Capítulo doce

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A Catra se le paró el corazón por un instante, y luego comenzó a latirle de nuevo golpeando contra su caja torácica. «El maleficio también me condujo hasta ti.»

Antes de que la omega pudiera pensar en una respuesta adecuada, aunque sin duda no la había, la rubia sonrió.

—Perdóname, por favor. No pretendía aguarte la noche con fantasmas del pasado. Todavía nos quedan varios platos más de los que disfrutar, y Lonnie va a poner la peor de las caras si no sirvo sus obras de arte en el momento apropiado.

Estaba claro que deseaba cambiar de tema, y la morena estaba más que deseosa de satisfacerla. Sin duda la simple rutina, la naturaleza corriente de compartir la comida, les dispensaría del aire de intimidad y de cercanía al que habían llegado durante la conversación. Aunque la castaña no sabía cómo iba a borrar los incómodos sentimientos que su historia le había provocado.

Los siguientes dos platos consistían en unas rodajas muy finas de pato y un delicioso estofado de cordero, después de los cuales ella se sintió caldeada, reconfortada y relajada. Rodeados por los mullidos cojines, era como si ambas estuvieran metidas en un capullo aterciopelado.

—No podría decirte cuál de los platos era más delicioso —dijo Catra viéndole levantar la tapa de otra de las bandejas—. Lonnie es una excelente cocinera. Yo en tu lugar lo colocaría en la cocina en vez de en el vestíbulo.

—Espera a probar esto —rió la alfa.

Le acercó un cuenco de porcelana china que contenía lo que parecía ser una combinación de flan y delgadas láminas de bizcocho, decorado con nueces picadas y un sirope dorado. Obviamente se trataba de un postre, pero de un tipo de postre que ella desconocía. Adora metió una cucharilla en el cuenco y se la acercó a los labios. Le llegó un delicado aroma de miel y canela que la animaba a comer lo que le ofrecía, pero se detuvo dudando, con un estremecimiento que le recorría la espalda a causa de aquel gesto tan íntimo. Una cosa era compartir la comida con la alfa; otra muy distinta que ella se la diera.

—Pruébalo, Catra —dijo Adora en voz baja—, Te aseguro que te va a encantar.

La omega abrió los labios y la rubia le introdujo el bocado, y luego, lentamente, deslizó la cucharilla entre sus labios al sacársela de la boca. Una embriagadora combinación de sabores y texturas recorrió su paladar... El sedoso y suave flan, el esponjoso bizcocho, las crujientes nueces, la dulce miel y el matiz picante de la canela. Adora la estaba mirando; degustó el bocado y luego lo tragó tratando de ignorar la repentina aceleración de su corazón. El excitado deseo que le provocaba la alfa, que había intentado mantener escondido, volvía a la vida, punzándole por todos los rincones de la espalda.

Para su consternación y mayor fascinación, la rubia se echó hacia atrás, reclinándose sobre el montón de cojines de su lado, y haciendo con ello que la camisa se abriera y dejase al descubierto su hombro izquierdo. Involuntariamente la mirada de la omega se detuvo allí, y desde su bronceada garganta le recorrió el pecho hasta llegar a sus musculosas piernas.

— ¿Te ha gustado? —le preguntó la rubia con voz profunda.

La castaña volvió a alzar la mirada hasta sus ojos y se dio cuenta de que ojos azules la miraba con profunda concentración. ¿Que si me ha gustado? «Más que nada de lo que había visto antes», pensó la omega. Miró hacia el cuenco de porcelana china que la rubia todavía sostenía en una mano y un calor le subió por las mejillas. Cielos, se refería al postre. —Es, hum, delicioso. —Cuando Adora volvió a meter la cucharilla en el cuenco, preguntó—: ¿No vas a comer tú un poco?

—Sí, me gustaría mucho. —Incorporándose le pasó ala morena el cuenco y la cuchara, acercándose tanto que sus rodillas se tocaron.

La morena dio un respingo con la rodilla, y se quedó mirando el cuenco y la cuchara que ahora sostenía entre las manos. El significado de aquello era inconfundible. Su sentido de la precaución decía que dejara la comida en la mesa y se marchara de allí. Pero todo lo que había en ella de curiosidad omega le decía que probara cómo era eso de alimentar a un alfa. 

maldicion de amorWhere stories live. Discover now