10. Pienso, luego existo

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No pueden quejarse, me demoré mucho menos en actualizar esta vez que la anterior (?)

Espero que les guste el capítulo uwu Les quiero decir que con este llegué a las 100 páginas de word escribiéndolo (y más, 105 en total) y nunca había llegado a tanto, celebren conmigo dejándome comentarios porfa, que sus comentarios me dan ganas de vivir y esas me faltan

Espero que disfruten la lectura!

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10. Pienso, luego existo

Harry siente dos cosas al despertar. Lo primero es el incómodo peso de Sirius dormido a su lado, tal como hacía cuando era pequeño y tenía pesadillas, incluso si ya no era pequeño y era lo suficientemente mayor para que aquello pudiera considerarse inapropiado. Puede oír sus ronquidos y, cuando abre los ojos, ve las marcas del llanto cubriendo de rojo sus mejillas, ojos y nariz. Sin embargo, casi siente alivio al no sentir aliento a alcohol provenir de su padrino. No le hubiera agradado tener que quitar ese olor de toda su habitación luego.

Lo segundo es el ulular molesto de una lechuza.

Harry no está acostumbrado a las lechuzas. Prácticamente todas rehúyen de su presencia, su magia habiéndose nutrido de la magia de Remus tanto tiempo que los mismos animales le tienen recelo, incluso si no hay nada lupino en él; los animales suelen reconocerlo como parte de una manada de una figura mucho más poderosa, alejándose antes de meterse en problemas. Por eso mismo jamás había visto una lechuza tan de cerca como la que ahora está de pie en su ventana entreabierta.

El plumaje es del más absoluto negro plagado de líneas de tonos más claros, con un brillante pico amarillento y grandes ojos recelosos, y tiene una carta en una de sus afiladas garras. Harry recela un poco ante su mirada odiosa, pero sale de la cama con dolor de espalda por la mala postura al dormir para moverse en pequeños y silenciosos pasos hacia la lechuza.

La lechuza suelta un ulular más fuerte, estridente casi, y Harry chilla mirando a Sirius. Pero Sirius sólo suelta un ronquido algo más fuerte que los usuales, incapaz de abrir los ojos. Harry no sabe hasta qué hora se quedó llorando su padrino a su lado, sin embargo, sabe que deberá volver a encargarse del desayuno.

La lechuza está impaciente. Harry toma la carta de sus manos y la lechuza picotea sus dedos, sin herirlo, solo pequeños piquetes que dejarán marcas rojizas sobre sus dedos que se irán en un par de horas. Harry se disculpa en voz baja.

—Lo siento —murmura— no tenemos animales en la casa, así que no tengo ningún chuche que darte. Pero si bajas hasta la ventana de la cocina puedo darte agua y un poco de carne molida.

La lechuza suelta un ulular un poco más contento y emprende vuelo. Las manos de Harry arden, y la carta de pergamino antiguo pesa entre sus dedos. Un sello cubre el sobre: un símbolo sobre cera negra que Harry no es capaz de reconocer.

Harry saca su bata de salida de cama. Casi nunca la usó debido al estridente color rojo, una de las tantas compras-bromas de Sirius, pero desliza el sobre en el interior de su bolsillo y baja sigilosamente hasta la cocina. La lechuza espera allí, nuevamente impaciente.

—No hagas ruido —ruega. Llena un vaso de agua fresca y la lechuza bebe en los minutos que Harry extrae la carne molida de su empaque y la separa en un pequeño plato de porcelana de los juegos de té viejos de Sirius. La lechuza come y bebe feliz, soltando gorjeos casi rítmicos, como el ronroneo de un gato—. Tenías hambre, ¿eh?

La lechuza vuelve a gorjear y Harry se anima a acariciar un poco su plumaje. Al animal no parece molestarle, al contrario, come un más avidez y mueve la cabeza contra su caricia. Harry se da cuenta de que nunca había tenido presente la perspectiva de que las mascotas eran tan adorables.

Les fleurs du mal Donde viven las historias. Descúbrelo ahora