Leí el final de la nota burlonamente y simulando la voz de mamá «Familia La Fuente: "Pensando en cada uno de ustedes hoy y siempre"». Por lo menos no había salido en la portada, estaba harto de ver mi fotografía en todas partes.
La prensa no me había dejado en paz desde que supieron que Emilie y yo comenzamos a salir. Ambos sabíamos que no era buena idea que nos descubrieran, pero no resistimos el impulso de besarnos frente a la fuente de la plaza de Principal, fue una mala idea, pésima, en realidad.
En menos de dos horas, los canales de televisión se habían inundado de imágenes de nosotros. Aunque lucíamos encantadores y perfectos, mamá nos regañó y nos dijo que estábamos demasiado pequeños para dar "semejantes muestras de afecto" en público.
Resulta que si puedes bailar ridículamente frente a todos si quieres, pero no puedes besar apasionadamente a alguien en público si eres adolescente.
Aquel suceso hizo que mi familia se viera obligada a sacar un comunicado "LF" dorado, en puertas de la mansión. Anunciaron que Emilie Girez y yo, Felipe La Fuente, éramos oficialmente una pareja. Se apresuraron a aclarar que nuestra relación no iba más allá de una inocente unión de dos adolescentes que se enamoraban por primera vez y que seguirían de manera estricta los protocolos dictados por el Consejo Superior de Ancianos para tal situación. En realidad, el Consejo prohibía romances a corta edad. Solo podía tener novia a partir de mis dieciocho y casarme a partir de mis veinticinco, así de anticuados eran.
A pesar de la prohibición del Consejo, mis padres decidieron sacar aquel comunicado para calmar a la prensa. El Consejo no nos había enviado ningún memorándum, por lo que mis padres supusieron que, al igual que ellos, el Consejo pensó que sería peor negar la relación. Todos pensaban que, yo, sería incapaz de llevar una relación secreta. Así de inútil me consideraban.
Lo que sí tenía claro era que no renunciaría a mi noviazgo con Emilie y eso era algo que ellos también sabían, quizá por eso no me prohibieron volver a verla. Emilie era la única que me daba momentos de alegría y me valoraba, nunca me juzgaba.
Y todo eso, era el precio de ser Felipe La Fuente, único heredero del legado La Fuente. Tenía todo y a la vez no podía disfrutar de nada. Apenas daba un paso fuera del área de seguridad de nuestra mansión y era fotografiado, fastidiado y perseguido por la prensa.
A pesar de ser altamente fotogénico, todo eso llegaba a cansarme. Tenía que lucir siempre perfecto y en las clases de protocolo me habían enseñado incluso cómo sonreír. ¡Las clases! Otra pesadilla que no ha parado desde que tengo uso de razón. No solo eran las de colegio, sino todas las que se requerían para formar un heredero digno de los La Fuente.
—Joven Felipe —me habló Antonio, mi mayordomo personal, desde el intercomunicador.
—¿Sí? —respondí.
—Su helado de pistacho está listo. ¿Desea que lo lleve a su habitación?
—Sí, tráelo en seguida. No pienso salir a ese desértico comedor.
—Si gusta, yo puedo acompañarlo.
—Eres muy amable Antonio, pero prefiero que lo traigas a mi habitación.
—En seguida voy.
Antonio, mi mayordomo, debe ser lo mejor que le ha pasado a mi familia en los últimos años. Él se encargaba de prácticamente todo lo que tenía que ver conmigo. Mamá y papá debían estar felices de librarse de la obligación de tener que educar un hijo.
Ellos simplemente me llenaban de profesores, clases y empleados. ¡Ah! Y de la única responsabilidad que no se han deslindado es de regañarme, mis padres siempre estaban en primera fila para eso.
ESTÁS LEYENDO
Antes de ser una princesa
Teen FictionCuatro años antes de los hechos ocurridos en "Síndrome de princesa", Elizabeth Salvatierra tiene 13 años y una vida simple de estudiante de secundaria. La historia inicia con un inesperado cambio de colegio que traerá a su vida un amor aparentemente...