estaba involucrada.

Bajó del carruaje con ayuda del lacayo y entró con pasos decididos al Belmond. La fachada del establecimiento era hermosa y elegante. El lobby estaba adornado con sillones modernos de una tonalidad clara que le daban armonía a todo el lugar. Sus ojos recorrieron la estancia con admiración, definitivamente era un hotel de calidad.

Se acercó a la recepción y le preguntó a un amable hombre si Barwick se encontraba y podía atenderla.

—El señor Barwick está muy ocupado, milady. Solo atiende cuando tiene una cita con una antelación de tres días —el caballero la veía con cierta curiosidad. Era obvio que ella no encajaba allí. Una dama con clase, que entraba al Belmond con un regalo en las manos, era a toda vista muy interesante para cualquiera.

—Soy lady Isabella Stone, hija del conde de Rothberg. Por favor, infórmele a Barwick que estoy aquí. Le aseguro que me atenderá —¿sería una buena venganza armar un escándalo en el lugar de trabajo de su prometido? Era perfecto. El problema radicaba en que nadie sabía de su relación con él. Se vería como una tonta frente a todos.

—Si me disculpa...

El recepcionista llamó a una criada y le pidió que guiara a Isabella hasta la terraza, allí le sirvieron té y unas galletas mientras esperaba. Debía admitir que el servicio era bueno y eficiente. Aquel gesto logró apaciguar sus ganas de estamparle la caja en la cara a su prometido.

Se maravilló de la vista. Si había pensado que el lobby era hermoso, la terraza lo superaba con creces. Tenía plantas y flores por todas partes. Las mesas con manteles blancos, suaves y largos le daban un toque distinguido, como si fuera a servirse una cena para la mismísima reina. Por otro lado, el pequeño refrigerio era un deleite. ¿Por qué su cocinera no preparaba unas galletas tan suaves y dulces? ¿Tendrían en el Belmond un chef francés? Sabía que últimamente estaban de moda. Dejó de pensar en comida cuando observó al hombre que había visto con Barwick unos días atrás en la entrada de su casa, bajo el marco de la puerta.

El caballero iba bien vestido, con el cabello café hacia atrás. En esa ocasión no llevaba la pequeña libreta. El hombre chocó sus ojos con ella y le sonrió. En menos de un segundo estaba frente a ella y se presentaba con una ligera venia.

—Sé que no es lo indicado, lady Stone, pero Barwick tiene unos cuantos problemas ahora mismo. Me ha pedido que la lleve hasta su oficina. Soy Jhon...

—Aguarde un momento— Isabella se puso de pie un tanto ofuscada y con una mirada bastó para hacer callar al hombre. Estaba cansada de los desplantes y mala educación de Barwick. Ella no iba a permitir que mandara a un simple lacayo a hacerle compañía. ¿Qué se creía? Isabella Stone no era una dama a la cual se le hacían desaires. Cualquier hombre respetable encontraría la manera de ir a verla sin hacerla esperar. —Exijo que me lleve inmediatamente con Barwick.

Ni siquiera esperó a que Jhon le respondiera. Se encaminó a nuevamente hacia el lobby con la caja en sus manos y lo miró de reojo. El hombre ya estaba a su lado y le hacía un gesto para que le siguiera. Ambos caminaron por un corto pasillo hasta detenerse frente a uno de eso ascensores nuevos. Isabella había tenido la oportunidad de subirse en uno hacía unos meses en una exposición en el Crystal Palace. Le parecían los objetos más divertidos del mundo porque dejaban un extraño vacío en el estómago. A Carrie le daban pavor y se ponía tan nerviosa que era imposible no reírse de ella.

—Por aquí, milady —Le señaló una puerta una vez que habían subido unos cuatro pisos. Supuso que allí encontraría a su prometido. Debía admitir que ahora se sentía algo avergonzada por su actitud con Jhon. Él había sido y aún era muy amable con ella. ¿Desde cuándo era tan grosera e impulsiva? Si algo la caracterizaba es que siempre daba una buena impresión a las personas. Barwick sacaba su peor lado y ella lo pagaba con los demás.

—Lamento mi comportamiento en la terraza. No es nada personal. —Quiso agregar que toda la responsabilidad era de Barwick, pero prefirió dejarlo hasta ahí.

—No debe disculparse, milady. Pierda cuidado —Ella le sonrió maravillada. No esperaba que alguien cercano a su prometido tuviera ese grado de educación. Barwick debería aprender de Jhon.

—Gracias.

El hombre abrió la puerta,  se hizo a un lado y le permitió ingresar a la habitación antes. Confiaba en ver a Barwick de una vez, pero se desconcertó al ver el lugar solo y en silencio. Había un escritorio y unos sillones a un lado. Parecía una sala de espera.

—¿Dónde está él? —inquirió ya fastidiada y cansada. ¿Iba a tener que pasearse por todo el hotel antes de ver a su futuro esposo?

Jhon miró hacia otra puerta con algo de reticencia y preocupación. Parecía conectar con otro cuarto más grande.

—Está contestando la correspondencia y...

Isabella no necesitó más palabras. Barwick dejaría de ser un grosero a las buenas o a las malas. Ella no era una persona más. Sería su esposa. Y la trataría como a la mismísima reina si quería seguir con ese casamiento.

La joven abrió la puerta con tanta fuerza que la madera golpeó contra la pared.

Barwick estaba sentado en una gran silla de cuero negro con los pies sobre el escritorio y un habano en los labios. La pose de relajo que tenía el hombre la hizo enfurecer. ¿Acaso no estaba muy ocupado el señor? Mientras que a ella le habían puesto mil trabas, él estaba campante allí.

Barwick apenas y la miró antes de hacer un gesto que indicaba que no estaba feliz de verla.

Su prometido se sentó como correspondía con calma, estirando sus músculos de forma parecida a la de un felino cuando acababa de despertarse. Muy lentamente se puso en pie, dejó el cigarro sobre el cenicero que estaba a su lado y apoyó las manos en el escritorio.

—Jhon... creo que fui muy claro en mis indicaciones. —Barwick habló con voz serena pero fuerte. En su tono se notaba que estaba molesto.

—Lo sé, pero lady Stone insistió en...

—Puede dirigirse a mí, señor Barwick. No estoy pintada en la pared. Necesito conversar con usted seriamente. —Isabella estaba a punto de estallar.

—Estoy seguro que le informaron que no dispongo del tiempo suficiente para una visita.

—Lo hicieron, pero se trata de una cuestión de vida o muerte. Será mejor que me atienda de una vez o le juro que haré un escándalo tan grande, que nadie se hospedará en el Belmond jamás y usted perderá su empleo.

—¿Perder mi empleo? —preguntó confundido. A Isabella le parecía increíble que solo le preocupara esa parte de su pequeño discurso. ¿Por qué no era un caballero y se preocupaba auténticamente por ella? Su matrimonio sería un fracaso contundente. No estaba acostumbrada a que la trataran de forma tan vaga. Y las cosas no parecían mejorar. Sería infeliz y se haría vieja muy rápido.

—Creo que es mejor que me retire. Si necesitan algo solo llámenme —Jhon estaba a punto de salir de la pequeña oficina cuando Barwick le pidió que se quedara.

—Este hombre no tiene por qué escuchar nuestra charla —protestó Isabella.

—Este hombre —repitió su prometido con un mejor tono del que ella usó — es de mi entera y absoluta confianza. Jhon, no te muevas.

—¡Bien! ¡Que se entere que usted, señor Barwick, es un grosero, maleducado y un tirano! —gritó ella mientras le arrojaba la caja. El obsequio le dio en todo el pecho al hombre y al caer sobre el escritorio se abrió dejando ver el vestido rojo —Jhon, ya puedes conducirme de nuevo a la salida, gracias.

Huyendo de Barwick (COMPLETA) - Misterios de Londres IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora