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Las ventajas de tener un avión privado eran aún más agradables con una buena compañía al lado. Hicieron el amor y luego durmieron unas horas, lo cual debería haber sido suficiente para relajarse y llegar a Gran Bretaña descansados. Sin embargo, mientras el avión descendía, Emilio percibió el nerviosismo de Joaquín e hizo todo lo que estaba en su mano para distraerlo.

Había reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto. Allí pasarían la noche, y se reunirían con su familia al día siguiente en Albany. Sin embargo, su familia tenía otro plan en mente. Tomaron tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellos seguía siendo última hora de la tarde. Por la forma en que Joaquín movía las manos, Emilio sabía que su esposo tenía los nervios a flor de piel.

Bajaron del avión, él rodeándolo con un brazo. Siguiendo su consejo, Joaquín se había cambiado de ropa y llevaba unos vaqueros gastados y una camiseta de manga larga. «No hace falta que te pongas guapo para el chófer», le había dicho, asegurándole que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse adecuadamente antes de acometer algo importante.

Sin embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo junto al avión y se abrió la puerta trasera, Emilio y Joaquín se quedaron petrificados al ver uno de los tacones de la madre de él apoyándose en el suelo.

—Me dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto
—murmuró Joaquín entre dientes.
—Y así es.

Era evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento trasero de la limusina era su madre. El chófer sostenía un paraguas en alto encima de ella para evitar que las gotas de lluvia que caían sobre la pista le arruinaran el peinado que sin duda un peluquero había tardado horas en crear.

A pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Linda Harrison aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad. Tenía el pelo de color ocre y lo llevaba recogido bajo un elegante sombrero. Vestía un abrigo largo y gris sobre, y de eso Emilio estaba seguro, una falda estrecha y una blusa. Su madre siempre iba vestida al detalle. A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa capa de nubes, la madre de Emilio llevaba unas enormes gafas de sol, bajo las que ocultaba sus ojos y los sentimientos que estos pudieran revelar.

—Entonces, ¿Quién es esa?

Emilio tragó saliva. Si algo había aprendido de su hombre era su tendencia a la inseguridad. Tras la actitud guerrera de Joaquín se escondía un poderoso deseo de ser aceptado. Estaba seguro de que la idea de sugerirle que se quitara el traje de seda y se pusiera cómodo acabaría explotándole irremediablemente en la cara.

—Es mi madre.
Joaquín vaciló, pero Emilio lo ayudó a seguir adelante poniendo una mano sobre su espalda y empujándolo con firmeza.
—Pero...
—¿Mamá? —Emilio retiró la mano de la espalda de Joaquín al tiempo justo para darle dos besos a su madre—. No te esperábamos. —Parecía despreocupado, pero confiaba en que su voz transmitiera el descontento que sentía en aquel momento.
—No podía permitir que tu esposo y tú aterrizarais sin una bienvenida.

Emilio volvió al lado de Joaquín y lo empujó para que diera un paso al frente.
—Joaquín, mi madre, Linda. Mamá, este es mi esposo, Joaquín.
La madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.
—Un placer —dijo, ofreciéndole la mano a su yerno.
—He oído hablar mucho de usted.
—¿Es eso cierto? Yo prácticamente no sé nada de ti.

Joaquín se puso tenso y Emilio tuvo que interponerse entre los dos.

—Estamos aquí para remediarlo —le dijo a su madre—. No deberías haber venido. Ya sabes lo largos que son los viajes desde Estados Unidos.
Linda palmeó el hombro de su hijo.
—Estoy segura de que habéis tenido tiempo suficiente para descansar durante el vuelo.
—Llevamos unos días muy ocupados, como puedes imaginarte. Nos apetecería dormir unas horas.

CONTRACT || Emiliaco M-pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora