Elizabeth: El lienzo en blanco

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La noche subsiguiente a la clase de pintura dormí como muerta, tomando en cuenta el desvelo de la noche anterior. No habría despertado si alguien hubiera contestado el fastidioso teléfono.

Maldiciendo a todo cuanto me rodeaba corrí a contestar con voz somnolienta.

—¿Hola?

—Hola Elizabeth, ¿estabas durmiendo?

—¿Se nota?

—Sí y mucho, cuanto lo siento.

—¿Lo sientes?, eso no es suficiente, ¿por qué me llamas en la madrugada?

—¿Madrugada?, Elizabeth son las 10:30.

Al escuchar la hora me quedé totalmente desconcertada, hasta entré en pavor, por un momento no supe dónde estaba y luego una voz me interrumpió.

—¿Elizabeth sigues ahí?

—Ehm... ¿qué?, ¡ah! Sí perdona, por cierto ¿quién habla?

—No puedo creer que no me reconozcas ja, ja, ja.

No reconocí la voz, pero si había algo que nunca olvidaría era esa risa. Me puse nerviosa recordando el lienzo en blanco de la clase de pintura y lo que vi en él.

—¿Adrián?

—Sí, soy yo.

—Dime... —contesté con un poco de rubor en las mejillas y avergonzada.

—Hola.

—Hola.

—Hola.

—¡Basta Adrián!

—De acuerdo, no te enojes, te llamaba porque quería hablar con alguien.

Analicé la posibilidad de dejar el teléfono en alta voz y solo responder: «sí claro», «y...», «¡ah sí!». Porque lo más probable era que Adrián me hablara una hora sobre su adorada Julieta. Así que no tenía deseos de escucharlo.

—¡Elizabeth! ¡Despierta!

—Lo siento, dime te escucho.

—Por favor, en serio necesito que me escuches. Si quieres vuelvo a llamar más tarde.

Probablemente más tarde iba a estar durmiendo nuevamente, así que decidí realizar el sacrificio de una vez por todas.

—Adrián, puedes hablar, en serio voy a escucharte.

—Está bien. Mira lo que pasa es que Julieta es muy diferente a ti.

—¿Y eso es malo?

—No por supuesto que no, las dos son divinas a su manera. Solo hay una diferencia, es que Julieta y su perfección hacen que yo me sienta inseguro.

—¡Oh!, muchas gracias por hacerme notar que yo no soy tan perfecta como ella. Sabes eso es brillante y ayuda mucho a mi autoestima, muchas gracias Adrián.

—Elizabeth, verdaderamente estás loca, porque respondes siempre lo que nadie espera que respondas. Se supone que era la parte en que me ibas a alabar y decirme que no tengo por qué sentirme inseguro.

—Exactamente, si ya lo sabes no sé en qué puedo ayudarte.

—Está bien, es obvio que las cosas han cambiado entre nosotros, adiós.

Adrián colgó antes de que pudiera responderle.

Decidí analizar bien la situación antes de llamarle y aclarar las cosas. Pensé que quizá había sido muy poco empática a causa de mi terrible interrupción de sueño y mi aún más horrible visión en el lienzo de pintura.

Seguía sin poder creer lo que había visto. Nada más y nada menos que el rostro de Adrián. Justo después de que el profesor nos ordenara que imagináramos en él a nuestro más grande anhelo.

Fue una experiencia horrorosa, solo pude ver la cara de Adrián sonriéndome y cuando intenté borrar aquella imagen, el reemplazo fue peor. En el lienzo aparecimos Adrián y yo... abrazados... y con el rostro muy cerca del otro. ¡Fue espantoso!

Aquel día, por la sorpresa, golpeé el trípode del lienzo con mi pie, sin querer, y este fue a parar estrepitosamente al suelo. Entonces fui ayudada por un amable joven de pelo ondulado, cuyo nombre no recuerdo.

Volviendo al presente pensé que realmente había sido grosera con Adrián, al final, él no tenía la culpa de haberse aparecido en mi lienzo.

Sin embargo, también pensé que ya estaba harta de oírlo hablar de Julieta y su notable perfección. Así que para evitar una nueva conversación sobre ella lo mejor sería no volver a llamarle.

Mañana arreglaría las cosas en el cole, si es que necesitaban arreglo por supuesto. Entre pensamiento y pensamiento volvió a sonar el teléfono, justo cuando estaba a punto de volver a dormir. Un tanto molesta conteste:

—Adrián lo siento no quise ser grosera, entiendo que quieras hablar.

—¿Sobrina?

—¡Tía!, lo siento creí que...

—Era Adrián, ja, ja, ja ¿quién es Adrián?

—Es solo un ami... compañero de curso.

—Bueno sobrina pásame con tu mamá.

—Si tía, chau.

Realmente sería un "gran día" pensé. Era terrible finalmente descubrir que todo el mundo tenía razón...

Adrián... no era solo un amigo para mí. Yo... yo... ¡tenía sentimientos por él!

Entonces solté a llorar por lo tonta que había sido y por lo estúpida que era ahora frente a un amor no correspondido que me usaba como confidente de sus amoríos. 

Antes de ser una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora