Elizabeth: El kiosko del cole y ya saben quien

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A las 10:30 sonó la campana del recreo y bajé las escaleras a toda velocidad.

Nunca permitía que nada me interrumpiera el momento de comer la merienda ya que, desde que empecé a estirarme, me daba mucha hambre, parecía un barril sin fondo.

Sin embargo, precisamente este día sería interrumpida por un chico cuyos hermosos ojos no combinaban para nada con su personalidad.

—Hola —me dijo Adrián, tocando mi hombro e interrumpiendo mi compra de un sándwich de pavita.

—Hola —respondí a regañadientes y sin apartar mi mirada de aquel apetecible bocadillo— ¿qué quieres?

—Hablar.

—¿Con quién?

—Obvio que contigo, ya deja de mirar ese sándwich y préstame atención.

—No.

—¿No? ¿Acaso quieres que me convierta en tu pesadilla?

—No, pero...

—Bien ¡pues que te dure tu estúpido sándwich!

—¡Gracias, me durará hasta el siguiente recreo! —respondí imitando su tono.

Pagué mi compra y me fui corriendo hacia uno de los jardines centrales del colegio, deseaba un ambiente de paz para mi comida.

Justo cuando iba a sentarme en el banquillo que había debajo del árbol de jacarandá del patio del cole, Adrián tocó mi hombro nuevamente.

—Hola —volvió a decirme.

—Hola —respondí confundida y enfadada.

—Ya te dije que quiero hablar contigo.

—Mira, en serio tengo mucha hambre, serías tan amable de dejarme comer en paz y molestarme en otro momento —dije y escuché la risa de Adrián.

—¿En qué momento puedo hablar contigo?, tal vez ¿en la salida?

—Sí, si así me dejas de molestar, está bien, nos vemos en la salida.

—Ok.

Adrián se fue sonriendo y yo, tras mi primer bocado, escuché la campana del final del recreo, así que subí las escaleras a trompicones y tragando mi sándwich.

Al finalizar el último periodo de clases, mi hombro volvió a ser tocado. Lo cual, ya no me sorprendió, Adrián era verdaderamente persistente, suponía que eso era algo que a futuro le ayudaría a lograr sus metas y con optimismo esperaba que una de ellas no fuera fastidiarme.

—Hola —le dije.

—Hola de nuevo Elizabeth, la campana de salida ya tocó Elizabeth, ¿podemos hablar? Elizabeth.

—Oh, ya te sabes mi nombre, entonces no eres tan patético.

—¿Eso es lo que piensas de mí? Que soy un chico patético —me dijo—, pues entonces tú eres el doble de patética y en todos los sentidos —me contestó.

La verdad, lo había dicho sin pensar y todo porque sus hermosos ojos estaban mirándomente fijamente y, de algún modo, eso me ponía nerviosa y empezaba a decir cualquier tontería.

Sin embargo, ahí estaba Adrián con su típico gesto de superioridad.

—Bien, está claro que nosotros no podemos hablar, no soporto tu tono de voz tan... "mírenme soy mejor que todos". Tu único fin es fastidiar a los demás y hacerte el interesante. Pues qué crees, a mí no me interesas.

Antes de ser una princesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora