Capítulo 45

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—¿Aún sigues molesta, querida? —preguntó Darien al cruzarse con Isabella por uno de los pasillos del ala lateral del hotel.

Las remodelaciones habían empezado en el Belmond y como su esposa había aceptado que él no la dejaría poner un pie fuera del establecimiento mientras no atraparan al asesino que estaba atemorizando a la ciudad, ella había decidido ayudar con la decoración de algunas habitaciones nuevas y salitas de estar para las mujeres que se quedaran en el lugar.

Darien quería reírse cada vez que se encontraban por los pasillos o en el comedor. Su esposa parecía reprocharle con la mirada que no la hubiera tomado la otra noche. Él más que nadie estaba sufriendo con esa decisión, pero no pudo evitar sentirse como un maldito aprovechado en ese momento. Sabía bien que si compartía el lecho con Isabella, iba a satisfacer su propio apetito, no iba a pensar en ella más que como la persona que lo iba a aliviar sexualmente. Y no quería que su encuentro se viera permeado por algo que ella no disfrutaría y no recordaría bien en el futuro.

Por otro lado, aquel día estaba bastante cansado. Los acontecimientos de esa mañana no jugaron a su favor y para su mala suerte, aún estaba preocupado por la salud de Allison. No iba a acostarse con Isabella en esos términos, teniendo a otra mujer en su mente. No es que fantaseara con su amiga ni mucho menos. Nunca le había atraído como lo hacía su esposa. En ese asunto no había discusión alguna. Es solo que él no podía evitar pensar en Ally y en que aún no despertaba. Habían pasado dos semanas y ella no había salido de ese estado crítico. Las infecciones de sus heridas la estaban matando lentamente. Su salud se había convertido en prioridad para Darien. Había contratado a los mejores médicos para que la atendieran las veinticuatro horas, era lo mejor que podía hacer si quería mantener el equilibrio entre su matrimonio y que los Barrett no siguieran teniendo la idea de hacer de Allison su amante.

—¿Qué te hace pensar eso? —le respondió Isabella pasándolo de largo. Ni siquiera se dignaba a mirarlo.

Si bien ella no estaba enojada como tal, lo ignoraba la mayor parte del tiempo. Pero no le cuestionaba que a veces él la besara o la acorralara por los sitios recónditos del hotel. Darien había decidido no tomarla esa noche, pero la había besado y abrazado cada día después de eso. Ella se lo permitía y eso le gustaba. No mediaban palabra alguna, o por lo menos de parte de ella, pero ambos disfrutaban con el pequeño juego que tenían.

No sabía cuánto más soportaría la situación, no sería mucho dado que cada vez tenía más ganas de tenerla desnuda en su cama. Por el momento solo podía hacer lo posible para retenerla allí y que no volviera a la mansión. Había intercambiado correspondencia con el conde de Rothberg y ambos habían acordado mantener a Isabella fuera de peligro hasta que atraparan al asesino o hubiera más seguridad en Londres.

Barwick la tomó de la cintura y la hizo recostarse en la pared a su espalda. Tenía suerte de que casi era la hora de la cena y no había mucho personal a esa hora en el área. Empezó a besar con delicadeza su garganta y sonrió con maldad cuando la sintió relajarse entre sus brazos. Sus pequeñas y delicadas manos le rodearon el cuello y sintió que le jalaba los mechones negros con cariño. La besó con lentitud, entrelazando su lengua con la de ella. Definitivamente no iba a poder aguantar mucho tiempo más.

—Te he buscado todo el día —le susurró sobre los labios.

—Estaba ocupada. —dijo recomponiendo su vestido.

—Pensé que yo era el que siempre tenía mucho trabajo encima. —iba a inclinarse nuevamente hacia ella, pero en ese instante venían algunos criados cargando cajas, lo que provocó que Isabella huyera de su lado. La joven retomó su camino sin voltear ni una sola vez para confirmar si él la seguía o no.

Huyendo de Barwick (COMPLETA) - Misterios de Londres IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora