Capítulo 29

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Isabella terminó de ponerse un collar de perlas alrededor del cuello y miró su reflejo, a través del espejo, con detenimiento. No sabía qué esperar de esa velada. Jhon había prometido no contarle nada a Barwick, pero no sabía hasta qué punto podía confiar realmente en él, considerando que desde que se conocían, Belmond había demostrado una y otra vez su lealtad hacía su esposo.

Sin desperdiciar más tiempo, se despidió de su padre, asegurándose que estuviera cómodo y en buen estado antes de partir hacia el Belmonds Hotel. En el carruaje, repaso mentalmente lo que le diría a Jhon. Comenzaría con una breve explicación de su relación con Christian, tenía que dejarle en claro que ella aún era una dama y no había violado ningún voto matrimonial importante. Luego, tendría que explicarle con todo detalle por qué era bueno que se llevará a cabo el divorcio. Si tanto se preocupaba por Barwick, Jhon tenía que aceptar que ellos estaban mejor separados que juntos. Su disolución sería mil veces más fácil si el secretario del burgués, la ayudaba a allanar el terreno con su esposo. Así, ella podría pasar el resto de sus días con Chris y él con la misteriosa mujer de la cafetería.

No tenía ni la menor idea de cómo iba a abordarlo durante la noche, pero suponía que en algún momento tendría un espacio para hablar con él en privado.

Cuando el vehículo llegó al hotel, Isabella estaba nerviosa. ¿Qué se encontraría allí dentro? Nunca había estado en una reunión conformada netamente por burgueses. ¿Cómo debía comportarse? Sospechaba que ellos no se iban a preocupar por cumplir con las normas sociales que en la alta sociedad se usaban.

Había un criado en el lobby, que la reconoció con solo un vistazo y la escoltó hacia el salón principal, donde se realizaría la cena. Al entrar se quedó sorprendida por la bonita y elegante decoración. Y se sorprendió aún más al notar que habían varios nobles presentes en el lugar también. Caminó entre el gentío hasta que se topó con Jhon. Estaba cerca de la mesa de bebidas charlando con una pareja mayor. No tuvo que verlos dos veces para saber que eran sus padres. El parecido no se podía negar de ningún modo. Cuando él la vio la invitó a acercarse con una radiante sonrisa.

—Mamá, papá, déjenme presentarles a lady Isabella. —dijo con amabilidad y seguidamente presentó a la pareja. —Estos son mis padres, Theresa y Donald Belmond.

—Es un gusto poder conocerte al fin, querida. Estábamos muy martirizados por no llegar a tiempo a la boda, pero Jhon y Barwick dijeron que no debíamos preocuparnos, que aún faltaban meses —Theresa, igual de alegre que su hijo, le dirigió una significativa mirada de reproche a Jhon.— Y de un momento a otro adelantaron las nupcias. Lo siento mucho. —acabo apretándole la mano con cariño.

—Por favor, no se disculpe. —no sabía cómo explicarles que ella ni siquiera había sentido su ausencia, no quería parecer grosera ni mucho menos. —Jhon me ha hablado de ustedes en varias ocasiones. También es un gusto conocerlos.

—Estábamos con Amber en España cuando nos avisaron del matrimonio. —explicó Donald. O eso le pareció, aunque aún no comprendía nada. ¿Por què ellos se justificaban ante ella? No estaba ligada a Jhon de ninguna manera, a menos que también le guardaran pleitesía a su esposo. Además, ¿quién era esa tal Amber?

—No es necesario que se disculpen —repitió con incomodidad. Nunca la habían tratado de esa forma, no quería ser una egocéntrica, pero no era tan importante como para que se excusaran de esa forma al no asistir a una boda que ella no había querido. Si fuera una duquesa aceptaría sus palabras, sin embargo, estaba lejos de ser una. Estos días de creerse superior a la clase media ya habían terminado. Sentía demasiada simpatía por ellos.

De pronto, su conversación se interrumpió cuando una de las puertas laterales se abrió con fuerza y un escándalo se produjo. Dos niños aparecieron en la sala gritando a todo pulmón buscando a su tío y a su padre. Definitivamente, eso jamás pasaría en una velada de la alta sociedad. Aunque habían nobles allí, los burgueses ganaban en número. Algo que la dejó un tanto perpleja, al igual que a los otros nobles, es que al resto de empresarios no les pareció molesta o inadecuada tal intromisión. No les prestaron atención por más de cinco segundos antes de seguir con sus conversaciones.

—No puedo creerlo, pensé que ya estaban en la cama —susurró Theresa con angustia.

—Papá, papáaaaaaa —los gemelos, que no debían tener más de tres o cuatro años, se abalanzaron hacia las piernas de Jhon, dejando en shock a Isabella. —Mamá no quiere dejarnos jugar.

—Dijo que debíamos dormir ya, pero Marc y yo queremos seguir usando el caballito. —dijo uno de ellos con un mohín en los labios y cruzándose de brazos.

—Niños, no es el mejor momento. Recuerden lo que hablamos esta mañana. —dijo poniéndose a su altura y tomándolos a ambos de las pequeñas manitos. Jhon era el padre de esos chiquillos e Isabella no lo podía creer. No se lo había imaginado en tal rol. Sus miradas se encontraron y él sonrió como si tratara de disculparse por omitir que tenía una familia. —Vengan, quiero que conozcan a lady Isabella.

Los chicos se dieron cuenta de su presencia e hicieron un intento de venia mal elaborada. Aquello la hizo sonreír con dulzura. Los gemelos eran muy tiernos.

—Mi nombre es Marc.

—Y yo soy Arthur.

—Mucho gusto, caballeros —dijo ella con una ligera venia.

Marc se apoyó sobre Jhon y le murmuró algo al oído que nadie pudo escuchar. Pero el hombre sonrió y se puso de pie rápidamente.

—Mi hijo dice que eres muy bonita. —aquello hizo reír a Donald y Theresa, que estaban pendientes de cada acción de sus nietos. Isabella también se divirtió con el comentario y le acarició el cabello a Marc con cariño.

—Lo siento mucho, no sé en qué instante salieron corriendo. —la joven se volteo al escuchar una suave voz a su espalda y se encontró con una mujer algo desaliñada para estar en esa velada. Su vestido no era el indicado para la ocasión, pero se fijó en que tenía la respiración agitada y los ojos expresaban preocupación, había estado persiguiendo a los niños.

—No han hecho nada malo. —le dijo Jhon a la mujer. Esta, clavó la mirada en los gemelos, como si les prometiera que no se salvarían de un buen regaño. —Isabella, es la esposa de Barwick. Y ella es Amber, mi mujer. —las presentó con rapidez.

—Milady... es un gusto. —la pobre estaba muy avergonzada por su atuendo. —Lamento que nuestro encuentro se dé en estas circunstancias.

—Pierda cuidado. —le sonrió con amabilidad. Después de pasar tanto tiempo en el orfanato, ella sabía como eran los niños y las travesuras que hacían.

—¡Es el tío Darien! —todos voltearon hacía dónde los niños estaban dirigiendo su atención.

Isabella que ya estaba demasiado confundida intentando memorizar quién era quien, se limitó a observar con interés como Barwick les sonreía a los gemelos con fascinación y los levantaba a cada uno del suelo, cargandolos en sus brazos. Él era el tío Darien.

Siempre había imaginado que su esposo tenía algún nombre de personaje malvado. Sin embargo, él no parecía un villano en ese momento. Todo lo contrario.

Lo estudió con cuidado. Habían pasado días desde su último encuentro. Vestía como un auténtico miembro de la nobleza, el traje azul con pantalones negros le quedaba a la perfección. Pero lo que llamó su atención fue que Barwick tenía la parte izquierda del rostro muy irritada como si se hubiera dado un golpe o algo peor.

—¿Qué te pasó en la cara, tío Darien? —preguntó Marc con inocencia. Barwick se tensó de inmediato y puso a los niños en el suelo.

—Tuve un accidente con la cuchilla de afeitar. —no tuvo que decir una palabra más, los hermanos aceptaron su explicación y se dedicaron a rogarle a Jhon y Amber, que no los llevaran a la cama. En cambio, Isabella notó su incomodidad y lo tajante que había sido su tono.

Sus miradas se encontraron un segundo, él la saludó con un leve movimiento de cabeza y luego empezó a conversar con los padres de Jhon.

Si algo caracterizaba a la joven, es que era muy terca. Sabía que no tenía que indagar más allá, pero la curiosidad que había despertado en ella, el deseo de saber más de su esposo, le ganaba. Si tenía suerte, iba a encontrar más herramientas para lograr su cometido y por fin lograr el divorcio.




***

El nombre de Barwick es Darien.  ¿Quién más cree que él es el asesino? 

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Huyendo de Barwick (COMPLETA) - Misterios de Londres IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora